Tras el entusiasmo de "El Museo de la Inocencia" llega la moderación, no exenta de admiración, de la lectura de esta novela, anterior, de Pamuk. De 1983. Aunque una clave, un indicio más bien, se encuentra en su siguiente novela, "El castillo blanco", de 1985. En ella encontramos una dedicatoria, a Nilgün Darvinoglu, a la que el autor llama hermana. En el prólogo de esa segunda novela, en primera persona se expresa Faruk, uno de los protagonistas y narradores de "La casa del silencio". En la novela que comentamos ahora, Nilgün es no narradora sino la persona sobre la que confluyen las narraciones de la novela. En términos rebuscado, la dramatis persona, la persona del drama, pues el hecho dramático que se narra se encarna, insospechadamente, en ella.
Cinco narradores, a los que cuesta diferenciar hasta que los párrafos avanzan, se van turnando en esta segunda novela de Pamuk (la primera, la voluminosa Cevdet Bey e hijos, está en proceso de lectura ahora, en noviembre-diciembre de 2015), relatando lo sucedido en julio de 1980 en una Turquía devastada por la violencia política en la que se aniquilan comunistas y nacionalistas de derecha. Se sigue, alternándose, la narración que hacen cinco personajes: el enano Recep, la anciana Buyukhanim, sus nietos Faruk, Metin y su primo Hasan. La ciudad en la que viven, en la que está la decrépita casa del silencio que comparten el enano, la abuela y sus nietos es Cennethisar, una ciudad balneario cerca de Estambul. Es fácil asimilar la casa del silencio a la propia Turquía. Quien quiera hacer esa identificación no yerrará en demasía. El propio Pamuk ha declarado que los jóvenes personajes expresan diversos aspectos de su propia vivencia de juventud. Es también un análisis del deseo, de la necesidad de autoafirmación, de los mecanismos de la violencia. Todo a la vez.
Narrada con maestría, la alternancia de voces, con sus monólogos interiores, lleva a la deriva al lector hasta que éste va identificando a quién pertenece la voz y cuál es el papel de cada personaje en este juego de voces, de hilos que se entrecruzan para mostrarnos un paisaje que es cruel y sangriento. Un Pamuk maduro ya en su segunda novela. Y que me sigue confirmando, libro a libro, que ningún otro autor vivo me despierta mayor admiración. Y del que al menos otros seis títulos tendrán, Dios mediante, su reflejo en este blog.