La indefinición es lo que salva esta novela, haciendo que este baqueteado lector no sepa si es una novela valiosa o un experimento fallido. Esa duda radica en la participación de un segundo autor al que siempre queda acusarlo de los defectos, o simplemente de lo que no agrada a este comentarista. Que no es otra cosa que el elemento fantástico. Me aclaro y confieso. Allá en los años noventa, cuando empezaba a aficionarme al género de la Ciencia Ficción y a reunir una biblioteca de voraz aficionado, y en una ciudad de provincias que como tantas se arrogan el desmérito de las cien tabernas, en el único lugar en el que se encontraba una sección etiquetada como Ciencia Ficción era la librería de El Corte Inglés. Allí, para encontrar algún Philip K. Dick tenía que sacarla de entre volúmenes de otro género, la Fantasía en su modalidad Heróica, o de Espada y Brujería. Aquellos volúmenes usurpadores publicados por Timún Mas, y muy especialmente aquellos que formaban sagas protagonizadas por el Rey Arturo y sus nobles y errantes currantes (acababa de licenciarme en Filología Hispánica, con matrículas de honor en las asignaturas de literatura francesa y conociendo por tanto más que bien la Materia de Bretaña y con motivos para desdeñar esos subproductos), me parecía que le quitaban el espacio a Dick, Heinlein, Asimov, Bradbury o Simmons. Como aquí, en la novela que nos ocupa, puede que Straub le quite páginas a King, que le haga desviarse de su territorio.
Porque aquí tenemos un libro que por una parte es plenamente del de Maine, con su recio realismo y su conocimiento del dolor, y por otro una novelita digna de Timún Mas, de caballeros, villanos, luchas por el trono (más adelante, en otra entrada, me tocará comentar ese desbarre que es Los ojos del dragón) y una reina hermosa y agonizante. Uno prefiere creer eso, que los capítulos situados en nuestro mundo son obra de King. Los de terror. Mientras que los fantásticos se deben a Straub. Que, pese a mi trauma de juventud, debo reconocer que escribe más que bien. Y la lucha del jovencito Jack Sawyer por traerse de una realidad paralela medievalizante el talismán que cure a su madre, que en el otro mundo es una reina que languidece, se convierte en un revoltillo de episodios de fantasía, con sus hechiceros y sus espadas, debe y puede interpretarse como la huida (mediante una pócima primero y más adelante simplemente por fuerza de voluntad) hacia otra realidad en la que parezca posible salvar de la inminente muerte a alguien querido. El mito de Orfeo y Eurídice, caigoi ahora, no es ajeno a esta historia.
Los Estados Unidos de gente que puede ser muy mala y con alguna buena, tan excelentemente retratado por King, las andanzas de Sawyer por la realidad, es lo mejor del libro. Lo del mundo fantástico y su confluencia final con el real queda para el gusto de cada cual. No para el mío. Pero, lo reconozco, es una buena novela. Y una rareza morrocotuda en King (algún volumen más vendrá escrito en colaboración con Straub). Eso sí, quien no quiera perder el tiempo leyéndose la opera omnia de King, puede saltársela. O eso creo.