Fin engancha más que un matamoscas, y su misterio hace que uno queme tostadas, se caiga a alcantarillas e inunde pisos. Desde aquí puedo verles, lectores, empeñando televisores y juguetes del niño para ir a comprar Fin. Es una droga, una epidemia, este libro. No se lo pierdan. Este juicio, entusiasta y excesivo de Kiko Amat en La Vanguardia sirvió para que volviera a la librería de segunda mano y pidiera el libro de David Monteagudo mientras tenía en mente algún recuerdo de opiniones de lectores que en algún periódico en la red decía que estaba bien pero no es para tanto.
Pues está muy bien. Por mucho que el final abierto te deje desconcertado. ¿De qué va Fin, cuáles son sus méritos? Pues de un grupo de casi cincuentones que se reúne tras veinticinco años sin verse para cumplir una promesa de juventud. El lugar es un albergue rural apartado de casi todo. A las pocas horas, mientras se ponen al día de lo principal y aguardan y temen el regreso de un invitado que fue objeto de alguna broma pesada y degradante de la que no se dan detalles, irrumpe el elemento fantástico: el cielo estrellado parece una fotografía retocada y demasiado lleno de astros; además, el viento no sopla y todos los aparatos eléctricos, desde los mecheros a los móviles o el motor de explosión de los coches, dejan de funcionar. Al intentar volver a casa, a la normalidad desaparecida, comprobarán que todo indica que toda otra presencia humana ha desaparecido, que tampoco hay cadáveres ni nada que indique una catástrofe. En su lugar, abundan los animales, incluso los que no pertenecen a ese paisaje del interior de España. En actitud a veces hostil. En ese viaje por el silencio, van desapareciendo poco a poco los personajes, en un juego casi a los Diez negritos (¿se puede citar ese título sin que te tilden de racista?) de Agatha Christie.
Casi cada capítulo se encabeza por el nombre de quienes en él tienen voz. Así, el primero es Hugo-Cova, María-Ginés el segundo, Nieves-Amparo-Ibáñez el tercero, el cuarto Maribel-Rafa, sigue con Hugo-Ginés y desemboca en la nómina completa: Amparo-Cova-María-Hugo-Ibáñez-Maribel-Nieves-Ginés-Rafa. Nueve nombres, nueve negritos. Diez con el ausente cuya presencia se espera y se teme.
Con diálogos creíbles, que fluyen con facilidad, van manifestándose los puntos de fricción de antaño y hogaño. De manera que en esos primores de lo vulgar hay quien ha visto, con acierto, una actualización de El Jarama de Sánchez Ferlosio. También hay algo, aventuro, de El Ángel Exterminador de Buñuel. Novela apocalíptica sin apocalipsis, de peligros invisibles, literatura fantástica sin fantasía. Retrato del vacío y de la caducidad de los afectos, y novela de aventuras. Todo esto es, y no es, Fin.
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