Hay un Amos Oz serio, profundo, complejo, maestro en el análisis y en la descripción de las emociones. Es el de (nombro al azar, de entre los trece títulos suyos que guardo en mi biblioteca, sus tres novelas que me llegan primero a la mente por lo que me gustaron) Una historia de amor y de sombra, Un descanso verdadero o La caja negra. Pero también hay otro Oz menor, juguetón, que escribe pensando en un público joven. Es el de La bicicleta de Sumji y, tal vez, el de De repente en lo profundo del bosque. Tal vez porque el personaje es un niño, cercano a la adolescencia y enamoradizo, al que seguimos en la Jerusalén ocupada por los ingleses (y aquí es difícil no recordar, en otra clave más adulta otro de los hitos del Oz que podemos llamar medio: Una pantera en el sótano). Aparentemente. Porque se trata de una novela de formación y aprendizaje, de transferencia de los afectos que pasan por la bicicleta que da título a esta novela breve y ligera para saltar a un tren de juguete, un perro, un sacapuntas y finalmente una adolescente, Esti, que en destello y pirueta final se convierte en primer amor.
Un libro ameno, chispeante, luminoso, divertido. Tierno. Contado con la ligereza de una conversación entre amigos. Con el que es difícil no sentirse identificado, pues las zozobras, y las insensatas proezas que Sumji se promete acometer con fugaz tesón, han sido vividas, y ahora compartidas, por todo lector. Muy recomendable. Pero, por mor de esa evanescencia, también, probablemente, rápidamente olvidable.
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