[Crítica, inédita, de una exposición de Pedro Escalona en la Galería Haurie, de Sevilla. Primavera de 2007]
Exposición: Pedro Escalona
Galería Haurie (c/ Guzmán el Bueno, nº9, Sevilla)
Hasta el 4 de junio de 2007
Hay una pintura a la que se llama hiperrealista y que pretende captar los objetos tal como son y en su mínimo detalle. Este arte tuvo su gran difusión con la exposición de Antonio López en el Reina Sofía, allá por los años 90, y con la popularización del estilo llegaron pronto los imitadores, los que se ponían en la solapa la etiqueta hiperrealista y se limitaban a hacer lo de siempre: realismo corriente y moliente pero esforzándose un poco más en las minucias, haciendo nítidas las formas, bien delimitadas. Algo que parece fotografía hecha con la cámara de los domingos. Colorines, composición aceptable y siempre la presencia de unos azulejos más o menos andaluces o moriscos y, cómo no, la jarra con agua y el reflejo de la luz atravesándola y proyectándose sobre la base.
Afortunadamente, Pedro Escalona no es hiperrealista. Con ellos tiene en común la exigencia de la técnica, con la diferencia de que ese rango compartido de Escalona no es simplemente estético, sino incluso ético. A la vista de esta exposición se confirma lo que ya se sospechaba de Escalona: es un retratista de esencias, no sólo de apariencias. En los palomares, en las repisas de polvorienta y sumisa loza, Escalona huye de la fidelidad a las apariencias. Al igual que Velázquez conseguía atrapar la luz, Pedro atrapa el aire, el vacío, la atmósfera, y este elemento incorpóreo cobra tanta importancia como los objetos representados. Pudiendo dibujar con nitidez, Escalona apuesta por el desdibujo, por la evaporación vibrátil de los contornos, captados siempre con una delicadeza que pertenecen más al reino de lo poético que al de lo plástico. Y es justamente aquí en lo que radica la separación de Escalona respecto a los demás duplicadores de la realidad.
Hay un tono elegiaco pero nunca nostálgico en Pedro Escalona, un memento mori que pone sobre el tablero la fugacidad de la materia, la fragilidad de los objetos mientras perduran. Por ello, los recipientes que muestra no son de ahora sino piezas arqueológicas que se nos muestran con un gesto casi irónico, de victoria sobre nosotros que los observamos ahora cuando otros pudieron mirar otros. Estas indicaciones no pueden constituir, sin embargo, una guía para la contemplación de estas pinturas de Escalona, pues su ámbito no es el de la desdichada e innecesaria repetición de la existencia. Cada uno de estos cuadros es una campanada. Y no pregunten por quién doblan las campanas...
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