De Luis
Landero me dejaron un gratísimo recuerdo sus novelas Juegos de la edad tardía y Caballeros
de fortuna. La vida negociable no
merecerá esa perduración. No porque sea una mala novela, que no lo es, sino
porque el lector, este lector, que
comienza encandilado por la lectura, termina llevándose la impresión de que es
una obra menor, algo que más parece una novelita ligera y breve (que tampoco lo
es). Aquí tenemos un narrador, como pasa en sus otras obras mayores, que es un
soñador. Alguien que sabe que la vida real es una encubierta calamidad, tan irrisoria, tan fea, tan trivial, y a
la vez tan dramática, tan misteriosa y llena de belleza. Y tal vez ahí, en
esta cita, se acaba y condensa todo el libro. Porque las andanzas del
protagonista, Hugo, que comparte y se guarda secretos, es sólo un pretexto para
volver a dar voz a alguien que tiene sueños (vivir en la soledad compartida de
una naturaleza salvaje y tal vez lejana) y que vive en la medianía cotidiana.
Nada más. Que no es, de ningún modo, poco.
Habrá por
medio robos, algo de violencia inesperada, disciplina e intentos de redención,
la búsqueda de un destino y el anhelo de salir de la mediocridad dorada. Amores
torpes y resignados, deseo exacerbado y chatísima realidad, peluquería y
chatarrería. Y el desvelamiento, algo
innecesario, del destino de otros y al final. No he dicho que sea una obra
malograda, ni mala. Sólo que es menor que sus grandes (inmensas) novelas.
Porque. como dice Hugo, a lo mejor la vida, o al menos la mía,
consiste sólo en eso, ir de camino a lo que salga.
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