Pobre Bioy, a la sombra siempre de Borges. Quizás el mayor estilista de la prosa argentina de su siglo, pero detrás de Borges. Autor de obras maestras indiscutibles (El sueño de los héroes, de 1954, y en diferente medida La invención de Morel, de 1940, y Dormir al sol, de 1973), es en los relatos donde se permite una dicción peculiar, de frases rotundas, descripciones sencillas pero contundentes. Algo así, y disculpen la comparación desacertada, como si fuera Palahniuk habiendo pasado por colegios caros. En esta ocasión, el volumen recoge dos colecciones de relatos: Una muñeca rusa (1991) seguida de El lado de la sombra (1962). Los de Una muñeca rusa se leen con cierta desgana. con ideas brillantes que no terminan de encontrar la redondez que se puede esperar de Bioy. En El lado de la sombra hay un relato, Cavar un foso digno de la más exigente antología del relato criminal. Esa veintena de páginas bastan para salvar el volumen y garantizarle una segunda lectura en un porvenir lejano.
sábado, 30 de noviembre de 2019
viernes, 29 de noviembre de 2019
Palabras para Oliver
Ayer, en la librería-galería Isla Negra, en Málaga, tuve el honor de leer unas palabras para inaugurar una exquisita y muy intensa exposición de un artista y amigo al que amo, Perry Macon Oliver. Ahora las comparto en el blog:
Hay en la Axarquía, allí en el interior (no es baladí esta indicación pues
no sólo de geografía hablamos), donde ya todo camino es hacia arriba, un
hidalgo caballero de enjutas carnes que con un castellano muchas veces digno de
los tiempos de Alonso Quijano el Bueno te atiende y acoge, te guía por su
taller y con una sonrisa intenta explicarse cuando no lo necesita. Porque
Oliver, Perry para algunos amigos puristas, ha dado, cual si de un alquimista
se tratara, con una fórmula que de pronto, hierofante, sirve para expresar el
mundo y la vida. Porque en la severa geometría de sus esculturas, en las curvas
de sus grabados, hay, convertidas en enigmas, todas las claves para aprehender
la vida. Porque es pasión y es deseo lo que nos sugiere fingiendo que nos lo
oculta. Y mientras lo hace, con una lucidez que él empecinadamente negará,
todas las pulsiones caben y se asoman en sus misterios visuales: no habrá
gigantes ni molinos que puedan vencer a quien con su bondad y cercanía insiste
en no saberse poderoso y genial.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Lecturas: Los Estados Unidos desde 1816 hasta el final de la Guerra Civil (Isaac Asimov)
Recuerdo el inicio de la protofascista película El nacimiento de una nación (1915) de David W. Griffith, que realmente trata de la destrucción de una nación, de su escisión y de la constitución de dos naciones enfrentadas: la Unión y la Confederación. En uno de los primeros intertítulos se señala, de sopetón, el culpable de la tragedia: The bringing of the African to America planted the first seed of desunion. Asimov, en este tercer tomo dedicado a Estados Unidos dentro de su Historia Universal muestra que realmente la discusión sobre la abominable esclavitud, la semilla la desunión fue la propia debilidad de la Unión, que no supo gestionar la autonomía de cada Estado en su relación con el estado central federal. Leyendo a Asimov, lo que extraña es que no se liaran a matarse cincuenta años antes. Desde la perspectiva española actual, resulta una lectura instructiva, casi un aviso. Si los clarines aquí sonaran (que de todo somos capaces, ya que otra vez estamos divididos entre comunistas y fascistas, o al menos entre dos bandos que tratan así al otro), yo estaré con la Unión.
Yendo al libro, resulta escalofriante la torpeza y la estupidez de los politiquillos que llevaron a la guerra. Emerge, como un faro, Lincoln, convertido en un titán, y décadas antes el insensato Andrew Jackson. En tercer lugar y cuarto lugar, quedan Robert E. Lee, a quien ofrecieron el mando del ejército de la Unión, pero que eligió servir al bando al que se uniera su Estado natal, Virginia, que fue a la Confederación, y Ulysses S. Grant. Llamativa es la ineptitud del primer jefe militar de la Unión, George Brinton McClellan, un idiota especialista en postureo y poco más.
Entre los datos curiosos está la participación de Lewis Wallace, futuro autor de Ben Hur, que con su defensa férrea frenó una incursión confederada sobre Washington que podría haber dado la victoria definitiva a los confederados. Impresiona el dato de que Lincoln daba por perdida su reelección y con ello la guerra (fue investido por segunda vez el 4 de marzo de 1865, Lee firmó la rendición el 9 de abril, cinco días después fue asesinado Lincoln, y el 2 de junio se rindió la última ciudad de la Confederación, Galveston), teniendo planes para firmar la paz, y con ella la división final del país en dos, antes de que fuera investido su rival.
Como pasaje a no olvidar, el inmortal discurso de Lincoln sobre el campo de batalla de Gettysburg, convertido en memorial de los caídos un año después. Aquel 19 de noviembre de 1863, Lincoln escribió y leyó una de las mejores páginas de la historia de la Humanidad:
Hace 87 años, nuestros padres crearon en este continente una nueva nación concebida en libertad e imbuida de la creencia de que todos los hombres son creados iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil, en la que se pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y con tales ideales puede durar largo tiempo. Nos encontramos en un gran campo de batalla de esta guerra. Hemos venido a dedicar este campo como lugar final de reposo para aquellos que aquí dieron sus vidas para que esta nación viva. Es totalmente correcto y apropiado que hagamos esto.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar, este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí lo han consagrado, muy por encima de nuestro escaso poder de añadir o quitar. El mundo tomará poco en cuenta, y no recordará, lo que decimos aquí, pero nunca olvidará lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.Hace ochenta y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada en el principio de que todas las personas son creadas iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa. Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o restar. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. En cambio, nos corresponde a nosotros, los vivos, comprometernos a dedicarnos a la tarea inconclusa que quienes han combatido aquí han hecho avanzar tan noblemente hasta ahora. Nos corresponde comprometernos aquí a la gran tarea que nos queda por delante: que por estos venerados muertos aumente nuestra devoción a la causa a la que ellos dieron toda su devoción; tomemos la firme resolución de que estos muertos no hayan muerto en vano; de que esta nación, conducida por Dios, conozca un renacer de la libertad, y de que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la tierra.
Lecturas: Con mis propias palabras: Eva Perón (Introducción de Joseph A. Page)
Hay algo conmovedor y algo enojoso en este libro. Como sucede con la propia Eva, Santa Evita, la Yegua. Alguna vez he opinado aquí sobre ella. Sobre mi repulsa por el régimen que estableció su marido, esa negación de la democracia, ese despotismo ilustrado, ese manejo de las masas con la zanahoria y el palo, envuelto todo ello en una puesta en escena hipnótica. Parece que hablara del nazismo. No es casual. Recuerdo a mi tío-abuelo, exiliado en su Argentina local: "Vine huyendo de Franco y me encontré con Perón". Es ésta la parte enojosa, odiosa, de Perón, de su régimen, de su esposa y mártir. En este libro póstumo e incompleto (cuyo título real era "Mi mensaje"), dictado en su lecho de muerte por Eva Perón, es la habitual peroración, la soflama habitual de amor al pueblo y de Perón qué grande sos. Lo de siempre. Ese rencor de Eva, convertido en energía y en la auténtica "razón de su vida", hacia los oligarcas, hacia el capitalismo. La novedad aquí está en que añade a la Iglesia y al Ejército entre los destinatarios de su ira y su desprecio. Los mismos que terminarían derribando el régimen peronista en 1955 a través de la violencia (aunque los peronistas nunca reconocerán que aquel régimen mitificado también fue violento y tiránico).
Pero son palabras de Eva, a la que pese a todo respeto por su sacrificio, por su capacidad de entregarse a una causa que la utilizó para ganarse el corazón de los adeptos. Y el mío, tan antiperonista por herencia familiar y por convicción. De una Eva Perón que agoniza y dedica sus últimos meses a dictar estas páginas escasas y torpes. Pero, cuidado, son las palabras de una muchacha que se muere y que ansía pervivir en el fervor del pueblo peronista. Que nadie busque aquí sensatez o análisis fino. Eso es algo que queda fuera de la voluntad de Eva. El ángel y el demonio se encargaron en una misma persona, en un alma débil y atormentada, pero a la vez en una voluntad de hierro, en una médula que gloriosamente ardió, por usar el verso quevediano. Casi la mitad del libro se debe a Joseph A. Page, el autor de la considerada biografía canónica de Perón y un prodigio de ecuanimidad. El final de la introducción de Page, que respalda la debatida autenticidad de la autoría, coincide con mi opinión y la condensa:
Puede que el libro respalde incluso a aquellos de nosotros que vemos a Evita con ojos románticos, como una mujer pobre, inculta y voluble que se enzarzó en una valiente lucha contra las desigualdades de clase y sexo, que fue manipulada con mucha destreza por su marido, pero aun así representó un papel político que interpretó de forma memorable dentro de sus posibilidades y el espacio que le habían asignado.
domingo, 17 de noviembre de 2019
Lecturas: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (Isaac Asimov)
Correcto como todos los de su Historia Universal Asimov. Aquí asistimos a lo inevitable, a cómo la insensibilidad de Inglaterra llevó a la rebelión a sus colonias, cansadas de no tener voz. A lo largo del relato, que llega a cansar por la acumulación de escaramuzas y batallas no decisivas por doquier, asistimos al ascenso de George Washington a la vez que la del militar rebelde Benedict Arnold, que cansado de humillaciones por los suyos, dispuestos a todo con tal de no reconocer su brillantez y su valía, llegará a convertirse en desertor y, por tanto, en el gran traidor de la nación hasta nuestros días. La figura trágica de Alexander Hamilton, muerto en un duelo a pistola con el vicepresidente Aaron Burr, significa, como Arnold, la de otra América convertida en conjetura. Finalmente, la guerra contra Inglaterra de 1812, en la que el antiguo vencido está a punto de alcanzar la victoria llegando incluso a ocupar Washington D. C. e incendiar la Casa Blanca, deja a Estados Unidos libre pero dispuesto a pasar por nuevos problemas que le llevarán a la Guerra Civil medio siglo más tarde. Es muy útil esta apretada síntesis de Historia de Estados Unidos para comprender que la visión que teníamos de ese gran país no es exacta. Demasiadas tensiones entre los Estados estuvieron a punto de hacer imposible que se mantuvieran Unidos. La guerra de Secesión fue, al fin y al cabo, inevitable.
sábado, 16 de noviembre de 2019
Lecturas: Viajeros en el Tercer Reich (Julia Boyd)
Al fin, un libro extraordinario. Ganador del premio de Historia del Los Angeles Times y libro del año de The Spectator. Desde antes de que Hitler llegara al poder, Julia Dodd nos guía a través de lo que turistas, diplomáticos, escritores, estudiantes, deportistas y profesores escribieron sobre sus experiencias de, brevemente, la República de Weimar y, por extenso, el Tercer Reich. Pura vida y pura en esas páginas tomadas de crónicas periodísticas, cartas particulares, diarios íntimos y hasta revistas escolares. Como en su conclusión afirma Boyd, los izquierdistas, una vez alcanzado el poder por Hitler, se negaron a visitar ese territorio adverso. Quizás el hecho más estremecedor que emerge de los relatos de los viajeros es que hubiera tanta gente decente que regresaba a sus hogares y alababa la Alemania de Hitler. Como atinadamente refiere Boyd, Por si fuera poco, sin duda existen pocos Estados totalitarios que acojan a sus visitantes extranjeros con tanto entusiasmo y cordialidad como la Alemania nazi. Cuando uno recorría el Rin en barco, bebía cerveza en un jardín iluminado por el sol o caminaba al lado de una feliz banda de niños cantores, resultaba muy fácil olvidar las historias de tortura, represión y rearme que circulaban. Hasta finales de la década de 1930 era posible para un extranjero pasar semanas en Alemania y no tener el menor incidente desagradable. Sin embargo, hay una diferencia entre "no ver" y "no saber". Y, después de la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938, no había ninguna excusa posible para el viajero que afirmaba que "desconocía" el verdadero comportamiento de los nazis.
Entre los testigos de aquel tiempo y aquel país impresiona la británica familia Boyle, que recorriendo Alemania con la consabida pegatina de GB en el auto, teniendo como destino final su domicilio en Kenya, fue interrumpida, en Frankfurt por una mujer judía acompañada por su hija de quince años, tullida de un pie, a la que imploró que la llevaran consigo para salvar la vida. Así lo hicieron. Del destino de aquella muchacha, de nombre Greta, poco se supo aparte de una foto, años después, feliz en Nairobi con sus salvadores.
Por lo general, las familias estadounidenses o británicas veían Alemania como un destino barato, un lugar pintoresco que recorrer, un destino para que sus hijos aprendieran alemán, un reclamo turístico de primer orden voceado por los folletos de Thomas Cook como una oportunidad para descubrir por uno mismo la "nueva Alemania" (aquí uno recuerda el Deutschland Erwache, "Alemania, despierta" de los estandartes nazis) de la que todos hablaban. Y así fue. Entre los muchos personajes que comparecen (es fantástica la documentación manejada por la autora) me quedo con el profesor afroamericano William Edward Burghardt Du Bois, que supo ver que, al cabo, nazis y comunistas venían a ser lo mismo (yo mismo, informalmente, los diferencio como fascistas de derechas y de izquierdas, de ahí que tanto asco me den tanto unos como otros, citando en un artículo la propiedad y el control de la industria; el control del dinero y de los bancos, los esfuerzos hacia la posesión de la tierra y el control por parte del gobierno; la gestión del trabajo y los salarios, la construcción de infraestructuras y casas, los movimientos juveniles y el estado de un partido único durante las elecciones.
Coincidió con esa opinión la estudiante, de 24 años, Barbara Runke, que a la sazón estudiaba piano y canto en Múnich: La política es lo que más me interesa, por supuesto, desde que descubrí que el mejor lugar para el comunismo está en los libros. Lentamente, pero sin duda, me he convertido en una acérrima enemiga del nacionalsocialismo, y lo sorprendente es que ha sucedido por las mismas razones que me apartaron del comunismo. Son asombrosamente iguales, por lo que me parece una estupidez increíble que la próxima guerra sea entre Alemania y Rusia, donde cada una protegerá ostensiblemente sus "religiones" respectivas.
En definitiva, a quien le fascinara el muy ficcionado En el jardín de las bestias: Un historia de amor y terror en el Berlín nazi de Erik Larson (el embajador Dodd y su hija Martha, con su fascinación y su posterior repulsión hacia el nacionalsocialismo también están aquí presentes), encontrará en el libro de Julia Boyd un tesoro de datos y perspectivas para juzgar aquella época atroz. Sobresaliente.
lunes, 11 de noviembre de 2019
Lecturas: La torre de la soledad (Valerio Massimo Manfredi)
Una novelucha con pretensiones que regalaban con una revista de Historia. Entre hundirme en las páginas de lo último de Elvira Roca o en la novela de un amigo, liquidar por fin un tomito de Bioy Casares o un excelente ensayo sobre los nazis, me dije "sea, me leo esta chorradita para echar el rato".
De Manfredi me leí en su momento su trilogía Alexandros que era correctita nada más. Lo que es una virtud a la vista de este dislate que irá mañana al contenedor azul. En la contracubierta, a modo de elogio, una cita del propio Manfredi: "Una de mis mejores novelas". Lo cual significa que el tipo da por hecho de que tiene más de una novela buena, y que ésta se incluye entre ese selecto grupo de presuntos buenos libros. Pero aquí, para mí, desde los varios miles de libros leídos en los últimos casi cincuenta años, éste es uno de los peores. Ridículo hasta decir basta. Empieza con la consabida escenita de romanos (de las que vive este escribidor presuntuoso), pasa a la Italia de Mussolini, sin apenas menciones a la época, introduce con cameos idiotas al mismísimo Guglielmo Marconi y por medio hay monstruos en el desierto, la Legión Extranjera francesa, un polvete en un oasis narrado de la forma más relamida y estilosa posible (y por tanto, ridícula) que no sabe uno si lanzar a la basura el libro o hacerse célibe de por vida. Con un villano de cartón piedra, amores bobos y un final atropellado, grandilocuente, y tan confuso como épico y tan ruidoso como gilipollas. Y con diálogos transcendentes como éste entre un padre y un hijo:
- ¿Crees que la batalla terminará con tu pena y mis añoranzas?
- No, pero será el momento cumbre de nuestras vicitudes terrenales. Cuando salgamos del hierro y el fuego lo que quede de nosotros será aquello más cercano a nuestra verdadera naturaleza. Si, por el contrario, llegamos a sucumbir, al menos cruzaremos al galope el fin de la noche.
En fin, por chorradas como ésta, ya sabemos qué le pasó a Alonso Quijano el Bueno. Hala, al contenedor azul.
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