Ahora sí. Un Palahniuk sobresaliente. La dedicatoria anuncia de qué va la cosa, la portada lo encubre y delata. La dedicatoria dice "Para Geoff, que decía: "Esto va de robar drogas". Y para Ina, que decía: "Esto es perfilador de labios". Y para Janet, que decía: "Esto es crep georgette". Y para Patricia, mi editora, que seguía diciendo: "Esto no tiene suficiente calidad". La cubierta muestra un dibujo torpe, como los que imaginamos tatuados en los brazos de un presidiario de hace bastantes décadas. Una reina de la belleza salpicada de brusca sangre. Si damos la vuelta al dibujo (véase la ilustración), la identidad cambia, y es ahora un cabizbajo y burlado bufón. O algo peor.
Justamente es lo que sucede en esta novela monstruosa y desquiciada. Tan Palahniuk. Que las identidades, los géneros, cambian, y cambia el orden de los episodios, tal como su narradora avisa ya en el segundo capítulo:
"No esperéis que esta sea una de esas historias que dicen: y luego, y luego, y luego.
No busquéis un índice, enterrado, como suele ocurrir en las revistas, a veinte páginas de la portada. No busquéis nada en absoluto. Tampoco existe una pauta real para nada. Las historias empiezan y, tres párrafos después:
Serán diez mil separatas de moda que se mezclan y combinan para crear acaso cinco trajes elegantes. Un millón de complementos de moda, de pañuelos y cinturones, de zapatos, sombreros y guantes, pero sin ropa de verdad con la que combinarlos.
Y de verdad que tenéis que acostumbraros a esa sensación, aquí, en la autopista, en el trabajo, en vuestro matrimonio. Así es el mundo en que vivimos. Dejaos llevar por los impulsos."
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