Soler ha llegado a ser un estilo. Como lo es, también, Javier Marías. En Soler, una página cualquiera delata al autor: una escritura intensa, cálida (lo de "en ebullición" no es del todo preciso pero ahí le anda), febril, obsesiva, densa. Y repito lo de intensa, que es la nota que predomina sobre todas las demás. Esta novela parte de una historia poco conocida en la ciudad que ambos compartimos, y cuyo escenario principal está, estaba, a escasos diez metros de mi lugar de trabajo: haciendo esquina con la casa natal de Picasso hay un edificio que ocupa el solar de la iglesia de la Merced, incendiada en 1931 y reutilizada, ya en los años 40-50, por el párroco de la iglesia de Santiago. El nombre de este cura con fama de santidad antes de que la verdad saliera a la luz, era Hipólito Lucena. Ésta es su novela. Y también el primer libro que trata con claridad su trayectoria, desde la inocencia y el sacrificio del sacerdocio hasta su perversión, su caída en el pecado y la heterodoxia y su desaparición.
Quien no esté al corriente, éste es el resumen de los hechos: un cura joven de un pueblo del interior de la provincia de Málaga logra sobrevivir a la guerra civil y nombrado párroco de Santiago, reúne a un grupo de muchachas a las catequiza. Hasta ahí normal. Pero en los restos de la iglesia de la Merced también las seduce y las posee en ceremonias en las que las demás entonan cánticos. Lo de unirse a Dios a través de su representante. Tan burdo como eso. Pronto habrá rumores, de embarazos, de abortos. La Iglesia investiga e interviene. Suspensión a divinis, proceso eclesiástico en Roma, confinamiento/prisión en un monasterio en Austria y regreso, en la vejez, al terruño en busca del olvido.
Ya en un artículo (ver aquí) de 2010 nombré de pasada el asunto. No mucho después recibí una llamada telefónica de un sobrino-nieto de Lucena, inquiriendo mis fuentes (la Enciclopedia del Erotismo de Camilo José Cela) y preguntándome si caminaba tranquilo por la calle tras haber alzado esa insignificante puntita del inmenso y pesado velo. Es Soler, jugando entre la ficción y la no ficción, dando voz a Lucena y a sus víctimas, quien deja a la luz cegadora y amarga los hechos. En un ejercicio literario perfecto. Una novela valiente de un escritor que siempre lo ha sido.