El legado de Rafael Pérez Estrada aguarda una visita en la Alameda para descubrir un creador visual y literario inagotable
“En el centro del sueño vi a un ángel hermoso como el lucero del alba, y en su regazo descansaba la cabeza mítica del Unicornio. Y el ángel hablaba la lengua del oro”. Este breve pasaje, que parece sacado de Swedenborg o de algún otro raro profeta, algún visionario, pertenece al “Libro de los espejos y las sombras” (1988), un título que hubiera querido para sí Borges y que está lleno de imágenes de extremada belleza y de perfecta factura. Su autor es Rafael Pérez Estrada, un excelente escritor, agitador cultural y también artista plástico malagueño. En los años 80, cuando la cultura era una fiesta y casi era cierto lo opuesto, Rafael Pérez Estrada era el guía, la figura tutelar, el ingenio cultísimo que iluminaba la vida cultural malagueña con una ironía esbeltísima y con una actitud que era, siendo él tan barroco en sus gustos, más británica que andaluza. A su muerte en 2000, su legado, donado a la ciudad de Málaga, pasó a exhibirse en una recoleta sala del Archivo Municipal en la Alameda Principal. Un espacio que pocos conocen y transitan y que merece una visita en dos fases: primero el legado Pérez Estrada, y a continuación una librería para disfrutar de la intensidad brevísima de su vasta obra. Y es que si bien son numerosos los títulos que entregó a la imprenta, son éstos, por lo general, recolecciones de aforismos, prosas breves y poemas en prosa que constituyen un alarde del tan difundido “menos es más”.
Para acercarse a Pérez Estrada deben ir al vestíbulo de la planta baja del Archivo Municipal. A la derecha tienen una sala de exposiciones (ahora ocupada por una hermosa muestra de Menchu Gal). A la izquierda, frente a la sala, una oficina. A continuación, una anodina puerta entornada acompañada por un rótulo insípido. Traspasen esa puerta. Al otro lado les aguarda la cámara del tesoro. Allí, en un espacio por el que José Fernández Oyarzábal ganó el Premio Málaga de Arquitectura en su modalidad de Arquitectura Interior, encontraremos una selección de dibujos, collages, manuscritos y cartas entresacados entre los 35 manuscritos, 110 carpetas, 2.917 cartas, 1.572 dibujos y 1.474 fotografías que componen la parte más notoria del legado. A continuación de esa sala de exposición permanente aguardan, perfectamente ordenados y a disposición de quienes quieran ahondar en el gran fabulador, se encuentra su biblioteca personal con 7.898 libros, cuadernos y revistas.
En los expositores se despliega el mundo elegante e insurrecto de los dibujos y colllages de Rafael: visiones, emblemas, chimeneas, perfiles de damas sofisticadas, fantasmagorías, composiciones cubistas, obispos borrosos que a veces alzan el vuelo, viejas ilustraciones apropiadas a través de comentarios sorprendentes que dan un giro poético y crítico a lo que nuestros ojos dormidos ven hasta que son sorprendidos por las estocadas verbales de Rafael. En una vitrina, un álbum de dibujos y textos nos reta abierto pero acompañado de la reproducción, del tamaño de naipes, de todas sus páginas. El título, “Andanzas de un mensajero fiero y pendenciero”, es lo de menos. Lo que importa es la capacidad, la inventiva, de Pérez Estrada para ser extremadamente divertido sin dejar de ser extremadamente elegante y extremadamente culto. Una mano que es a la vez una paloma y un presagio de porvenir perpetúa, en calle La Bolsa, según diseño suyo y realización de José Seguiri, su memoria. Fue abogado, dos veces finalista del Premio Nacional de Literatura, Hijo Predilecto de Málaga, autor de poemas, prosas, novelas y obras de teatro. Nació en 1934.
“La ciudad es el sueño de un ilusionista colectivo”, dice, perfecta, una cita suya fechada en 1989 que ilustra una de las vitrinas. Cuánta razón, cuánto sueño, cuánta ilusión. Y cuánta nostalgia de quien sigue viviendo en papel en esas salas y que se llamó Rafael Pérez Estrada.
Artículo publicado en diario Sur el 9 de julio de 2011
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