Una de esas bicocas en pasta dura compradas por 2'40 euros en una librería de ocasión. En la cubierta, Ana Ajmátova en un retrato por Nathan Altman, y la mención de Lou Andreas Salomé, Olga Picasso, Elsa Triolet y Gala Dalí como gancho para el lector. Aquí la lástima, el inevitable pero, es la calidad, o al menos su pretensión. Los autores, en especial en los primeros capítulos, abusan de una voluntad de estilo que produce hartazgo. Más adelante, puede que renunciaran. O que el lector se acostumbre a los oropeles, sedas y pedrerías de esta prosa un tanto ridícula. Pero lo que importa es que el libro, pese a todo, funciona y que ofrece ajustados y sugerentes retratos de las nombradas y de algunas rusas más: Lilí Brik, Marina Tsvetaieva, la modelo de Matisse, adorable y ejemplar, Lydia Delectorskaya, Tamara Karsavina, Dina Vierny, la princesa Kudácheva, Moura Zakrevskaïa-Benkendorf y Lena Zonina. Excepto algunos casos sobresalientes (las hermanas Brik, las dos poetisas, Gala Dalí, Lou Andreas...), grandes mujeres a la sombra de grandes hombres. Una buena (y enojosa) introducción a todas esas vidas y sombras. Que produce el placer de perder para siempre de vista la palabra "egeria" aplicada con machacona tontería a cada una de las citadas.
viernes, 31 de octubre de 2014
jueves, 30 de octubre de 2014
Lecturas: Aegypto (John Crowley)
En los tiempos en que uno agarraba soberanos rebotes porque las secciones dedicadas a la ciencia ficción en las librerías estaban ocupadas por chorradas de enanillos, hechiceros y embrujos (no es que me haya aficionado al subgénero de espada y brujería, es que ya me da igual), en esos tiempos, decía, de comienzos de los noventa en que me aficionaba al género de San Philip K. Dick, este libro, Aegypto, de John Crowley, tenía su prestigio y la promesa de multiplicarse en varios volúmenes venideros. Conseguí los que le sucederían, Amor y sueño, y Daemonomania. Y justo ahora me entero de que un cuarto libro, Endless Things, se quedará sin traducir ni editar en español. Lo que significa que de esta lectura se deriva un cálculo, hecho antes de emprenderla. Cuyo resultado es leer los tres volúmenes de que dispongo, dejando librado al capricho y a la experiencia la lectura, en riguroso inglés, del último. Ya se verá. De todos modos, pese a la seductora sugerencia del autor que hace John Clute en su imprescindible Ciencia Ficción. Enciclopedia Ilustrada (uno de esos volúmenes que siempre me acompañarán como un guía fiel y sereno), la lectura no me hace ansiar lanzarme sobre el segundo título de la tetralogía. Tal vez porque aquí lo que hay es costumbrismo trufado de toques fantásticos y eruditos. No, en cualquier caso, ciencia ficción. Como ejercicio literario es un libro magnífico, que se parece más a los de, digamos, el Philip Roth de Pastoral americana (o, mejor aún, por su carga introspectiva, cualquiera de Saul Below) que a una novela de género. El resultado es similar a oír una larga obertura, muy prometedora, algo así como el preludio de Tristán e Isolda de Wagner. Tras el que los músicos guardan los instrumentos y se despiden y termina el libro.
Por ello, ni recomiendo ni rechazo este libro. Hay estilo, hay vida. Pero no hay, aún, una historia que te atraiga, que te haga aceptar ese arranque que no arranca, la sofisticada estructura que se guía, ay, por las casillas zodiacales, los atisbos sobre el mago isabelino Jonn Dee o el filósofo inflamable Giordano Bruno vistos a través de las ficciones de Fellowes Kraft, un autor creado para ello y que tendrá su momento estelar, se supone, en el resto de la serie. No, no me convence del todo Crowley. Copio aquí un fragmento que dice de qué va, de qué deberá ir, la cosa: "Hay dos países diferentes. Uno, el que yo soñé e imaginé, que también tiene una historia, como la tiene Egipto, una historia igualmente larga pero diferente, y monumentos diferentes, o los mismos monumentos pero con significados totalmente distintos; y una literatura y una ubicación también diferente. Puedes rastrear la historia de Egipto, más y más atrás, y en un determinado momento (o en varios momentos distintos) la verás bifurcarse. Y puedes continuar con una u otra: la del libro de historia clásico, Egipto, o la otra, la soñada. La Hermética. No Egipto, sino Aegipto. Porque hay más de una historia del mundo."
Avisados quedamos. Pero no seducidos. Por ahora. O por nunca.
domingo, 26 de octubre de 2014
Más víboras lúbricas (y catalanas)
Comienzo a pensar en hacer las maletas. En mirar como un desesperado viajero el mapa del mundo y empezar a buscar un país en el que vivir sin miedo, sin asco. Aparte de las insensateces que uno lee en Internet y que con alarmante tranquilidad sostienen que la España actual es lo mismo que la Alemania nazi, el Chile de Pinochet o la propia España de Franco (hay quien escribe eso y ni se despeina, en un alarde de ignorancia demasiado frecuente), aparte de eso, digo, me encuentro esta mañana con un indicio alarmante de hasta dónde podemos llegar con la división creciente entre los españoles. Con un indicio de los que te hacen decir "quizás no merezca la pena seguir aquí, quizás vivir aquí sea peligroso". Dejo la grave obertura y relato el hecho.
Mi mujer me muestra un comentario en el grupo de Guasap (ahora, dicen, la palabra es correcta para la Real Academia) en el que participa y que reúne algo tan inocuo como un grupo de compañeros de colegio en Barcelona. En él, a veces habían aparecido mensajes llamando a participar en el referéndum ilegal del próximo 9 de noviembre, en él se habían subido imágenes de propaganda con la banderita estrellada de marras. Todo eso que se puede esperar de gente que vive inmersa en la circunstancia, en la promesa de la quimera, en la retórica vocinglera e inmediata según la cual no tienen libertad y son expoliados, todo eso. Palabras, palabras, palabras. O tres veces paraules. Y entonces se armó la podrida. Alguien pone, en castellano, lo siguiente:
El discurso mas reciente y tramposo de toda esta gente es la "tolerancia", el "respeto" a las opiniones ajenas, cuando saben por supuesto que sus planteamientos son del todo absurdos y engañosos. Ofrecen respetar y tolerar otros puntos de vista cuando es la gente consciente quienes desperdician su tiempo en estas movidas que no tienen fundamento alguno y que veremos caer, como a un "gigante con pies de barro". Por muchos millones invertidos, las mentiras no se sostienen. Por mucho que quieran repartirse el pastel entre ellos, el pueblo acabará sabiendo que toda la vida les han estado robando en casa y no desde fuera. Mucho tendrían que engañar para poder seguir saqueando la economía local, quejándose de lo que tributan a España. Lo mas triste del ahora es como hacen la "vista gorda" o creen mártires de la independencia a quienes les han robado y que ahora rinden cuentas sucias. Y lo que está por destapar...
Todo esto, insisto, después de llamamientos insistentes a saltarse la legalidad que todos acordamos el 6 de diciembre de 1978. El resultado fue que alguien, familiar además de mi esposa, anunció su abandono del grupo por ser inadmisible tanto veneno y tanto odio. Un adiós anunciado, además, entre insultos. Es lo que tenemos. Que una vez más sólo se permite (no hablo del poder, hablo de lo más cercano, de las actitudes cotidianas -y catalanas-) cantar a coro, repetir las consignas oficiales (in-depen-den-cia ja, volem votar y demás mantras y balidos). Se da por sentado, se exige, que el otro opine y obre y obedezca como nosotros. Y la más mínima disidencia, la mínima singularidad, pasa a ser objeto de descalificación, zapatazo y portazo. Triste España la nuestra, triste España la que está poblada de gente así, como el que repite eso de que estamos en una dictadura espantosa o agarra un cabreo monumental cuando alguien levanta un dedo y dice "su" verdad. Me aterra el panorama, me asquea. De pronto, hemos retrocedido varios siglos. Mientras el coro, con diversos acentos, ensalza y reclama las viejas cadenas, buscando atarse con unas forjadas con el oxidado acero de Moscú o con el oro suizo de los próceres de la independencia catalana. Mi padre vivió, en su infancia, una guerra civil. Con este desprecio a la inteligencia, con esta renuncia a la mesura, no descarto vivir otra. Miedo. Asco. Y en todas partes. Que Dios se apiade de nosotros.
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