miércoles, 13 de agosto de 2025

Lecturas: El demonio de la inquietud (Erik Larson)

 De Larson, hace unos años, me entusiasmó la prodigiosa En el jardín de las bestias, una emocionante crónica de cómo se extendió el nazismo por la vida cotidiana en Berlín. Tanto que siendo una historia real, parecía una novela. Esta vez el brío de narrador vuelve a mostrarse en esta coral reseña de cómo Estados Unidos se hundió en la pesadilla de la Guerra Civil. Entre el 6 noviembre de 1860, con las elecciones que dieron la presidencia a Abraham Lincoln, y el bombardeo de Fort Sumter el 11 de abril de 1861 transcurrieron escasamente cinco meses de creciente tensión, de ceguera, de miedo. 

El acierto del autor tal vez radique en que no busca expresar las dinámicas que llevaron a la tragedia, sino que las encarna en personajes excelente retratados, como el estúpido fanático Edmund Ruffin, el comandante Robert Anderson, que aunque sus simpatías estaban con el sur fue capaz de honrar su uniforme y defender Fort Sumter para la Unión, Abraham Lincoln con su prudencia enfrentada a su deber moral, su predecesor James Buchanan, inmovilizado por el miedo y la incapacidad, o Mary Boykin Chesnut, dama sureña autora de un diario íntimo convertido en un excelente testimonio de aquellos meses febriles.



La histeria sudista que veía en Lincoln el destructor de su modo de vida llevó a una agitación tal en Carolina del Sur, donde se inició el conflicto y la cascada de proclamaciones secesionistas, que James L. Petigru, que el jurista, surcarolino pero también unionista, afirmó que Carolina del Sur es demasiado pequeña para una república, pero demasiado grande para un manicomio. Esa agitación, entre el provincianismo y las emociones desatadas, lleva a sentir en el lector una incómoda sensación de familiaridad, no sólo con aquel asalto al Capitolio de enero de 2021 o la charlotada secesionista del procès catalán, sino con el populismo de ambos extremos de hoy día y en esta dulce y áspera España nuestra.

Con un estilo vibrante, Larson consigue hacernos compartir aquel vértigo, con personajes como Lincoln a quien, según el Wall Street Journal, el autor lo describe incómodo como como el mástil de un barco en un taburete, en equilibrio entre la relajación y el colapso estructural. Esa imagen de inestabilidad es la que impregna todo el libro, convertido en un aviso, ay, para nuestros días.




lunes, 11 de agosto de 2025

Lecturas: Casa Negra (Stephen King y Peter Straub)

Había dejado pasar unos meses sin asomarme a King, y esta vez la espera no ha valido la pena. Porque si bien este es un libro notable, indudablemente bien escrito, es malogrado por aquello que menos me gusta de King, el mundo de los cTerritorios, el ka y demás zarandajas de literatura fantástica de la saga de La Torre Oscura. Aunque arranca en un mundo reconocible, el de un pequeño pueblecito de Wisconsin, llamado French Landing, se irán introduciendo elementos del otro lado del espejo, de aquella otra realidad que ya visitamos en las páginas de la novela de la que ésta es una derivación, El talismán, presentándonos al niñito de entonces, Jack Sawyer, convertido en un adulto que fue un eficaz policía y ahora está retirado en esa pequeña ciudad amena y calma. Esa paz buscada se rompe cuando un asesino en serie, apodado el Pescador, comienza a secuestrar y asesinar niños. Detrás de esos crímenes late algo mucho más grande: el eco de los Territorios y la sombra del (jartible) Rey Carmesí, ahora llamado el Rey Colorado.

King y Straub vuelven a lograr esa perfecta alquimia de coautoría en la que el lector olvida quién escribió qué. La voz narrativa, en tercera persona omnisciente y a ratos intrusiva, se pasea por las calles, se cuela en las casas y se instala en la mente de los personajes como un vecino cotilla que, además, conoce secretos sobrenaturales. El tono fluctúa entre el suspense policial y la fantasía oscura, salpicado de cierto humor macabro.



Casa Negra es, al mismo tiempo, novela negra, historia de terror y pieza clave dentro del vasto multiverso de la Torre Oscura. Que, ya dije, a mí me repele. El Pescador no es un simple psicópata: está conectado a fuerzas de otro mundo que pretenden devorar la mismísima Torre que sostiene todas las realidades. El lector de King reconocerá los hilos que se tensan desde otras novelas (Insomnia, It, El Resplandor), y aquí el tejido se vuelve más ambicioso y más oscuro.

Al otro lado, en los Territorios, la Casa Negra se erguía como un faro de podredumbreEsa Casa Negra no es solo un lugar: es una manifestación física del mal, una grieta por la que se cuela lo monstruoso. Una embajada de los horrores telúricos de Lovecraft, diría. Como novela negra, funciona muy bien. Como novela de fantasía, no. Como novela de terror, sí. De poco sirve que Jack haya olvidado aquel extraño trozo de su infancia, la búsqueda de un talismán en otro mundo9 que salvara a su madre. Aquí King (o Straub) lo mete de coz y hoz en ese mundo aunque no sea durante demasiadas páginas. El cierre del libro, amargo tras una resolución feliz de los acontecimientos, no sé si es una buena solución narrativa. Pero seré optimista y diré que sí lo es. Aunque más adelante seguramente habré de arrepentirme.

Lecturas: M. Los últimos días de Europa (Antonio Scurati)

En su tercera entrega de la saga M., Antonio Scurati parece perder toda paciencia con Mussolini. Si hasta entonces era brutal y astuta, en modo alguno admirable, ahora es sólo brutal. Y torpe. Un Duce que cae en la trampa, en la seducción, de Hitler, que cada vez más solo y consciente de la debilidad de Italia, proclama que ha llegado “la hora de las decisiones irrevocables” 

Sin contemplaciones, en la nota con que abre el libro, Scurati señala que Este libro cuenta cómo nace una guerra, y y que en los acontecimientos que aquí se narran, los feroces, dementes perros de la guerra, fuimos nosotros, los italianos. Esa idea de la co-responsabilidad, la co-culpabilidad, del pueblo italiano es patente en todo el libro. Se nos han hurtado, entre el anterior volumen y este, seis años. Si este comienza en 1938, el anterior terminaba en octubre de 1932. Es como si, cansado de ser tan meticuloso en la crónica, quisiera darle pronto carpetazo a su villano, dirigirlo cuanto antes hacia las balas de la primavera de 1945 y a las torpes acrobacias del piazzale Loreto. También el lector, este lector, se cansa de las vociferaciones del líder, del entusiasmo acomodaticio de su pueblo. Esta vez, Mussolini promulga innecesarias leyes raciales y se muestra rendido, sumiso, ante la energía del nazismo.

Asistiremos a las dudas de Bianchi-Bandinelli, el conocido historiador del arte, sobre si debe aprovechar la coyuntura de ser cicerone de  ambos dictadores para atentar contra los dos, o la perplejidad de Renzo Ravenna, podestá judío de Ferrara, voluntarioso fascista, patriota y bienintencionado, que asiste espantado a su persecución en nombre de una latinidad excluyente, de un verdadero nazismo italiano. Los demás personajes, poco interesan, poco importan. Y el que menos, Mussolini.



jueves, 31 de julio de 2025

Lecturas: M. El hombre de la providencia (Antonio Scurati)

Mientras preparaba un viaje de trabajo a China, del que ya me ocuparé en este blog, estuve leyendo velozmente los tres primeros volúmenes de la tetralogía, verdaderamente extraordinaria, de Scurati sobre Mussolini. Que no es, no, una novela histórica: es un espejo oscuro y brutal de nuestro pasado reciente. Y, al mismo tiempo, una advertencia disfrazada de literatura. Sin juzgar, Scurati muestra una época. Para que cada lector llegue a sus conclusiones. Tiene una habilidad excepcional para desentrañar las raíces del poder totalitario sin necesidad de grandes discursos. Su narración entrelaza hechos documentados con la ficción, lo que produce una sensación inquietante: como si lo que ocurrió entonces pudiera repetirse, de nuevo, bajo nuevas máscaras.



Aunque no busque pontificar, hay afirmaciones que buscan confirmarse en la praxis literaria de Scurati. Como El fascismo no fue una ideología, fue una práctica del poderEsta afirmación, breve y devastadora, me ha hecho pensar en cómo muchas veces confundimos las etiquetas con las realidades. Cuántas veces, en nuestra vida cotidiana, aceptamos discursos sin analizar las prácticas que los acompañan. ¿Qué queda de una idea cuando sus actos la contradicen? Otro ejemplo: La verdad ya no importaba, solo la fuerza de quien la proclamaba.

Al leerlo, no pude evitar mirar las redes sociales, la política actual, tan siglo XX, tan chata y tan bruta,  los debates públicos donde la verdad parece cada vez más relativa, maleable, y lo que prima es el tono, la agresividad, el volumen. ¿No estamos, acaso, repitiendo algunos de los errores del siglo XX, aunque disfrazados de modernidad? Quien tenga oídos para oír, que oiga. 

Pero si hay un acontecimiento medular en este libro es la pasión y muerte de Giacomo Matteotti, de quien recuerdo un dato baladí desde mi adolescencia lectora como es el del nombre de su perro, Trapani, que no aparece en Scurati. Saber ese dato sitúa a Matteotti en la autenticidad de una vida cotidiana, la de un hombre que tuvo un perro y amó y fue asesinado de la peor manera. 

De ahí que entre todas las páginas turbadoras del libro, hay una herida que nunca cicatriza del todo, el asesinato de Giacomo Matteotti. En su retrato de Benito Mussolini —ya consolidado como “el hombre de la providencia” en el imaginario fascista—, el autor revela un líder que no duda en sacrificar lo que sea necesario para mantener su dominio, incluso la vida de un opositor incómodo.

Sobre Matteotti, Scurati escribe: Matteotti muere dos veces: una, asesinado por el cuchillo; otra, cuando su memoria es sepultada por el silencio cómplice del país. Esta cita no te deja indiferente porque no solo habla de la violencia física, sino del crimen moral y colectivo que ocurre cuando una sociedad opta por mirar hacia otro lado. Mussolini no necesitó firmar la orden de ejecución: le bastó con crear el clima, soltar la jauría, y luego esperar en silencio. Y lo más escalofriante es que funcionó.



El asesinato de Matteotti fue un momento decisivo. Y también un momento de prueba para el régimen. Durante semanas, la prensa, la oposición y buena parte de la opinión pública exigieron justicia. Parecía que Mussolini caería. Pero no cayó. Porque entendió, como Scurati apunta con precisión quirúrgica, que El miedo y la indiferencia son los verdaderos pilares de todo poder autoritario.

La relación entre Mussolini y Matteotti no es simplemente la de un dictador y su víctima. Es el retrato de un sistema que permite que la violencia se vuelva útil, que la ética se subordine al cálculo político, y que el crimen se oculte bajo capas de retórica. Entonces, allí. Ahora, aquí. Quien tenga oídos...



sábado, 28 de junio de 2025

Lecturas: M. El hijo del siglo (Antonio Scurati)


Desde hace años se me amontonaban algunos libros sobre el dictador italiano: Duce! Duce! de Richard Collier, Pio XII, Hitler y Mussolini de Giorgio Angelozzi Gariboldi, El papa de Hitler de John Cornwell, el Atlas ilustrado del fascismo de Jesús de Andrés Francesca Tacchi o El fascismo de Stanley G. Payne. Eso sin contar los títulos sobre la versión española del fascismo e incluso argentina (el inevitable Perón de los años 40 y 50 y quien sabe si también de después). En ellos pensaba encontrar algún apunte sobre si el fascismo y el nacionalsocialismo no son sino derivaciones  del estatismo socialista. Tal vez la futura lectura de Camino de servidumbre, de Hayek, termine de aclararme esa conexión. En todo caso, este primer volumen de la tetralogía novelística  de Antonio Scurati, M. El hijo del siglo (2018), representa una de las aproximaciones más ambiciosas y rigurosas a la figura de Benito Mussolini y al nacimiento del fascismo en Europa. El autor italiano propone una obra híbrida entre la novela histórica y el ensayo documental, que reconstruye el período comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial y la consolidación del poder fascista en Italia (1919-1924). ficción y a la vez no ficción, un Truman Capote con su aquel de académico. Un autor sobresaliente y acaso una obra maestra.

Desde una perspectiva narrativa que combina fuentes primarias, intercaladas entre los breves episodios, dejando clara la solvencia documental de Scurati, con técnicas propias de la ficción literaria, el autor logra dotar de profundidad psicológica a un personaje que, por décadas, ha oscilado entre la mitificación nacionalista y la demonización superficial. La tesis implícita de la obra es clara: “Mussolini no fue un monstruo. Fue un hombre de su tiempo”. Esta afirmación, que aparece en las primeras páginas del libro, no busca exculpar al dictador, sino evidenciar el carácter sistémico, colectivo e ideológicamente sedimentado del fascismo como fenómeno histórico. En pocas palabras: Mussolini, y con él Italia, fue fascista porque pudo. Por mucho que la nación se incluyera entre las vencedoras de la Primera Guerra Mundial, la torpe gestión de la victoria y la glorificación de los soldados conocidos como Arditi, que son casi casi el equivalente itálico a los de los Freikorps alemanes y protonazis, junto a derrotas como la de Caporetto o las extenuantes batallas de Isonzo (nada menos que doce fueron, cinco de ellas victorias italianas, tres inciertas, tres austriacas así como la victoria final para las potencias centrales), llevaron a esa Italia perpleja y empobrecida, desprovista de gloria, al ensalzamiento de la violencia para esquivar un sesgo soviético.



El uso constante de materiales documentales (discursos parlamentarios, artículos periodísticos, actas del partido, cartas privadas) dota al texto de una legitimidad historiográfica que, sin renunciar a la literatura, le permite funcionar como un libro de historia. En palabras del propio autor, “el fascismo no venció por la violencia de unos pocos, sino por la renuncia de muchos”. Efectivamente, la responsabilidad no recae exclusivamente en la élite política, sino también en la sociedad civil que, por acción u omisión, legitimó el ascenso del totalitarismo.



A nivel estilístico, Scurati escribe con una prosa densa, sobria pero iluminada esporádicamente por deslumbrantes metáforas, que rehúye del dramatismo fácil y apuesta por la frialdad expositiva.  Uno llega a escuchar la voz de Mussolini, arrogante y seductora, y a percibir cómo su figura se agiganta en medio del caos de la posguerra italiana.

En conclusión, M. El hijo del siglo no es solo una novela sobre Mussolini. Es una obra sobre la fragilidad de las democracias liberales, la manipulación del lenguaje político, el poder del relato y la facilidad con que la violencia puede institucionalizarse bajo discursos de orden, patria y grandeza. En tiempos de polarización y auge de nuevos populismos, su lectura se vuelve no solo pertinente, sino necesaria. Urgente.



martes, 6 de mayo de 2025

Lecturas: Paracuellos-Katyn: un ensayo sobre el genocidio de la izquierda (César Vidal)

 Vidal me cae mal. Muy mal. Esa meliflua expresión de protestante con intereses económicos no del todo claro, sus peleas con Jiménez Losantos, sus bochornosas intervenciones recogidas en Youtube en las que asume el papel y los cometidos de un telepredicador enloquecido y falsario. Véase:




Aclarado esto, he de reconocer que junto a una desaforada grafomanía, el tipo aparentemente sabe de lo que escribe. O al menos sabe sacar partido de la bibliografía o de los recursos disponibles en la red. En este libro, poco aporta y mucho informa. Que Carrillo fue un criminal de guerra todos lo sabemos, y excepto los de su cuerda, lamentamos que muriera de viejito sin haber pisado no una checa sino una cárcel de la democrática y domesticada España. Que Stalin fue el mayor hijo de puta que conocieron los siglos es también algo que tampoco merece la pena repetir.

Aquí, sin la brillantez ni el rigor expositivo de, digamos, Julius Ruiz (ni tan siquiera de Jiménez Losantos), Vidal ofrece un paralelo entre dos de las mayores matanzas de prisioneros políticos del siglo XX: la matanza de Paracuellos del Jarama, ocurrida en las afueras de Madrid en 1936 y la masacre del bosque de Katyn, perpetrada por la NKVD soviética en 1940. Como si hiciera falta insistir en ello, ambos crímenes fueron silenciados por razones ideológicas mereciendo ambos el mismo tratamiento en términos de memoria y justicia.



Como él mismo dice, “Lo grave no es que se hable de los crímenes del franquismo. Lo intolerable es que se silencien los del Frente Popular”. En la primera parte, describe, tras un prescindible repaso de las ideas de Marx y de Pablo Iglesias (el fundador del PSOE, no el tabernero cavernario homónimo), el desarrollo de las matanzas de Paracuellos. En la segunda, casi con desgana, la de Katyn olvidando, por ejemplo, los intentos de camuflaje comunista de aquel horror, de cómo con documentos falsos se intento vender que la autoría era nazi. Un título básico como el Mackiewicz (tengo la primera edición, de 1960) lo demuestra.

 

Tras la que, en rigor, fue “la primera gran matanza sistemática de prisioneros políticos en la Europa occidental del siglo XX” de la que fueron culpables, en nuestra áspera España, tanto altos mandos del Frente Popular como asesores soviéticos, señalando la voluntad de “silenciar Paracuellos para no empañar el mito fundacional de la izquierda democrática” y desbarrar aquí y allá, en lo que acierta Vidal es en que “No se trata de abrir heridas, sino de cerrarlas con verdad y justicia para todos”. Amén (que diría no sé si él, pero sí yo como católico y anticomunista confeso). 

domingo, 4 de mayo de 2025

Lecturas: Revolucionario. Cómo conservar tu cabeza en el París de Robespierre (Daniel Muñoz de Julián)

Todo es deleitable en este libro, incluso el tacto de sus cubiertas, las guardas ilustradas con la cabeza cortada de Luis XVI, el formato, las ilustraciones, el planteamiento, las ilustraciones, el estilo. Todo.




No es un libro para lectores curtidos, sino para asomarse al cataclismo que fue aquella revolución de la que, querámoslo o no, somos hijos. Aquí se toma como pretexto que un mozalbete del que poco sabemos excepto su nombre y procedencia, Jules Levasseur, de Auvernia, sus ganas de participar en la revolución, se acoge a la hospitalidad y los consejos del actor Simon Chénard, del que conocemos su atolondrada simpatía con los revoltosos al haber posado para Boilly ataviado como sans-culotte en la fiesta de la liberación de Saboya del 14 de octubre de 1792. Chénard le da cobijo y lo pone al día de los acontecimientos y lugares de París asociados a los mismos.



Sirva el dato de que Chénard sobrevivió a sus veleidades y murió en 1832 bajo otra monarquía y tras pasar por la etapa de Bonaparte. Bien por él. El locuaz Chénard hace arrancar su relato el 20 de mayo de 1793 cuando ya Luis XVI ha sido decapitado pero aún no María Antonieta. Con buen pulso, Daniel Muñoz de Julián nos sumerge en la peligrosa atmósfera de una ciudad a la que aún no ha llegado al frenesí el Terror y Robespierre aún no ha llegado a hacerse con el poder. Por entonces, la Convención Nacional está fragmentada entre girondinos y jacobinos, y la guillotina ya está funcionando aunque no con la voracidad que no tardará en alcanzar. Desde las Tullerías a los clubs o la Convención, Chénard orienta a su pupilo, le desarrolla los argumentos que debe utilizar para medrar en la revolución, qué lenguaje usar, a qué líderes imitar. Todo lo que un sans-culotte novato debe saber para, al menos, sobrevivir. 

El necesario epílogo, datado en París en 1799, da voz a Levasseur escribiéndole a Chénard, escapado a Filadelfia. En esas páginas, Levasseur acomodado en el Consejo de los Quinientos en plena reacción termidoriana y con Bonaparte en el horizonte, narra la toma del poder por los jacobinos, el asesinato de Marat, el Terror, la fiesta del Ser Supremo y la caída y muerte de Robespierre con la instauración del Directorio. Todo muy didáctico y muy certero. Un libro que conservar.