Ya lo dice el himno oficial de Cataluña, Els segadors, cuando afirma que Cataluña triunfante volverá a ser rica y plena conminando a retroceder a esa gente tan ufana y tan soberbia. Lleno de amenazas más o menos veladas, de golpes de hoces que pueden segar cadenas, y que seguirán afilando para defender la tierra, siempre me ha llamado la atención justamente eso, los ufanos y soberbios. Según la Real Academia Española, ufano es, en su primera acepción, alguien arrogante, presuntuoso, engreído. Y soberbio, quien tiene soberbia o se deja llevar de ella, entendiendo soberbia, en su primera acepción, como altivez y apetito de ser preferido a otros. Y, en su acepción segunda, satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás. Y en la tercera, exceso en la magnificencia, suntuosidad o pompa, especialmente de un edificio. Y en la cuarta, cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.
Vivimos tiempos de fronda, en que un trozo de España quiere unilateralmente y situándose fuera de la ley, separarse del resto de la nación. Quizás con cansina insistencia he menudeado en este blog en razones por las que no comparto la causa secesionista. No insistiré, por tanto, en razones históricas ni políticas. Iré a algo menos abstruso. Y que me hará merecedor de que me llamen ufano o soberbio los que esto lean y sean ignaros (que no son del todo ignorantes, sino que no tiene noticia de las cosas). Pero de lo que hablo ahora es del factor humano. O no.
De cómo los que eran notoriamente independentistas (sea desde el nacionalismo o desde la izquierda que ve en el hecho mismo de la existencia de España una herencia de Franco, cosas de las pocas lecturas y el flaco discernimiento), o meramente tibios se han ido decantando por la cosa de las esteladas, la indignación por el uso de la fuerza y el consumo a granel de las imágenes que llegan y son tragadas de forma acrítica, inflamados por la ética y la ética de las heridas fingidas, los dedos partidos pero absolutamente ilesos y otras zarandajas por el estilo. Entiendo que la monotonía de madrugón-trabajo-familia-gato/ perro-tele es poco motivadora, y que los gritos de in-de-pen-den-cia o fora-fora-fora o el hispanísimo fils-de-puta, son más estipulantes que decir “buenos días, ¿me pone un poleo menta?” o un “buenos días, amor”, y que agitar la bandera con la estrella es más emocionante que aporrear este teclado, y que tragarse la propaganda de TV3 (la llevo viendo cada día un rato desde el 5 de septiembre y es ridícula y triste en su entusiasmo. Nota: mi conocimiento del hermoso idioma catalán es más que aceptable), a los que antes han sido criados en la inmersión lingüística en catalán y el falseamiento de la Historia (queridos ignaros: no existió nunca una corona catalano-aragonesa; en 1714 no desapareció la independencia de la nación catalana porque no fue nunca independiente porque nunca existió la nación catalana; pero prometí no meterme en jardines históricos), decía, a los inoculados por el venenillo del hola nou país, el volem votar, de pronto la vida parece que les ofrece un sentido, un objetivo final, una justificación, una coartada.
Y, claro, quien venga a aguarles la fiesta, quien diga España, quien diga Constitución, quien diga Ley, pasa a ser un fascista, un redomado hijo de puta, un esquirol.Quien señale la presencia en la Diada del terrorista Otegi, miembro de una banda que dejó muertos en Hipercor de Barcelona, en la Casa Cuartel de Vic, mimado por los separatistas, entrevistado entre sonrisas y manoseos en TV3. Quien recuerde el latrocinio del 3 %. Quien se niegue a vituperar este país antiguo y manifiestamente mejorable, merece el escrache. El puteo. El linchamiento que empieza siendo verbal y después acaba como se sabe. Quien quiera reforma, quien quiera evolución, en vez de ruptura o revolución, es un enemigo del pueblo. Un imperialista burgués. Un botifler. Todo eso. Quien quiera, puede empezar. Mis espaldas son anchas. I amb un somriure os borraré de mis contactos si formáis parte de ellos. Porque no discutiré con los que están preparando el hacha, la hoz, para con un bon cop de falç cercenar la patria común en indivisible de todos los españoles (Preámbulo de la Constitución Española de 1978). Tengo algunas más lecturas y algo más de edad (es decir de experiencia, es decir de aprendizaje, es decir, de saber) que muchos de estos jóvenes del pásalo y del Visca la Terra... Lliure. No entraré en disputas con los de la estrella ni con los de Podemos. Para qué. No os voy a convencer ni vosotros me convenceréis. Pero no voy a ser parte de la Cataluña ni la España del silencio. Hay un golpe de estado contra la soberanía depositada en todos los españoles, contra la unidad indisoluble de la nación. Y no voy a callarme. Ni antes, ni ahora. Ni después.
Y en este empeño de L’Estaca y Els segadors, buscan liberarse (i ens podrem alliberar, termina La Estaca, es decir, y nos podremos liberar) de lo que llaman, ellos, los separatistas, los de la CUP, los de Podemos, “el régimen del 78”. Como si dijeran “el régimen de Franco”. Y se quedan tan panchos, tan enardecidos, tan queriendo repetir lo de 1934 o lo de 1936 o lo de 1714, tan gallitos, maldiciendo al que diga España, Constitución, Ley. Justicia. Así nos va, con los delirios de quienes sienten satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás. Con cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas. Tan ufanos y soberbios. Porque els defensors de la terra realmente echan tierra sobre Cataluña, sepultándola en la ignorancia, en la xenofobia. Más de uno que lea esto dirá de mí que no soy catalán, que soy un andaluz, y que según el patriarca Jordi Pujol i Soley, por mucho que intenten ocultarlo, somos lo que somos: El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad.
Pero, señores ufanos y soberbios, estáis consiguiendo no sólo poner en peligro la convivencia, forjada entre los siglos, entre los españoles (aunque sea los españoles entendidos como los tacaños catalanes, los vagos andaluces, los bestias vascos, los chulos madrileños y así), sino la convivencia entre las personas, en el día a día. Soy catalán consorte. Y tengo comunistas en mi familia. De los que se creen aquello del derecho a decidir y la plurinacionalidad y todas esas vainas. Tengo familia en Cataluña, algunos pocos sintiéndose españoles y otros afincados en los prejuicios y las consignas, de los que con igual tranquilidad te dicen que España les roba y que todos los curas son pedófilos. De todo tengo en mi entorno. Entre amigos y entre la familia. Y con estos arrebatos de consumo inmediato, de consigna y azuzamiento, lo que se consigue es solamente eso: la discordia, el enajenamiento. Y más adelante, la violencia. Hace quince o veinte años, Cataluña era el ejemplo, el objeto de envidia. Aquello era Europa, más que España. Y hoy, ahora, antes de que el próximo lunes se consume la fantochada y la tragedia, es el solar de los que se callan por mera supervivencia, la patria de los iracundos, de los falsarios. Yo, por mi parte, seguiré amando esa región, queriendo a mi familia y amigos de allí (y tolerando que algunos hayan caído en las mentiras preciosas del independentismo, con la esperanza de que la madurez y un poquito de instrucción les hagan ver más allá de los lemas) y deseando que el régimen del 78 sobreviva y se mejore. Y que los envenenadores de las masas, los que se preparan a demoler esta áspera y querida nación, España, sean castigados. Con Leyes. Con Constitución.
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