Nada me movía a leer a
Pamuk. A lo más, me había llamado la atención un título suyo, “Museo de la
inocencia”. Pero nada más. Hasta que el azar hizo que en Ankara cenara con unos
amigos, siendo uno de ellos el consejero cultural de la embajada del Perú en la
capital turca. No tardó en aparecer en la conversación Vargas Llosa, de quien
el consejero, hondo conocedor de la obra de su compatriota, lo comparó con
Pamuk, expuso las causas por los que ambos eran tan amados como denostados en
sus patrias, y recomendó una novela de Pamuk. “Nieve”.
Un libro extraordinario de un autor que hay que leer como
se lee a Vargas Llosa. Y que gusta como el peruano gusta, a fuerza de calidad y
de no complacencia. De talento, de maestría. De rehuir la facilidad y la finta amable, como ambos huyen del consejo y de la doctrina. Pamuk cuenta aquí unos pocos días en la vida de un periodista y poeta llamado Ka, que acude bajo la nieve (en turco kar) a la ciudad de Kars a cubrir unas elecciones municipales cercanas y a escribir sobre un puñado de chicas musulmanas que, ante la posibilidad de tener que despojarse de sus preceptivos pañuelos optaron por el suicidio. Es fácil, casi inevitable, ponernos el chip kafkiano e identificar a Ka con el K. de "El castillo" o el Josef K. de "El proceso". Pero sucede que cuanto ocurre en Kars, nada menos que una grotesca rebelión militar, un pesadillesco golpe de estado reducido a la sucinta geografía de esa ciudad, tiene por marco una ciudad verdadera, descrita con precisión naturalista. Y que más allá del vértigo de los hechos nos quedamos atentos a las minucias, ridículas unas, enternecedoras otras, de personajes que se ven sometidos a la disciplina de las ideas y del sino, como el terrorista islamista Azul, o del afecto y los deseos confusos como el propio Ka o la amada reencontrada en Kars.
Pamuk juega con la escritura con elegancia y maestría, mata a personajes acá y allá, nos lleva por donde quiere y nos lleva a interesarnos por una Turquía extraña, tensa y convulsa, más allá del afable encanto del Estambul que muchos conocemos y de donde el propio Pamuk procede. En todo caso, este libro (como los de Vargas) nos hace ver que a veces las decisiones de la Academia Sueca son acertadas.