En la que era su página web de
toda la vida, y que ya no encuentro, Isabel Bono, Belinka para sus fieles y amigos
entre los que me encuentro, publicó un vídeo que era hipnótico en su sencillez.
Recuerdo un árbol, tal vez ninguna palabra, el sonido de un trueno, puede que
de un disparo, y centenares de pájaros salían de ese árbol. Lo vi en bucle,
unas tres veces.
Ése es el mundo de Isabel Bono,
el de relámpagos visuales o sensitivos, el de pájaros que huyen. Conocía sus
poemas, sus novelas “Ciego Montero, ¿dónde te metes?” y “Pan comido”. Llega
ahora “Una casa en Bleturge” que comparte esa naturaleza poemática, realzada
por la brevedad de los capítulos, por sus frases generalmente cortas. Y una
capacidad extraordinaria para retratar a tres personajes (padre, madre, hija) a
los que rondan otros sin importancia y uno que es nombrado a veces y que es la clave
del relato: el hijo, el hermano, muerto a los seis años. Esa familia sombría,
roída por la culpa, por el desconcierto, es retratada como decía, pero cada
retrato ha sido a su vez fraccionado y repartido aquí y allá, de forma que me
aventuro a llamar cubista a esta novela amarga.
A veces, un capítulo, como el
titulado “Espejo” funciona como un cuento perfecto y conciso. E inquietante. En
el titulado “Soledad” se dice “No puede evitar pensar en una casa vacía. No es una casa sin tejado ni una casa en ruinas, no es una casa sin muebles. Es,
simplemente, una casa vacía. Una casa sin nadie dentro mientras llueve. No puede
imaginar nada más triste que eso. ¿A qué llama la gente soledad?”. Esa casa
desolada y triste, es al fin y al cabo, la casa en Bleturge, un lugar imaginado
que mezcla elementos de la ciudad de Málaga con otras ubicaciones de la Costa
del Sol. Un ámbito para personas deshabitadas, para vidas vacías y vaciadas,
fantasmas de pura ausencia y transparente dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario