Es lo que tienen los libros ligeros. Su ligereza, que hace que mientras más intenso es el placer, la diversión frívola, de su lectura, más rápido hace que se olviden sus méritos. Hace casi un mes que lo terminé tras su lectura a trompicones en aeropuertos y en vuelos, y sólo queda el nombre, apropiadísimo, de un periódico sensacionalista e inglés, Daily Beast, y la situación atrayente, en principio, de que un relamido colaborador de ese periódico, autor de minuciosos e innecesarios artículos glosando la riqueza de la campiña, sea confundido con un escritor mucho más interesante y sea enviado a cubrir una guerra civil en un país africano que es trasunto de la Abisinia de los años treinta. Lo que en esa Abisinia falsa ocurre es menos importante que el aire de irrealidad que rodea esas páginas. Lo que el dudoso héroe del libro haga tampoco importa mucho. Importa la actitud, impertinente y elegante, del autor.
Waugh. Evelyn Waugh.
Como Chesterton, Waugh fue converso al catolicismo y anticomunista. Algo que habla de honestidad, de no acomodamiento a las modas. Un reaccionario como Dios manda. Alguien que afirmó que «Un artista debe ser reaccionario. Tiene que oponerse al tono de la época y no caer en él y seguirlo; debe ofrecer cierta resistencia. Incluso los grandes artistas victorianos eran todos antivictorianos, pese a que les presionaban para que se ajustaran a ello». Alguien que merece un respeto y toda la atención. Pese a la levedad de este libro o tal vez gracias a ello.
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