Quizás porque el cartel mostraba a Elizabeth Taylor, esplendor de la carne entre un fondo amarillo ígneo y una sucinta combinación blanca, mirando retadora al espectador sobre una cama (al fondo un almohadón, la mano izquierda, apoyada sobre el marco de la escena, clavados los dedos, de afiladas uñas rojas, casi zarpa), por ello, decía, por la carnalidad expectante que el título original proponía, en un cartel en el que junto a la cabeza hermosa de la Taylor, el eslogan inglés decía «Esta es Maggie la Gata.», por eso, porque había y hay demasiado deseo, incandescente y a la vez turbio en esta historia, la película aquella, dirigida por Peter Brooks, pasó a llamarse entre nosotros 'La gata sobre el tejado de cinc', dejando fuera, invisible, suprimida, la palabra final del título, 'caliente'. Pero aquella película, para desesperación de Tennessee Williams, también callaba, mentía, adulteraba, el drama original que adaptaba. Y para devolver el calor a los gatos y al metal, en el Teatro Cánovas se representa 'La gata sobre el tejado de zinc caliente', drama de Tennessee Williams, los días 12 y 13 de marzo en montaje del Teatre Lliure con dirección de Álex Rigola.
Maggie y Brick, un matrimonio joven (que en la mítica adaptación cinematográfica fueron interpretados por Elizabeth Taylor y Paul Newman), junto al padre de Brick, soportan el peso abrumador de este drama doméstico. Como en la película, Brick es frío e incapaz de sentir pasión por Maggie, que vive insatisfecha y en una permanente ascua capaz de incendiar todo lo que le rodea para que su fuego interno la devore incluso a ella. Entre Maggie y Brick se interpone el recuerdo de un difunto, Skipper, amigo (más que amigo, tal vez amante) de Brick, y que arroja un velo luctuoso sobre lo que parecía una relación normal y que ahora es hielo, distancia, en una reunión familiar y veraniega. La culpa, inundada de alcohol, en la que vive Brick contrasta con la alborotada felicidad de su hermano, Gooper, casado felizmente y bendecido por una prole abundante. Lo que todos se dirán, lo que todos sabrán, en ese fin de semana en el que se han reunido para festejar a 'Gran Papá Pollitt', el padre de los desparejos hermanos, que cumple años en su confortable plantación de Mississippi y que está exultante porque unos análisis parecen alejar la posibilidad de que padezca cáncer. Pero la realidad es que el mal sí existe, y es mentira la salud y la esperanza, pues se trata de ocultarle la fatalidad, el destino breve y doloroso al patriarca y a su venerable esposa. Hay, pues, un juego de apariencias, de ficción, de fingimiento, que va desde las perspectivas de vida de 'Gran Papá' hasta lo que no se ve del matrimonio quebradizo de Maggie y Brick. Los recelos hacia las maniobras de Gooper por hacerse con la inminente herencia tienen también su peso en la amarga dinámica del grupo familiar. La tensión termina estallando, y es demasiado brutal la verdad cuando ésta termine imponiéndose arrojando sobre todos sus frutos amargos.
Por este drama intenso que no necesita demasiados elementos para imponerse, Williams consiguió su segundo Premio Pulitzer en 1955. Antes, en 1947, 'Un tranvía llamado deseo' le había valido el primero. Siendo ambos llevados al cine, 'La gata.', por los cambios experimentados en el guión de Hollywood (seis candidaturas a los Oscar consiguió en 1958, pero ningún premio), cuando se le preguntaba por su obra favorita a Tennessee Williams, contestaba que «la versión editorial de 'La gata sobre el tejado de zinc caliente'». Estrenada la obra en 1954, dirigida por Elia Kazan, admirado hasta extremos descabellados por el autor, los cambios que aceptó hacer los aduciría más tarde como pretexto para sus adicciones a drogas y alcohol. Las transformaciones a las que, aún así, se sometería el texto para la adaptación cinematográfica propiciarían ese malditismo autodestructivo del dramaturgo con nombre de lugar.
Publicado en Diario Sur, 12 de marzo de 2011
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