Tal vez sea porque King acababa de salir de la peor etapa de su vida, marcada por adicciones y rehabilitaciones, pero el caso es que siguen apareciendo libros manifiestamente mejorables, productos oportunistas como sucede en esta recopilación de relatos en los que, en este segundo volumen, el autor incluye dos narraciones estúpidas simplemente para llenar espacio, sin tener en cuenta al lector. Como sucederá en las dos siguientes novelas suyas que aquí se reseñen. El caso es que en este volumen se incluyen dos relatos, Baja la cabeza y Agosto en Brooklyn, que son soberanas tomaduras de pelo. De las que el lector sigue con estupor y hartazgo, recorriendo las líneas como si se sucesiones aleatorias de signos y letras se tratara. Con el mismo interés de leer algo así como hgiuyiuyi8ou hgu7y5 67654ybjk hikuj uhyioyuio yhkjbmnb hiouyoiu kjbyu66iuy. Tal cual.
A no ser que el lector hubiera nacido en Michigan y viviera en Detroit y sea un forofo del beisbol y no le importe que aquí se relaten partidos de ese deporte cuando lo que debiera leer sería relatos de terror o fantásticos. Pero contar los partidos de la fase final de la liga menor en los que jugó Owen King, hijo de Stephen, no es de recibo. Es como cuando uno, que no tiene hijos, se encuentra con aquella tía con la que no tiene un trato continuado y al preguntarle cómo está te responde contándote los logros profesionales de sus hijos. Pues esto es lo mismo: cháchara deportiva fuera de lugar y sin el menor interés. Pero que le aporta al libro 74 páginas de las 492 del volumen. Y no, no vale que Agosto en Brooklyn tenga forma de poema y sean dos páginas de nada. Es que son piezas estúpidas que King incluye por-sus-santos-cojones. No es forma de tratar a un lector. No, no lo es.
A cambio, incluye una obra maestra. Que compensa el soberano cabreo que ocasiona el desahogo de los dos párrafos anteriores: el relato titulado El último caso de Umney arranca como un pastiche de la novela negra de Raymond Chandler o Dashiell Hammet (o Ross McDonald, favorito de King), con todos sus tópicos de oficina decrépita de investigador privado con cajón con un revólver y una botella de alcohol, para dar un giro magistral de literatura dentro de la literatura. Una pieza magistral, conmovedora, plena de talento, que roza la genialidad. Fallidos son otros homenajes literarios aquí incluidos, como El caso del doctor en el que se imita a Arthur Conan Doyle haciendo que sea Watson quien resuelva el caso, y Crouch End, un torpe homenaje a Lovecraft. Algo más meritorio, pero también irregular, es No se equivoca de número: una buena idea redactada de manera oxidada.
En definitiva, un mal libro (con un diamante dentro). Pero lo peor está por llegar.
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