A veces he escrito reseñas aquí
de libros de autores con los que guardo una vieja amistad. Es el caso de María
Elvira Roca Barea, de Antonio Soler o de Isabel Bono. Ahora le toca a un amigo
muy querido, cuyas primeras creaciones seguí de cerca, escritas con un talento
desmesurado: Roberto Bartual, de quien ya reseñé su ensayo sobre Jack Kirby. Y,
lo lamento, reseño una novela suya, su primera ficción amplia, y muy ambiciosa,
que no he llegado a comprender. Pero que, a la vez, me ha gustado porque
aprecio su esfuerzo. Más bien, puedo decir que esta vez me gusta, como siempre
e incluso un poco más, Roberto Bartual. Pero, arrojo al fin la máscara de la
amabilidad y llamo vino al pan, no me ha gustado Blitzkrieg! Me explico.
Cada
capítulo se abre con una imagen y un texto explicativo de la misma que marcan
el sentido de lo que le sigue. Así, se abre el libro con una foto de Eduardo
VIII de Inglaterra, fechada en septiembre de 1939. Para el lector avezado en historia,
se inicia un juego que se mantendrá hasta el final de la novela: Eduardo abdicó
en su hermano Jorge VI en diciembre de 1936, por lo que desde ese primer pie de
foto nos moveremos en el terreno de la ucronía. Y comienza bien, con novedosas
armas nazis que devastan Londres más de lo que hicieron las V-1 y V-2, armas
tras las que está la tecnología de Nikola Tesla. Asistiremos, pese a todo, a la
derrota nazi a través de la tecnología que puede deberse a Edison o a Tesla. El
clásico juego de superhéroes enfrentados tiene aquí la forma del duelo entre un
Edison convertido en un ciborg inmortal y un Tesla fantasmal. Es obvio que
ambos personajes ya habían desaparecido (Edison murió en 1931, Tesla en plena
segunda Guerra Mundial, en 1943). La incredulidad del lector queda suspendida
como sucede en el género de la ciencia ficción al que esta novela pertenece.
Enseguida nos encontraremos con un diario escrito en Spandau por Albert Speer
(el “nazi bueno” tan debatido), acompañado por Rudolf Hess. En la página 148
finaliza la primera parte de la novela, que es la que disfruté hasta lo
indecible. Con la entrada en escena de Edison, de un Orson Welles que en esta
visión ucrónica retrata en Ciudadano Kane
a Edison, de Timothy Leary, de Hunter S. Thompson, de Kenneth Anger, de Robert
Gordon Wasson y de Albert Hofmann, descarrila, para mí (y tal vez no para otros
lectores) el libro. Que se hace psicodélico y confuso. La guerra de Vietnam no
existe, siendo sustituida por un conflicto equivalente en Argelia, entra en
danza la CIA con el proyecto MK-Ultra, la costa oeste es una tierra salvaje al
cuidado de los profetas de la contracultura, y el LSD y las psilocibinas, el
viaje en el tiempo es posible gracias a Tesla y los mundos paralelos son
reales, con posibilidades como una presidencia de Leary con Speer en la
vicrepresidencia. Además, hay bombardeos con cápsulas llenas de soldados
muertos revividos y convertidos en zombies. La imaginación es desbordante. Pero
ese desborde exige de lectores diferentes a mí. Al leer esta novela con creciente
dificultad y placer decreciente, sigo admirando la audacia de Roberto Bartual a
la vez que lamento haberme quedado fuera del camino. La próxima vez será.
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