[Artículo publicado en diario Sur el 30 de mayo de 2008]
Los sucesos que estuvieron a punto de desembocar en revolución en Francia, con el riesgo de extenderla por otros países tal como sucedió en diversas ocasiones en el siglo XIX, tuvieron su arranque en marzo de 1968, cuando el día 10 un grupo de 150 estudiantes, dentro de una protesta contra la guerra de Vietnam, ocupan diversas oficinas de la Universidad de Nanterre, en las afueras de París. El líder de lo que pasa a llamarse “Movimiento del 22 de marzo” es el estudiante anarquista Daniel Cohn-Bendit, que pasará a ser conocido como Danny el Rojo. La consecuencia de este primer hecho, en una cadena en la que cada acto dará lugar a otro más grave, más peligroso, es el cierre del campus hasta el 1 de abril. La calma se mantendrá un mes escaso: el día 27 de abril es arrestado Danny el Rojo, lo que provoca la reacción de sus compañeros que ocasiona un nuevo cierre de Nantere el 2 de mayo cuando el rumor de que grupos fascistas tienen previsto asaltar el campus, ante lo que los alumnos se declaran en estado de autodefensa. Ese estado de agitación hará que los hechos se sucedan vertiginosos, implacables.
Hace hoy justamente 40 años, Francia volvió a respirar con la convicción de una derrota y el final de un sueño. Ese 30 de mayo de 1968, a las 14’30 horas, el general Charles de Gaulle, presidente de la República Francesa y héroe de la Segunda Guerra Mundial que había encarnado el espíritu de independencia de Francia frente a la ocupación nazi y que ahora representaba una voluntad de grandeza, la grandeur tan cuestionada, para su país, se dirigió a sus compatriotas por televisión para anunciar que no renunciará a su cargo, que no convocará ningún referéndum político y tampoco cambiará a su primer ministro, Georges Pompidou. A cambio, ofrecía la disolución de la Asamblea Nacional y formulaba su voluntad de rebajar la tensión si “todo el pueblo francés se implica para que la existencia normal no se rompa por aquellos elementos que intentan evitar que los estudiantes estudien y los trabajadores trabajen”. Esa misma tarde, ochocientas mil personas se manifestarán por el centro de París en apoyo a De Gaulle y en repudio de la agitación revolucionaria de las semanas anteriores. Cinco días después, las huelgas han terminado. Y con ellas, la revolución ha quedado descartada y al propio De Gaulle le quedará muy escaso margen para hacer Historia: dimitirá tras un referéndum celebrado el 27 de abril de 1969 sobre una reforma autonómica y se retirará a Colombey-les-Deux-Églises para escribir sus memorias. Allí morirá el 9 de noviembre de 1970.
El 3 de mayo comienzan las manifestaciones y huelgas estudiantiles como respuesta a las detenciones, ahora en la Universidad de la Sorbona, de estudiantes congregados ante la comparecencia de Cohn-Bendit y sus compañeros, conocidos ahora como “Los Ocho de Nanterre” ante un comité disciplinario. El día 6, el lunes sangriento, estalla la violencia al reprimir la policía la marcha de los Ocho de Nanterre a su salida del tribunal. El balance de aquellos disturbios es elocuente: 422 detenciones, 345 policías heridos. La gran manifestación de protesta de los estudiantes al día siguiente, con banderas anarquistas ondeando en el Arco de Triunfo y La Internacional sonando en las calles, sirve para que los sindicatos comiencen a criticar la actitud policial y a plantearse su apoyo a los estudiantes. En este momento, el movimiento estudiantil se ha extendido por el resto del país. La negativa del presidente De Gaulle a ceder ante la presión desemboca en la noche de barricadas del 10 de mayo, con 200 vehículos incendiados, 376 heridos de los que 251 son policías y 468 detenciones. Esa noche, la más famosa de la revuelta, contempla cómo los vecinos de París socorren a los estudiantes. La revolución parece un hecho que ya ha comenzado. Y el día 13 parece inevitable cuando los sindicatos CGT y CFDT declaran la huelga general junto con los estudiantes, los rebeldes ocupan la Sorbona y la llenan de retratos de Marx, de Mao, de Che Guevara. La huelga incluye la ocupación por parte de los trabajadores de gran parte de las fábricas, lo que desconcierta a los sindicatos que no habían previsto llegar a esos extremos. Aunque los Ocho de Nanterre ya han sido liberados, la huelga dura casi dos semanas y moviliza a diez millones de trabajadores. El inicio de la huelga alberga también una manifestación de un millón de personas que exigen la dimisión de De Gaulle. Ahora, no sólo el Partido Comunista francés sino también el Socialista, dirigido por Miterrand, apoyan por completo las movilizaciones de la izquierda.
El presidente parece inmutable. Incluso viaja durante seis días a Rumanía, durante los cuales se ocupa el Teatro del Odeón en París y se suspende el Festival de Cannes en solidaridad con la lucha de obreros y estudiantes. El día 22 se le retira a Cohn-Bendit, nacionalizado alemán, su permiso de residencia en Francia y es expulsado al país de sus padres. El 24, el presidente reacciona y en un mensaje televisado asegura que se mantendrá el orden a toda costa y que se convocará un referéndum sobre la participación en la Universidad y la empresa, pero el mensaje es respondido por manifestaciones multitudinarias en todo el país: en París son 50.000 los trabajadores que se echan a la calle, alzan barricadas y atacan con cócteles molotov el edificio de la Bolsa. El día 25 la huelga se extiende a la televisión estatal a la vez que se inicia el diálogo del gobierno con sindicatos y patronal, que fructifica el 27 con la reducción de la jornada laboral y la rebaja de la edad de jubilación. Sin embargo, la huelga continúa. El 28, dimite el ministro de Educación, y al día siguiente De Gaulle se reúne en secreto con el general Masu, máximo jefe de las fuerzas francesas estacionadas en Alemania. La posibilidad de un golpe de estado para detener la revolución está en el aire. Queda el último recurso de pedir por última vez al país una reacción antes de entregar la nación a los revolucionarios o al ejército. Ese esfuerzo último es el que tuvo lugar el 30 de mayo, hace hoy cuarenta años y que abre esta crónica retrospectiva.
El 31 de mayo, a la vista de la gran manifestación en París, otras muchas se celebran en el resto del país, todas en apoyo al general De Gaulle. Es el retorno a la normalidad que los carteles de los estudiantes retratarán como un rebaño de sumisos corderos. Entre el 4 y el 6 de junio se recupera la calma, vuelven a funcionar los servicios públicos y las empresas. Habrá últimos conatos de rebelión el 11 de junio, se celebrarán elecciones en las que la derecha consiguió la mayor victoria en toda la Historia de Francia. El lema formulado por De Gaulle como respuesta, y usado en su contra por los estudiantes, “La reforma sí, el desorden no” terminó por imponerse como la vía más adecuada. En los últimos cuarenta años.
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