Es de esos amores tardíos e irracionales el de mi flechazo con King. Un tipo que se ha convertido en una marca, en un mundo que no es el de Lovecraft sino más bien el de Poe, que maneja todos los recursos de la escritura con solvencia y eficacia. Todo ello ya está en esta su primera novela, famosa inmediatamente gracias a la adaptación homónima al cine de Brian de Palma dos años después del libro. Que la novela sea de 1974 tiene su importancia para un lector actual: está construida por fragmentos de libros, informes, artículos de prensa y alguna carta, entre los que se enlaza, narrada en tercera y segunda persona, la historia de Carrie White. Telequinética. Los textos que King pergeña para articular la historia son en su mayor parte posteriores al propio libro: 1981, 1980, 1982, 1976, 1988... Los hechos a que hacen referencia al clímax de la novela, que King sitúa el 27 de mayo de 1979. Así, juega con lo que quiere hacer verosímil y la pura especulación: todo, absolutamente todo, por mucho que pretenda ser realidad, es ficción pura.
Que trata sobre los instintos desatados hasta llevar a la destrucción de una pequeña ciudad, pero también sobre el miedo a la menstruación. Con la primera, y traumática, regla de Carrie empieza el relato y con ella bañada en sangre de cerdo se desencadena el caos. Entre medias, la madre de la protagonista encarna el fanatismo religioso en su faceta más estúpida. No nos encontramos ante una novela para pasar miedo, sino para conocer mejor los mecanismos de la ansiedad y la humillación. Que no es poco. ¿Algo más? Que es una novela extraordinaria, escrita con una apabullante madurez, insólita para alguien que sólo tenía 27 años.