Ya en "Los hechos" (1988), Philip Roth abogó por la
autobiografía pura y dura, por la no ficción. Allí conocimos a Sandy, a Herman,
a Bess. Su hermano y sus padres. Con "Patrimonio" (1991), Roth nos
cuenta la súbita decadencia y la inevitable muerte del viudo Herman Roth, su
padre. Es una elegía intensa y a la vez serena, un retrato fiel y objetivo del
difunto, más bien del moriturus, escrito
mientras éste va dejando la vida. Una de las mejores obras del hijo, que
consigue dar una última, y perenne, vida al padre.
Herman, 36; Sandy, 9, y Philip Roth, 4.
Bradley Beach, New Jersey, agosto 1937
En la página 176 de la
edición de Seix Barral, Philip Roth escribe: “Me quedé mirándolo atentamente,
como si hubiera sido la primera vez, esperando que se me presentasen los
pensamientos. Pero no hubo ninguno más, excepto la recomendación que me hice de
fijarlo en la memoria cuando él estuviera muerto. Quizá pudiera evitarse, así,
que con el paso de los años mi padre se trocase en algo atenuado y etéreo. “Tengo
que recordar con precisión”, me dije.”Tengo que recordarlo todo con precisión, para poder recrear en
mi mente el padre que me creó, cuando él ya no esté”. No hay que olvidar nada”.
Cierra el libro,
conmovedor, conmovedora y memorablemente, con la misma sentencia e
intención:
“Por
la mañana me di cuenta de que se refería a este libro, que, como corresponde a
la falta de decoro propia de mi profesión, estuve escribiendo durante toda su enfermedad
y su agonía. El sueño me decía que —ya
que no en mis libros ni en mi vida—, al menos en mis sueños yo seguiría siendo
para siempre el hijo niño de mi padre, con la
conciencia de un hijo niño, y que él seguiría vivo no sólo como padre mío, sino como padre, con la conciencia de un hijo niño, y que él seguiría vivo no sólo como padre mío, sino como padre, en permanente juicio de todas mis acciones. No hay que olvidar nada.”
Un Roth recomendabilísimo, necesario para comprender eso en que
consiste ser el padre y ser el hijo.
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