Un Pamuk denso, especialísimo. Si ya hemos visto cómo nuestro autor
recurre a autorreferencias de libro en libro, nos encontramos aquí con un
título en el que aparecen menciones de Cevdet Bey, personaje principal de gran
parte de su primera novela, y al cautivo narrador y narrado de “El castillo
blanco”. Pero, a la vez, esta novela con aspiración a obra maestra se convierte
en precedente de la indiscutible obra maestra que será “El Museo de la
Inocencia”. Porque aquí encontramos por primera vez a dos primos, Rüa y Galip, que se enamoran
(y en esta ocasión llegan a casarse) y que bruscamente se separan. Y el
enamorado comienza una búsqueda de la amada que se convierte en búsqueda del
amor perdido y de la propia identidad. Dos temas que, con sus imprescindibles
variaciones, reaparecerán en la siguiente ficción (ahora en proceso de lectura)
de Pamuk: “La vida nueva”.
Denso, con esa capacidad de estilo y de seducción del lector que me hizo
cerrar el libro en diversas ocasiones para reponerme de la conmoción que supone
encontrar pasajes que nadie puede superar, respirando hondo y mezclando
admiración, envidia y emoción, “El libro negro” se convierte en una falsa
novela policiaca en sus capítulos impares, que siguen al narrador en la
búsqueda de su esposa. Que como aficionada a la literatura detectivesca
puede que esté jugando con su marido a
un desesperante juego del escondite. Al menos eso es lo que el lector, este
lector, desea. Pero la explicación de este misterio no será clara y, además,
será terrible. En los capítulos pares, Pamuk inserta muy elaborados artículos
literarios que atribuimos a Celâl Salim, hermanastro de la desaparecida y también
abruptamente ausente. En todo caso, todas las páginas, todos los capítulos,
giran en torno al amor, a la muerte, a la escritura, a la propia Estambul, la
mentira. Las obsesiones permanentes de Pamuk, en suma.
Se admira, por su capacidad fabuladora, al quizás apócrifo Celâl Salim,
que en sus escritos se refiere con insistencia a la biografía y los escritos
del místico musulmán Mevlâna al que en Occidente conocemos como Rumi, quien ante la pérdida de un amigo/amado (el libro de Pamuk es un constante juego de espejos), escribió:
¿Por qué debo buscarlo?
Soy el mismo, soy como él.
Su esencia habla a través de mí.
¡Me he estado buscando!
La búsqueda de Galip, que busca a la vez a Celâl (a quien llega a
suplantar) y a Rüya, es una búsqueda de sí mismo. Como ser turco es también una
manera de vivir preguntándose por la identidad. Unas magistrales páginas
finales le darán sentido y coherencia a la novela. Que a su vez se resume en
unos versos de Rumi que no son citados por Pamuk:
Escucha la flauta de caña, y la historia que cuenta,
cómo canta acerca de la separación:
desde que me cortaron del cañaveral,
mi lamento ha hecho llorar a hombres y mujeres.
Deseo hallar un corazón desgarrado por la separación,
para hablarle del dolor del anhelo.
Todo el que se ha alejado de su origen,
añora el instante de la unión.
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