En el verano de 1988, estando yo en Argentina, donde se escribieron algunos de esos poemas, Manuel Alcántara, que desde hacía 4 años antes era mi amigo, propició que se publicara en Málaga mi primer libro: Esta muerte que ha nacido, publicado por ängel Caffarena como número 27 de su colección ängel Poesía, con una ilustración de Eugenio Chicano y nota a la edición de Manuel Alcántara. El tono del librito, en realidad una plaquette, lo delata la cita de Quevedo que lo abre y lo titula, el primer cuarteto de su soneto titilado Lamentación amorosa y postrero sentimiento de amante:
acabar de vivir, ni he pretendido
alargar esta muerte que ha nacido
a un tiempo con la vida y el cuidado.
Lo más valioso de este raro cuadernito es el texto que lo cierra y en el que Manuel Alcántara hacía de mí un elogio del que aún me siento indigno y que muestra la generosidad del poeta y amigo hacia aquel remoto muchacho de 22 años. He aquí sus palabras:
Era un niño entonces y todo
parece indicar que va a seguir siéndolo, ya que ha decidido nacionalizarse en
su infancia. Era un niño Mario Virgilio Montañez cuando se le reveló lo único
que nos es dado entender mientras vivimos: que la vida es ininteligible. Lo
grave fue que esa revelación le sobrevino de modo brusco, en el mismo momento
en que murió su madre. A partir de ahí empezó a remover instantes, a
reconstruir emociones y a bucear en él mismo para emerger con unas cuantas
palabras en las manos. Unas palabras que explicasen lo inexplicable y que
levantaran acta de su paso por el mundo. También a partir de ahí empezó a
narrar historias, por lo común algo lóbregas.
Poeta cierto y prosista cierto,
no es temerario aventurar que Mario Virgilio va a dar mucho que hablar y, sobre
todo, mucho que leer. Su timidez se extingue cuando está ante los folios y
ordena sus confesiones o sus coartadas. Mientras, estudia, se deja examinar por
sus profesores, acude a una exposición o una cita y lo mira todo con un asombro
ponderado, a través de los cristales de unas gafitas plateadas, como de joyero
de novela de Simenon o de seminarista antiguo. No hace falta ser muy perspicaz
para darse cuenta de que este jovencísimo escritor no es él más que cuando está
solo. Tampoco es una prueba de sagacidad predecir que estamos ante un pura raza
de las letras, ese oficio que según Ramón Gómez de la Serna consiste en meterse
en casa a escribir sin saber si se está haciendo por la vida o por la muerte. Alcance las metas que alcance, que
puede alcanzarlas todas, este muchacho que tiene aire de sobrino de Kafka, sabe
ya que lo único importante es el camino.
Una vez más, es Ángel Caffarena
–Arcángel Caffarena, para los íntimos- el que hace posible la primera
publicación de un poeta. Mario Virgilio Montañez, que ganó el Premio Hucha de
Oro cuando tenía 19 años, es conocido por sus relatos en el suplemento
literario del Sur”, pero ésta es su primera entrega poética. Aquí comparecen
inviernos y pupilas, llantos pétreos, buques inmóviles y murciélagos
silenciosos. Un mundo inventado para averiguar cómo es el mundo.
MANUEL ALCÁNTARA
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