Ahora te ponen el apellido enseguida. Basta con mostrar la menor discrepancia con las autoridades (las de aquí, las de ahora) y quedas bautizado: fascista. O tan sólo hay que nombrar a otros, sospechosos habituales, y ya tienes el sambenito. Por ello el riesgo de comentar un libro de Pío Moa. Por mucho que ela contracubierta se reproduzcan opiniones entusiastas como la Stanley G. Payne (El empeño más importante llevado a cabo durante las dos últimas décadas por ningún historiador en cualquier idioma, para reinterpretar la historia de la República y la Guerra Civil), Moa es considerado, no sé si por su condición de no historiador titulado, por su bandazo de ser terrorista del GRAPO (mismo grupo asesino en el que militó el padre del ex-presidente de este gobierno) hasta sus posturas derechistas. Por tanto, Moa es otro fascista tan reprobable como sus lectores. Como yo mismo, vaya. Y el odio y hasta el desprecio de que es objeto (hace unos años hasta se publicaron sesudos estudios contra Moa, buscando hundirlo), se hace llevar a los que le leemos.
Vamos a ver, la Guerra Civil española es uno de mis temas preferidos de lectura. Estudios, no ficciones. Payne, Preston, Thomas, esa gente. No la abominable Almudena Grandes. Y Moa. En él no he leído nada que rechine, que suene a mentira, a forzar la interpretación de los hechos. Ni en Los mitos de la guerra civil española ni en Años de hierro: España en la posguerra 1939-1945 ni en el título que ahora comento. Curioso caso el de la Guerra Civil española. Aquello de que la Historia la escriben los vencedores se dio aquí la vuelta. Ante el drama humana y las necesidades de la propaganda (eran tiempos de equiparar a Franco con Hitler y Mussolini, había que blanquear el atroz comunismo antes de que empezara la Guerra Fría, ya que ellos habían tomado Berlín. Esas cosas. Y desde las simpatías desde la historiografía británica y estadounidense por los regímenes liberales (la República parcialmente lo fue, y parcialmente no), no se podía sino defender a los "pobrecitos republicanos" y demonizar a los fascistas comeniños. Qué cosas.
Es desde su oposición a ese discurso buenista y maniqueo que Moa se alza y se convierte en la bestia negra de la historiografía española. De cierta historiografía, si bien mayoritaria y hegemónica. Revisionismo. Por decir y demostrar lo ya sabido, que la guerra civil, el golpe contra la República, lo dio el PSOE en octubre de 1934, que la CEDA, hasta marzo de 1936, era moderada, que el jefe del golpe fue Largo Caballero, con la ayuda escéptica de Indalecio Prieto y Manuel Azaña y con la participación activa y clave de Lluís Companys, ese traidor separatista y enemigo de la República burguesa que le había concedido la autonomía a su región. Los hechos de aquel octubre de 1934 terrible y el camino hacia el mismo quedan aquí bien narrados. Eso sí, chirría que se cite como historiadores serios a Joaquín Arrarás y a Mauricio Carlavilla (Mauricio Karl, autor de panfletos fascistas y antisemitas), apologetas del franquismo. En las páginas finales del libro recoge las instrucciones del golpe redactadas por el Comité Revolucionario que dirigía el levantamiento, transcrito desde la copia de Largo Caballero depositada en la Fundación Pablo Iglesias. Todo claro, clarete. ¿Franco golpista? Sí, cómo no. El PSOE y Largo Caballero golpistas, también. Y no extraña que Franco y los suyos se levantaran contra el Frente Popular del que el partido mayoritario, gobernante ahora, era el que gobierna ahora. Con un presidente que recientemente elogió a Largo Caballero y lo puso de ejemplo. Avisados estamos. Y ya me pueden llamar lo que quieran.