Son éstos, tiempos en que se usa el término fascista con una facilidad
escandalosa. Así, fascistas de izquierdas no dudan en llamar fascistas a
quienes no lo son. Basta con no comulgar con las ideas del contrario (yo acabo
de hacerlo, a sabiendas) para ser ubicado en las filas falangistas,
mussolinianas o incluso nazis. Yo, que he tenido un abuelo falangista (custodio
su carnet de 1937) y he pasado por las filas tardías de la Organización Juvenil
Española, heredera de aquel Frente de Juventudes por el que pasó forzosamente
mi padre, he sido llamado, con ligereza, fascista. No voy a defenderme. Ni
tampoco a atacar. Aunque podría hacer ambas cosas.
Diré que este libro sirve para conocer mejor, mucho mejor, al fascismo
español y a su líder y máxima leyenda. De él iré desgranando los datos que más
me han llamado la atención. Con este título alcanzo la media docena de
monografías leídas sobre el asunto. Si fuera, queridos fascistas de izquierda,
un fascista a la manera joseantoniana, hubieran sido muchos más. Al lío.
La Falange, en cambio, era partidaria de la
separación de la Iglesia y el Estado. Más de lo mismo, de su carácter anticonservador. A lo que se suma que
tampoco se declarase monáquica, siéndole indiferente la forma de Estado.
Los rasgos del carácter de José Antonio: Seriedad, orgullo, exigencia propia, rigor, cólera, agresividad, ironía,
sarcasmo, alegría, despreocupación, simpatía; aunque también timidez. José
Antonio Primo de Rivera era todo eso. Un carácter fuerte, sin duda. Y
atractivo, seductor y carismático para al menos parte de los que le conocieron.
A los que, desde mi aborrecida izquierda radical (en su tiempo me
declaré anticomunista, que equivale a defender la democracia como objeto central
de mis ideas políticas, y en ello sigo) llaman, en un rasgo de ingenio pueril falangitos a los votantes de Ciudadanos,
les gustará encontrar en este tercer punto inicial de la Falange elementos que
recuerden a intervenciones de Albert Rivera: Si las luchas y la decadencia nos vienen de que se ha perdido la idea
permanente de España, el remedio estará en restaurar esa idea. Hay que
volver a concebir a España como realidad existente por sí misma; superior
a las diferencias entre los pueblos; y a las pugnas entre los partidos;
y a la lucha de clases. Quien no pierda de vista esa afirmación de la
realidad superior de España verá claros todos los problemas políticos. Más
cercana a la doctrina de la izquierda suena esta aseveración programática
falangista, de noviembre de 1934: Repudiamos
el sistema capitalista, que se desentiende de las necesidades populares,
deshumaniza la propiedad privada y aglomera a los trabajadores en masas
informes, propicias a la miseria y a la desesperación. A la que
sigue un repudio justamente del marxismo: Nuestro
sentido espiritual y nacional repudia también el marxismo. Orientaremos el
ímpetu de las clases laboriosas, hoy descarriadas por el marxismo, en el
sentido de exigir su participación directa en la gran tarea del Estado nacional.
En esa actitud de enfrentarse a izquierdas y derechas desde una nueva
vía (que, insisto, no era democrática), Falange criticaba abiertamente a ambas
posturas ideológicas. Así, en un discurso Círculo Mercantil de Madrid, el 9 de
abril de 1935:
Los partidos de izquierda ven al hombre, pero
lo ven desarraigado. Lo constante de las izquierdas es interesante por la
suerte del individuo contra toda la arquitectura histórica, contra toda
arquitectura política, como si fueran términos contrapuestos.
El izquierdismo, es por eso, disolvente; es,
por eso, corrosivo; es irónico, y estando dotado de una brillante colección de
capacidades, es, sin embargo, muy apto para la destrucción y casi nunca apto
para construir. El derechismo, los partidos de derecha, enfilan
precisamente el problema desde otro costado. Se empeñan en mirar también con un
solo ojo, en vez de mirar claramente, de frente y con los dos.
El derechismo quiere conservar la Patria,
quiere conservar la unidad, quiere conservar la autoridad ; pero se desentiende
de esta angustia del hombre, del individuo, del semejante que no tiene que
comer. Esta es, rigurosamente, la verdad, y los dos
encubren su insuficiencia bajo palabrerío: unos, invocan a la Patria sin
sentirla ni servirla del todo; los otros, atenúan su desdén, su indiferencia
por el problema profundo de cada hombre, con fórmulas, que, en realidad, no son
mas que mera envoltura verbal, que no significa nada.
El punto nueve de entre los iniciales de Falange, se centra en la
violencia, siendo inaceptable por mucho que invoquen más adelante el amor o la
fraternidad: La violencia puede ser
lícita cuando se emplea por un ideal que la justifique;La razón, la
justicia y la Patria serán defendidas por la violencia cuando por la violencia
–o por la insidia– se las ataque. Pero Falange Española nunca empleará
la violencia como instrumento de opresión. Mienten quienes anuncian, por
ejemplo, a los obreros, una tiranía fascista; todo lo que es haz, o falange, es unión,
cooperación animosa y fraterna, amor. Falange Española, encendida por un
amor, segura en una fe, sabrá conquistar a España para España, con aire de
milicia. Esta defensa de la violencia se traducirá en escenas como
aquella en que el propio José Antonio
acabó sacando una pistola mientras Ruiz [de Alda] repartía estacazos a los
izquierdistas. Se da la circunstancia de que el primer caído en la lucha
sin cuartel entre falangistas e izquierdista fuera alguien que no era ni
siquiera falangista sino un curioso interesado por el nuevo movimiento: El suceso más lamentable fue la muerte de un
estudiante mallorquín, Francisco de Paula Sampol; el joven pasaba por la calle
de Alcalá y acababa de adquirir un ejemplar, sin ser siquiera falangista,
cuando fue abatido a tiros por jóvenes socialistas. La Falange lo reivindicaría
como su primer “caído”. Antes del estallido de la Guerra Civil, los caídos de Falange ascendería a 65 bajas, siendo las de sus rivales 64 (sobre todo socialistas y comunistas). El mito de la Falange asesina y la izquierda inmaculada queda, al menos, en entredicho.
Thomás narra también un encuentro entre Unamuno y José Antonio en
Salamanca. De esa charla, es destacable lo que el escritor vasco dijo: Esto del fascismo yo no sé bien lo que es,
ni creo que tampoco lo sepa Mussolini. Confío en que ustedes tengan, sobre
todo, respeto a la dignidad del hombre. El hombre es lo que importa; después,
lo demás, la sociedad, el Estado. El propio Unamuno, que a renglón seguido
había acompañado a su visitante a un mitin falangista, dirá de él, poco después
y en la prensa: Es un muchacho que se ha
metido en un papel que no le corresponde. Es demasiado fino, demasiado señorito
y, en el fondo, tímido para que pueda ser un jefe y, ni mucho menos, un
dictador.
Felipe Ximénez Sandoval, amigo y biógrafo de José Antonio, recogió una
conversación en la que Primo, sorprendentemente, proponía una bandera y una
capital para la nueva España falangista e imperial que a todos sorprenderá: “El
Imperio español de la Falange [tendrá] una sola bandera, un solo idioma y una
sola capital –dijo Primo de Rivera−. Su bandera habrá de ser la catalana –la
más antigua y la de más gloriosa tradición militar y poética de la Península−.
Su idioma será el castellano, el de más prodigiosa fuerza expansiva y
universalidad –el que sirve para hablar con Dios, según decía Carlos V−. Y su
capital, Lisboa, por donde entra el Tajo, y desde donde puede mirarse cara a
cara la inmensa Hispanidad de nuestra sangre americana”.
En el juicio que le condenó a muerte, y en el que distorsionó algunos hechos buscando salvar su vida, se declaró no nacionalista: Nosotros no somos nacionalistas;. no creemos que una Nación, por el hecho de ser territorio y de que unos hombres y unas mujeres nazcan en él ya es la cosa más importante del mundo. Creemos que es una Nación importante, en cuanto encarna una Historia Universal. Por eso entendemos en el destino que Italia y Alemania expresan, valores universales, como lo representa Rusia, y éstas son Naciones. Las Naciones que ya han dejado de potenciar un valor histórico en lo universal, no nos interesan nada. No creemos que lo sean por el hecho de que ya están y se hallan enclavadas en una superficie de tierra.
Próxima la Guerra Civil, Falange contribuyó, a través de la violencia, al deterioro de la situación en previsión de una revolución comunista que quería evitar facilitando un golpe de estado que la frenase. Desde la cárcel de Madrid, en la primavera trágica de 1936, trabajaría para facilitar esa salida militar. A la vez, temía que desde su libertad y su frontal oposición a la República, José Calvo Sotelo terminara quitándole el protagonismo deseado. Tal era su ansiedad, que en los planes golpistas que manejaba incluía que el ejército no entregara el poder a ningún civil al menos hasta que tres días hubieran pasado del triunfo golpista, un plazo que él necesitaba para conseguir su libertad y llegar desde Alicante a Madrid. Quien habría de entregarle ese poder era, según sus cálculos, el general Sanjurjo.
Una vez comenzada la guerra, José Antonio estableció un plan de paz en el que buscaba desarmar a las milicias de todo tipo e involucrar en la restauración de la ley a todos los sectores, con exclusiones: . Por razón histórica: los nostálgicos de formas caducadas y los reaccionarios en lo económico social. 2. Por razón moral: los que se han habituado a un clima ético propicio como el del "estraperlo". Y con exigencias: 1. Levantar la vida material de los españoles sobre bases humanas. 2. Devolver a los españoles la fe colectiva en la unidad de destino y una resuelta voluntad de resurgimiento.
Este plan debía tener una Salida única: La deposición de las hostilidades y el arranque de una época de reconstrucción política y económica nacional sin persecuciones, sin ánimo de represalia, que haga de España un país [el subrayado es de Primo de Rivera] tranquilo, libre y atareado.
En el juicio, tras haber expuesto su plan de paz, añadió: Yo sé que, si gana este movimiento, y resulta que no es más que reacción, entonces retiraré a mis falangistas y volveré a estar aquí, o en otro cárcel, dentro de pocos meses [...] Si esto es así, están equivocados. Provocarán una reacción aún peor. Precipitarán a España en un abismo. Tendrán que cargar conmigo. Usted sabe que yo siempre he luchado contra ellos. Me llamaban "hereje" y "bolchevique".
Según su hermano Miguel (con quien compartió cautiverio y fue condenado a cadena perpetua; otro hermano, Fernando, fue asesinado en la Cárcel Modelo de Madrid), José Antonio le expresó su opinión sobre la Guerra Civil de este tenor:
Todas las guerras son, en principio, una barbarie, y una guerra civil, además de una barbarie, es una ordinariez. Porque el pueblo que tiene que lanzarse a ella pone de manifiesto que ha malogrado una de las gracias más grandes recibidas por la humanidad del Todopoderoso: la inteligencia y un lenguaje común para entenderse.
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