En su tercera entrega de la saga M., Antonio Scurati parece perder toda paciencia con Mussolini. Si hasta entonces era brutal y astuta, en modo alguno admirable, ahora es sólo brutal. Y torpe. Un Duce que cae en la trampa, en la seducción, de Hitler, que cada vez más solo y consciente de la debilidad de Italia, proclama que ha llegado “la hora de las decisiones irrevocables”
Sin contemplaciones, en la nota con que abre el libro, Scurati señala que Este libro cuenta cómo nace una guerra, y y que en los acontecimientos que aquí se narran, los feroces, dementes perros de la guerra, fuimos nosotros, los italianos. Esa idea de la co-responsabilidad, la co-culpabilidad, del pueblo italiano es patente en todo el libro. Se nos han hurtado, entre el anterior volumen y este, seis años. Si este comienza en 1938, el anterior terminaba en octubre de 1932. Es como si, cansado de ser tan meticuloso en la crónica, quisiera darle pronto carpetazo a su villano, dirigirlo cuanto antes hacia las balas de la primavera de 1945 y a las torpes acrobacias del piazzale Loreto. También el lector, este lector, se cansa de las vociferaciones del líder, del entusiasmo acomodaticio de su pueblo. Esta vez, Mussolini promulga innecesarias leyes raciales y se muestra rendido, sumiso, ante la energía del nazismo.
Asistiremos a las dudas de Bianchi-Bandinelli, el conocido historiador del arte, sobre si debe aprovechar la coyuntura de ser cicerone de ambos dictadores para atentar contra los dos, o la perplejidad de Renzo Ravenna, podestá judío de Ferrara, voluntarioso fascista, patriota y bienintencionado, que asiste espantado a su persecución en nombre de una latinidad excluyente, de un verdadero nazismo italiano. Los demás personajes, poco interesan, poco importan. Y el que menos, Mussolini.
No hay comentarios:
Publicar un comentario