jueves, 17 de abril de 2014

Lecturas: Lo que no puedo olvidar (Anna Lárina)

Antonio Muñoz Molina prologa el grueso volumen. Comienza nombrando, con justicia, la cara bellísima de la autora, mirando distante en las fotografías de los años treinta, y nos muestra después a una anciana que se empecina en rescatar la memoria de su esposo y recuperar el tiempo que no vivió junto al hijo del que le separó la Historia (sí, procede en este caso la mayúscula tiránica). En este libro, Anna Lárina habla del tiempo feliz y su después. Cuando era joven y se enamoró de un bolchevique en ascenso, al que Lenin llamó "el favorito del Partido" y otros, fervorosamente, "el hijo de oro de la Revolución". El marido, pronto ausente, era Nikolai Ivánovich Bujarin, que sería pronto convertido, pese a ser redactor del Pravda durante doce años, o tal vez por ello, en el ideólogo de la oposición de derechas. 

Anna Lárina: inocencia ininterrumpida


Lárina cuenta desde dentro la vida en el Krémlin (allí la pareja llegó a intercambiar con Stalin su apartamento tras el suicidio, entre aquellas paredes, de la esposa del dictador), con la ligereza de quien es feliz y joven y aunque su padre fue un teórico del socialismo, y la élite comunista eran visitantes asiduos de su marido y de su progenitor, juega al amor y a la temprana maternidad. Pero esa inocencia, que trasmite con facilidad, durará poco. Caído, juzgado y fusilado su marido (medio siglo pasará hasta su rehabilitación), Lárina pasará por la experiencia de la deportación y el Gulag, incluyendo la crueldad de ser separada de su hijo (once meses tenía el niño cuando la catástrofe) durante 18 años. Lo extraordinario, en estas memorias clave para entender la era soviética, es que Lárina no carga las tintas al narrar sus padecimientos, no grita desesperada, sino que con serenidad expone los hechos escuetos y traza el perfil de su marido que contempló con entereza cómo sus laureles le eran arrebatados y con ellos el honor y la vida misma. Lárina fue la encargada de memorizar la carta que Bujarin le dictó para difundirla cuando el tiempo fuera propicio (y fue nuevamente medio siglo el que tuvo que transcurrir). Es la ejemplar "Carta a los futuros dirigentes del Partido". Por su interés, junto a la viva recomendación de leer estas memorias de Anna Lárina, paso a reproducirla en su integridad:

Abandono la vida. Al inclinar la cabeza, no lo hago ante el hacha proletaria, que debe ser implacable, pero pura. Siento mi impotencia ante la máquina infernal que, recurriendo sin duda a métodos medievales, dispone de una fuerza titánica, fabrica calumnias organizadas  desvergonzadamente y con seguridad.

Dzerjinsky desapareció. Se extinguieron progresivamente las admirables tradiciones de la Checa, cuando el ideal revolucionario dirigía todos sus actos, justificaba la crueldad contra los enemigos, para preservar al Estado de los contrarrevolucionarios. Por tal razón, los órganos de la Checa merecieron honores y confianza, autoridad y respeto especiales. En el momento actual, los órganos de la NKVD, en su mayoría, representan una organización degenerada de funcionarios  enriquecidos, corrompidos y carentes de ideales que, aprovechando la antigua autoridad de la Checa, y para complacer la desconfianza enfermiza de Stalin -por no decir más-, a la búsqueda  de condecoraciones y privilegios, realizan  su trabajo sucio. Sin darse cuenta de que, al mismo tiempo, se suprimen a sí mismos, porque, cuando se trata de asuntos indecentes, la historia no soporta testigos.

Esos órganos "milagrosos" pueden aplastar a cualquier miembro del Comité Central o del Partido, fabricar traidores, terroristas, espías. Sí Stalin llegara a dudar de él mismo, se le tranquilizaría al instante.

Nubes amenazantes se ciernen sobre el Partido. Mi sola cabeza inocente implicará millares de otras cabezas también inocentes. Se necesita crear una "Organización bujarinísta" que, en realidad, ni siquiera existió en el último tiempo, porque, desde hace siete años, no tengo ni sombra de divergencia con el Partido, ni aun durante el periodo de la Oposición de derecha. Yo ignoraba todo de las organizaciones secretas de Riutin y de Ouglanov.  Yo exponía mis opiniones abiertamente con Rikov y Tomski.

Antes de la tormenta, 1927.
De izquierda a derecha: Rykov (ejecutado en 1938),
Bujarin (ejecutado en 1938), Kalinin (muerto de cáncer en 1946),
Uglanov (ejecutado en 1937), Stalin y Tomsky (suicidado en 1936)

Soy miembro del Partido desde la edad de dieciocho años y el objetivo de mi vida fue siempre luchar por los intereses de la clase obrera, por la victoria del socialismo. En estos tiempos, un periódico que lleva el nombre sagrado de Pravda, publica mentiras desvergonzadas, según las cuales Nicolás Bujarin intentaba destruir las conquistas de Octubre y restaurar el capitalismo. Se trata de una impudicia inaudita, una falsificación que, por su obvia insolencia y su carácter irresponsable, equivaldría a afirmar que Nicolás Romanov consagró toda su vida a la lucha contra el capitalismo y la monarquía y por la realización de la revolución proletaria.

Si llegué a equivocarme, más de una vez, en el curso de la lucha por la construcción  del socialismo, que las generaciones venideras no me juzguen con más severidad que Vladimir Ilich Lenin.

Nosotros nos dirigimos por primera vez hacia un objetivo común, siguiendo una vía que se apartaba de los  caminos  trillados. Se trataba de otra época y los hábitos eran por completo distintos. La Pravda contenía una “Sección de Discusiones". Todos discutían buscando nuevas vías, reñían, se reconciliaban y proseguían su camino juntos.

Me dirijo a vosotros, generación futura de dirigentes del Partido, cuya misión histórica implicará la obligación de desembrollar la madeja monstruosa de crímenes que, durante estos terribles momentos, se acumulan cada vez y amplifican como  el fuego hasta asfixiar al Partido.

¡Me dirijo a todos los miembros del Partido!

Esta hora, que acaso sea la última de mi vida, me convence de que, tarde o temprano, el filtro de la historia lavará implacablemente mi cabeza de todas las villanías.

Nunca fui un traidor. No hubiera dudado en sacrificar mi vida por la de Lenin. Yo estimaba bien a Kirov y no maquiné nada contra Stalin. Yo pido a la nueva, joven y honesta generación de dirigentes del Partido  que me justifique ante el Pleno del Comité Central y que me rehabilite en el seno del Partido. Sabed, camaradas, que en el estandarte que portaréis durante vuestra marcha triunfal hacia el comunismo habrá una pequeña gota de mi sangre. 

                                                      Verdugo y víctima

3 comentarios: