El desfile -decía alguien- ha sido impresionante y revela la gran fuerza
espiritual del pueblo catalán. A nuestro pueblo le entusiasman esas grandes
paradas de la ciudadanía. No sabe pasar
muchos meses sin provocar alguna. Pero acaso entre una y otra, aunque solo
mediasen tres o cuatro meses, tendría alguien que preocuparse de rellenar el
tiempo con una tarea que tal vez no sea del todo superflua: la de gobernar, la
de administrar, la de hacer por el pueblo algo más que ofrecerle ocasión y
pretexto para esos deslumbrantes espectáculos.
Es fácil evocar las banderitas, el corro de la patata, la silbatina y la fiesta que hemos visto en tantas diadas recientes, acompañadas de reclamaciones de libertad formulada por quienes saben que la tienen de sobra. Tanto carnaval estelado. Para que al final, como aquí pasará, nada suceda:
Voy preguntando a los hombres representativos de Cataluña qué es lo que piensan del momento presente, qué es lo que quieren, adónde van. Mi encuesta es, hasta ahora, bastante satisfactoria.En Cataluña no pasará nada. Es decir, no pasará nada
de lo que el español no catalán recela. El triunfo electoral de las izquierdas no dará a Cataluña una orientación revolucionaria, aunque muchos hombres de izquierda, desde luego todos los de la derecha, puedan creerlo todavía. [...] En Cataluña hay, por encima de todo,
un hondo sentido conservador que se impondrá fatalmente fatalmente. Yo no sé si los
hombres de la Esquerra, profesionales casi de la revolución, se resignarán a
aceptarlo. Si no lo hacen, peor para ellos.
Al loro, o sea.