Ayer, en la librería-galería Isla Negra, en Málaga, tuve el honor de leer unas palabras para inaugurar una exquisita y muy intensa exposición de un artista y amigo al que amo, Perry Macon Oliver. Ahora las comparto en el blog:
Hay en la Axarquía, allí en el interior (no es baladí esta indicación pues
no sólo de geografía hablamos), donde ya todo camino es hacia arriba, un
hidalgo caballero de enjutas carnes que con un castellano muchas veces digno de
los tiempos de Alonso Quijano el Bueno te atiende y acoge, te guía por su
taller y con una sonrisa intenta explicarse cuando no lo necesita. Porque
Oliver, Perry para algunos amigos puristas, ha dado, cual si de un alquimista
se tratara, con una fórmula que de pronto, hierofante, sirve para expresar el
mundo y la vida. Porque en la severa geometría de sus esculturas, en las curvas
de sus grabados, hay, convertidas en enigmas, todas las claves para aprehender
la vida. Porque es pasión y es deseo lo que nos sugiere fingiendo que nos lo
oculta. Y mientras lo hace, con una lucidez que él empecinadamente negará,
todas las pulsiones caben y se asoman en sus misterios visuales: no habrá
gigantes ni molinos que puedan vencer a quien con su bondad y cercanía insiste
en no saberse poderoso y genial.
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