De Chaves Nogales ya había disfrutado el raro Juan Belmonte, matador de toros, que daba voz al mítico torero sin que Chaves expusiera su propia voz y estilo. Y el, ahora visionario, conjunto de reportajes Qué pasa en Cataluña. Le toca ahora a una obra mayor, en la que el autor se esconde tras el personaje y es un bailaor flamenco y burgalés que con su esposa Sole recorre los cabarets de la Constantinopla otomanaen plena Primera Guerra Mundial y que busca un ambiente más tranquilo en la también en guerra Rusia zarista sin presagiar que asistiría a una revolución y una guerra civil. Juan Martínez es un trabajador del baile, y cuando hace falta también un pícaro que roba cuando todos roban y no se puede hacer otra cosa para sobrevivir. Con su relato sencillo y animado, asistimos a los abusos de unos y otros. En Rusia será testigo de atrocidades cometidas por los rojos pero también por los blancos. Gente que mata por matar. Mejor, por imponer la sumisión a través del terror indiscriminado. Como dice Juan Martínez, "asesinos rojos y asesinos blancos, todos asesinos".
Muchas veces se ha llamado liberal al maestro Manuel Chaves Nogales. Con razón. Él señala el crimen y el abuso donde esté. Es de los que ahora, cuando se quiere desenterrar la carcasa de Franco, no callaría el nombre de Paracuellos ni las checas a la vez que señalaría la matanza de la plaza de toros de Badajoz, la columna de la muerte de Castejón o la misma huida de los malagueños. El resultadoi de la lectura de las andanzas del bailarín burgalés y su esposa nos lleva a aborrecer, una vez más, el comunismo. Véase: "Volvieron los bolcheviques como se habían ido, con sus bonos, sus oficinas, sus mítines, sus colas a la puerta de las panaderías y sus destacamentos armados, que esta vez, para irse ganando la voluntad de la población civil, tenían orden de no tirar a bulto contra la gente, como habían hecho durante la primera dominación. Se les había exacerbado la manía reglamentista y en cada esquina montaban una oficina para prohibir o perseguir algo: querían intervenirle a uno hasta la respiración". Más aún: «Mal vestidos, sucios, insolentes, aquellos soldados blancos no se diferenciaban de los bolcheviques más que en que no llevaban la escarapela roja en el pecho. El ejército blanco se había ido bolchevizando sin sentirlo. Sus mismos jefes fueron perdiendo todas las características del antiguo militar del zar y tenían ya el aire desaforado de los comisarios soviéticos. La guerra civil daba un mismo tono a los dos ejércitos en lucha, y al final unos y otros eran igualmente ladrones y asesinos; los rojos asesinaban y robaban a los burgueses, y los blancos asesinaban a los obreros y robaban a los judíos". Y más: "Esta desmoralización del ejército blanco fue lo que puso a mucha gente del lado de los rojos. No porque se creyera que los rojos eran mejores que los blancos, menos sanguinarios y tiránicos. No; no había que hacerse ilusiones. Sencillamente, porque los rojos pasaban hambre al mismo tiempo que la población civil y los blancos no. Esto fue, aunque parezca mentira, lo que hizo inclinarse la balanza, y, al fin y al cabo, decidió la guerra civil. A los ojos del pueblo, empobrecido y hambriento, tan feroces aparecían unos como otros; si tiranos eran los blancos, más lo eran los rojos y tanto desprecio tenían por las leyes divinas y humanas éstos como aquéllos. Pero los rojos eran unos asesinos que pasaban hambre y los blancos eran unos asesinos ahítos. Se estableció, pues, una solidaridad de hambrientos entre la población civil y los guardias rojos. Unidos por el hambre, arremetieron bolcheviques y no bolcheviques contra el ejército blanco, que tenía pan. Y triunfó el bolchevismo".
Publicado en veintisiete entregas entre marzo y septiembre de 1934 (el dato no es baladí: antes del estallido de la revolución de octubre de 1934 con su preludio de la Guerra Civil Española), el libro-reportaje recoge frases como: "En Rusia, me he convencido luego, el problema está en serle simpático o no a la gente. Es como en España. Cuando se cae en gracia, todo está resuelto. Pero ni no se cae en gracia, se muere uno sin poderse valer. Los rusos no son malas personas, pero sí muy desiguales, arbitrarios y caprichosos". Como en España, dice el maestro Juan Martínez, dice Chaves Nogales. Y es cierto. Por ello, si sustituimos, equiparamos, y venimos a decir "Los españoles no son malas personas, pero sí muy desiguales, arbitrarios y caprichosos" comprobaremos que ese retrato plural es jodidamente certero, aunque nos repela.
Publicado en veintisiete entregas entre marzo y septiembre de 1934 (el dato no es baladí: antes del estallido de la revolución de octubre de 1934 con su preludio de la Guerra Civil Española), el libro-reportaje recoge frases como: "En Rusia, me he convencido luego, el problema está en serle simpático o no a la gente. Es como en España. Cuando se cae en gracia, todo está resuelto. Pero ni no se cae en gracia, se muere uno sin poderse valer. Los rusos no son malas personas, pero sí muy desiguales, arbitrarios y caprichosos". Como en España, dice el maestro Juan Martínez, dice Chaves Nogales. Y es cierto. Por ello, si sustituimos, equiparamos, y venimos a decir "Los españoles no son malas personas, pero sí muy desiguales, arbitrarios y caprichosos" comprobaremos que ese retrato plural es jodidamente certero, aunque nos repela.
De ahí que las atrocidades de los rusos rojos y los rusos blancos que el libro recoge sean equiparables a las que Chaves vería dos años después en esta nuestra España de paisanos desiguales, arbitrarios y caprichosos. Tal cual. Así somos. Así fuimos. Así seguimos. ¡Qué país, Miquelarena, qué país!
"...el autor se esconde tras el personaje y es un bailaor flamenco y burgalés que con su esposa (Sole) Sole recorre los cabarets..." .
ResponderEliminarPero Juan Martínez existió y, habiéndolo conocido Chaves Nogales en París, recopiló extensamente sus recuerdos y los publicó por entregas en un periódico.
(Puede verse un retrato suyo aquí:
http://www.diariodeburgos.es/noticia/ZBED7E225-A946-0C06-B40F323585355CFE/20151122/odisea/flamenco/burgales/sobrevivio/bolcheviques
Lo mejor del libro es el final: Juan Martínez y su mujer sufrieron lo indecible en Rusia, pero en sus vidas hubo algo aún más doloroso (que no revelaré para no hacer "spoiler", o sea, para no destripar a nadie la lectura de este maravilloso libro).
SANDRA SUÁREZ, de Zumo de Poesía