[Hace algunas semanas publiqué en este blog un comentario sobre "Britania conquistada", una novela ucrónica de Harry Turtledove. Recupero aquí un artículo breve y otro extenso, publicados en diario Sur hacia septiembre de 2005, para conocer mejor ese género usualmente fascinante.]
Si éste no es el mejor de los mundos posibles,
¿entonces cuál lo es?
Voltaire, “Cándido”, 1759
Un hombre escribe una novela en la que imagina que
Japón y Alemania han perdido la Segunda Guerra Mundial. Mientras se escribe la
novela, agentes de ambas potencias buscan al autor porque la encuentran
subversiva, ya que fueron ambas naciones las verdaderas triunfadoras del
conflicto y Estados Unidos está separado en dos zonas de ocupación, regidas por
los vencedores. A grandes líneas, éste es el argumento de “El hombre en el
castillo”, novela de Philip K. Dick publicada en 1962. Una ucronía que tiene
como tema la negación de la misma. Pero antes de avanzar más allá, definamos
qué significa tal palabra.
Según un artículo de Gilberto Quintero Ramírez, la definición sería la siguiente: “Dícese de la literatura que especula sobre mundos alternativos en los cuales los hechos históricos se han desarrollado de diferente forma de como los conocemos”. El término fue acuñado por Charles Renouvier en su libro de 1876 “Ucronía (La utopía en la Historia). Esbozo histórico apócrifo del desarrollo de la civilización europea del modo que no ha pasado pero que podría pasar”, con la distinción de que si utopía es lo que no existe en ningún lugar, ucronía es lo que no existe en ningún tiempo. Así, la ucronía pertenece de lleno a la literatura especulativa, pero no sólo a la literatura sino a la historiografía, al ser en ella misma donde tiene su primera manifestación y en la que ha tenido sus últimas manifestaciones de reconocimiento oficial. Así, la primera ucronía conocida la recoge Tito Livio en el noveno libro de su clásica “Historia de Roma desde su fundación” al contemplar la posibilidad de que Alejandro Magno hubiera llevado sus anhelos de conquista hasta atacar Roma en el siglo IV a. C. No es raro que una ucronía pueda, por tanto, desembocar, y hasta confundirse a veces, en una utopía, ya que cada cambio histórico puede dar lugar a cambios socialesy políticos más que destacables y no siempre negativos.
Siglo XIX
Tras
la conmoción que supusieron las guerras napoleónicas, en pleno romanticismo y
poco después de que Mary Shelley hubiera dado lugar al nacimiento oficial del
género que hoy llamamos ciencia ficción (en el que suelen encuadrarse las
ucronías como un subgénero) con su novela “Frankenstein o el Moderno Prometeo”
(1816), el autor francés Louis Napoléon Geoffroy-Château publicó en 1836 el libro “Napoleón y la conquista del mundo, 1812-1823:
Historia de la Monarquía Universal” en la que imaginaba el triunfo absoluto de Bonaparte
tras haber decidido abandonar la campaña de Rusia antes de que el invierno de
1812 marcara su primer gran revés y el inicio de su caída. El atractivo de esta
propuesta para el nacionalismo francés dio lugar a diversas obras en las que a
partir de estos postulados se creaban nuevas e imaginarias biografías de
Napoleón. En el ámbito anglosajón el género nacería en 1846 con el relato de
Nathaniel Hawthorne “P.S. Correspondence”, aunque habría de esperar a 1895 para
que Castello Holford publicara la primera
novela en inglés, “Aristopía. Una novela-historia del Nuevo Mundo”, en la que
el masivo descubrimiento de oro por parte de los primeros colonos de
Norteamérica da lugar a una sociedad utópica.
Siglo
XX
Las
ucronías no tardaron en convertirse en una moda de rápido, aunque restringido,
éxito, cuyo siguiente hito sería, continuando con las teorías napoleónicas, el
ensayo, de 1907, escrito por el historiador británico George Macaulay Trevelyan
sobre si Bonaparte hubiera ganado la batalla de Waterloo, lo que coinduce al
Reino Unido al “trillado camino de la tiranía y el oscurantismo”. Pero el
verdadero éxito “académico” de las ucronías llegará en 1932 con la obra editada
por John Collings Squire “Si hubiera
sucedido de otra manera. Lapsus de Historia Imaginaria” en la que escritores y
periodistas de prestigio aventuraban sus propias historias alternativas. Así,
Philip Guedalla imaginaba una España en la que los árabes hubieran vencido a la
Reconquista y que en el siglo XVIII se convierte en un imperio musulmán, o
Chesterton imagina la boda de Don Juan de Austria con María Estuardo, H. A. L.
Fischer imagina a Napoleón escapando a América y uniéndose a Bolívar, Harold
Nicolson sitúa a Lord Byron como rey de Grecia, Milton Waldman conjetura lo que
hubiera pasado si Lincoln hubiera sobrevivido a su magnicidio, André Maurois
inventa una Francia sin revolución gracias a la imaginada valentía de Luis XVI
y el propio Winston Churchill da una vuelta de tuerca al ponerse en la piel de
un historiador norteamericano y sudista, en unos Estados Unidos en que los
confederados habrían ganado la guerra, que elucubra cómo sería el país si
hubieran sido las tropas del Norte las vencedoras. Como se ve, el germen de la
idea de la novela de Philip K. Dick está en esta fantasía de Churchill. Más
imaginativa literariamente es la hipótesis escrita por el propio Squire acerca
de qué hubiera pasado si en 1930 se hubiera descubierto que Sir Francis Bacon
fue el verdadero autor de las obras de Shakespeare. Y además, Shakespeare sería
el autor de las obras de Bacon.
Bajo
el influjo de Clío
La
historiografía reciente se ha ocupado también de este juego, o ejercicio, de la
ucronía, en dos libros recientes,
“Historia virtual. ¿Qué hubiera pasado si...?” (1998), editado por Niall
Ferguson en el que historiadores de diversos países imaginan con el mayor rigor
alternativas entre las que las más sugerentes son la inexistencia de la
Independencia de Estados Unidos, de la Guerra Civil Española y del derrumbe del
comunismo, así como la invasión nazi de Inglaterra, e “Historia virtual de
España (1870) ¿Qué hubiera pasado si...” (2004) en el que se va desde el no
asesinato de Prim hasta el no apoyo de Aznar a la invasión de Irak, pasando por
el hipotético rechazo de Alfonso XIII al golpe de Primo de Rivera, la
participación española en la Segunda Guerra Mundial y la supervivencia de
Carrero Blanco.
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