Hoy se cumplen 400 años de la pobre sepultura de Miguel de Cervantes, muerto el 22 de abril de 1616 (he confrontado el dato en Cervantes visto por un historiador de Manuel Fernández Álvarez y así es). Que recuerde, he publicado tres textos sobre don Miguel. Comparto aquí un artículo, y en breve un relato. Se publicó esta vindicación cervantina en Sur el 18 de abril de 2008. Sirva como homenaje torpe a quien tal vez sea el mejor de los españoles, tan débil, tan humano, tan fuerte, tan desdichado, tan digno. A continuación, el artículo de hace ocho años:
Fue el autor de “El famoso Bernardo”, un libro de
caballería, de “Las semanas del jardín”, compuesto por diálogos, de las obras
teatrales “La gran Turquesca”, “La batalla naval”, “La jerusalén”, “La Amaranta
o la del Mayo”, “El bosque amoroso”, “La única”, “La bizarra Arsinda” y “La
Confusa”, además de la comedia “El trato de Constantinopla y muerte de Selim”.
También escribió la novela breve “La tía fingida”y el sacramental “Auto de la
soberana Virgen de Guadalupe”. Todas estas obras desaparecieron en algún
momento del siglo XVII. Quizás de haberse conservado, y haberse perdido en
cambio el resto de su producción, este autor hubiera sido una figura menor,
carne de eruditos e hispanistas, de nuestro siglo de Oro. Pero sucede que
estamos hablando de las obras desaparecidas del soldado y convicto Miguel de
Cervantes Saavedra.
Una muestra del estilo de Cervantes, de claridad
certera, de elegancia desnuda, se da en el capítulo 46 de la primera parte del
Quijote, que narra su encuentro con los cuadrilleros de la Santa Hermandad. En
él, mostrando sus cartas de jugador que desea dejar al descubierto el farragoso
delirio estilístico de las novelas de caballería que habían llevado al delirio
al bueno de Alonso Quijano, recurre a la imitación de ese estilo. Veamos cómo
lo formula Cervantes usurpando los modos de esos autores: “– ¡Oh Caballero de
la Triste Figura, no te dé afincamiento la prisión en que vas, porque así
conviene para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso! La
cual se acabará cuando el furibundo león manchado con la blanca paloma tobosina
yoguieren en uno, ya después de humilladas las altas cervices al blando yugo
matrimoñesco; de cuyo inaudito consorcio saldrán a la luz del orbe los bravos
cachorros que imitarán las rampantes garras del valeroso padre. Y esto será
antes que el seguidor de la fugitiva faga dos vegadas la visita de las
lucientes imágines, con su rápido y natural curso”. ¿Alguien ha comprendido
algo? Pues veamos cómo lo aclara, ahora con su propia voz, el autor alcalaíno:
“vio que le prometían el verse ayuntado en santo y debido matrimonio con su
querida Dulcinea del Toboso, de cuyo felice vientre saldrían los cachorros, que
eran sus hijos, para la gloria perpetua de la Mancha”.
Pero Cervantes, siendo el autor nacional de España,
y el creador del más rico y perdurable libro de nuestras letras, distó mucho de
ser perfecto, aparte de su faceta personal en la que se une una dignísima
rebeldía en su cautiverio tunecino a ciertas desdichas que le hicieron vivir en
el límite de la legalidad y hasta infringirla. Si Lope de Vega llegó a decir de
los poetas de su tiempo que “ninguno hay tan malo como Cervantes”, el propio
autor escribió “Yo que siempre me afano de poeta / la gracia que no quiso darme
el cielo”. Con todo, en su poesía hay momentos extraordinarios, como el soneto
“Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”, entre mucha y abundante hojarasca.
Pero se le puede perdonar todo, pues, como afirman Martín de Riquer y José
María Valverde en su repaso a la Literatura Universal, su obra “muestra en su
diversidad, en sus intentos más o menos afortunados y en sus variaciones de
estilo un real empeño de escritor que se sabe en posesión de dotes
extraordinarias pero que se pierde por caminos sin salida y por géneros no
adecuados a su temperamento hasta que tiene la feliz idea de concebir el Quijote y el acertado sentido de escribirlo con los más
maravillosos, adecuados y eficaces medios de expresión”.
Cervantes se redime con su libro universal, único
que le hace inmortal. Aunque él personalmente prefiriera su novela póstuma “Los
trabajos de Persiles y Sigismunda”, de la que escribió la dedicatoria sólo tres
días antes de su muerte, en la que se lee la escalofriante confesión “Ayer me
dieron la estremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las esperanzas
menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”.
Borges aventuró certeramente que don Quijote es el personaje más querible de la
literatura española, y Lord Byron, admirado, vaticinaba que las letras de
España tendrían pocos héroes a partir de los días del flaco caballero. Ambos
acertaron. Pero si leer las desventuras de Alonso Quijano y de su vecino Sancho
supone amarlos, y por tanto admirar a Cervantes, mucho más respeto y asombro y
emoción causa saber que quien todo ello escribió fue un hombre de vida bastante
calamitosa que supo sobreponerse a circunstancias por lo general adversas,
agobiado de hastíos y desilusiones, al que se le conocieron pocas alegrías y al
que se negó la posibilidad de servir en Indias, lo que tal vez nos hubiera
ofrecido un Quijote distinto, empapada la sesera de selvas y saetas, tucanes e
ídolos, dejados atrás los momentos en que cuchilladas y balas, latrocinios y
vergüenzas, rigieron sus destino, acotaron sus días. Andrés Trapiello retrata
los diferentes espíritus que lo animaban (y desanimaban) en su magnífica aunque
breve biografía “Las vidas de Miguel de Cervantes”. Que el cine no haya
retratado a nuestro escritor, y que las adaptaciones de su obra sean discretas,
es algo que no debe hacernos hace suspirar. Al fin y al cabo, es mejor que cada
lector se construya su imagen del hijo del barbero-cirujano alcalaíno, que cada
cual ponga su voz y su color al escudero y el caballero. Que cada 23 de abril
sea el Día Mundial del Libro se debe no sólo a la gloria infinita de
Shakespeare, sublime en todo momento (es innecesario insistir que la fecha de
la muerte de don Miguel y don Guillermo fue la misma pero diferente fue el día
por divergencias de calendarios). Frente a él, y como ángeles que se observaran
desde lo lejos, el cansado y maltrecho Miguel de Cervantes soporta el peso
grave de los siglos y de las desdichas. Con una compasión suave y dulce que
quisiéramos merecer.
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