Picasso, que no me lo toquen. Llevo 35 años trabajando con él/para él y saber que esta última entrega de Falcó iba en torno al Guernica me hacía temer lo peor, el retrato de brocha gorda, los juicios de valor infundados, el abuso de los prejuicios. Sin que haya una tarea de documentación rigurosa (cuando se le hace hablar, hace afirmaciones que sólo formularía años más tarde), el mito sobrevive. No es el verdadero Picasso el que aquí aparece, pero al menos tampoco es el gañán al que tantos (y más ahora) acusan de otros defectos distintos a los que tuvo. Algo es algo.
Esta vez, Pérez-Reverte camufla la identidad de sus personajes. Así, comparecen Hemingway bajo el nombre de Gatewood, Lee Miller como Eddie Mayo, Peggy Guggenheim como Nelly Mindelheim o André Malraux como Leo Bayard. Sólo Marlene Dietrich y Picasso comparecen con su verdadero nombre. Y la Dietrich protagonizando una escena erótica que sería tolerable en un autor más joven o inexperto. Pero que aquí, desde mi experiencia personal de lector, chirría. Y sobra.
Aquí, Leo Bayard es alguien cuya experiencia y datos concuerdan con los de Malraux, sólo que aquí se enfrenta a un destino distinto al recibir Falcó la doble misión de hundir su carrera y/o truncar su vida presentándolo como un agente fascista y por tanto factible de ser sometido a una purga por parte de los comunistas, y por otra parte evitar que el Guernica sea como es. Con tiros y puñetazos, persecuciones y engaños, se consigue lo primero y en parte lo segundo. Esta vez la historicidad nítida y fiel no es una exigencia para el autor. Pero tampoco importa. El libro se disfruta como lo que es. Un pasatiempo más o menos sofisticado. Con eso basta.