Un concierto de cámara en el Auditorio del Museo Picasso Málaga reúne, a través de Brahms y Schoenberg, dos siglos, dos sensibilidades, y un mismo espíritu
Picasso, centro y norte y sur de la brújula malagueña, viene de un siglo y una casa de molduras decoradas, de caballeros acicalados y mujeres despeinadas en las cornisas mirando un obelisco heroico de piedra y bronce, palomas y purpurina. Siglo XIX del que los que tenemos cierta edad seguimos viniendo tras los años de disciplina y decoro, formen filas, del anterior régimen, que tan de polainas y bigotes fue. Pero Picasso, con su mechón torcido, los ojos de espanto y de guasa, es también siglo XX, utopía y festejo, esperanza y sueño, libertad y riesgo. Por eso fue línea nítida, purísima, como un dibujante maniático y portentoso del XIX; por eso fue terremoto y fuego, vaticinio y sorpresa, al estilo del turbulento siglo XX de la neurosis, el llanto y las bombas.
Schoenberg jugando al ping-pong, 1930
La noche transfigurada. Parte 1
La noche transfigurada. Parte 2
Es por ello que es especialmente apropiado que sea el Auditorio del Museo Picasso el escenario del V Ciclo de Música de Cámara de la Orquesta Filarmónica de Málaga cuando el programa refleja a la perfección esa polaridad. Hablamos del concierto del próximo 8 de noviembre, y esta vez la agrupación que protagoniza la velada es el Sexteto Atlántida: José García Belmonte (violín), Alejandro Tuñón (violín), José María Ferrer (viola), Gonzalo Castelló (viola), César Jiménez (violonchelo) y Leonardo Luckert (violonchelo). En el programa, dos siglos, dos estéticas: el Sexteto nº 1 en si bemol mayor, op. 18, de Johannes Brahms y el sexteto “La noche transfigurada”, op. 4, de Arnold Schoenberg
“La noche transfigurada”, uno de los títulos paradigmáticos, y más felices, de su infausto siglo, es la confesión de un alma singular, la de Schoenberg, que en 1898 se hizo temporalmente protestante (de un modo parecido, en 1897 Mahler también abjuró del judaísmo para ser católico), y en 1899 compone, en la que es su cuarta creación, esta obra maestra indiscutible. Escrita primero, como aquí se interpretará, como sexteto de cuerda, en 1917 recibirá un arreglo para orquesta de cuerda y una revisión orquestal en 1943, que como tres versiones de una única obra, lo que verdaderamente es, bastó para asegurar la inmortalidad a Schoenberg. Intimista, intensa, atormentada e hipnótica, “La noche transfigurada”, que participa de las cualidades y riesgos del poema sinfónico, se basa a su vez en un poema que recoge el diálogo de un amante con su amada que lleva en su vientre el hijo de otro. Como elogio, y como reproche, se ha usado la descripción de este sexteto como “Wagner en música de cámara”. Sea como sea, es una pieza que trasciende y supera esta descripción. Recibida con animosidad, la adversidad inicial de los oyentes será una constante a lo largo de toda la producción de Schoenberg. Pero, avanzado y superado el siglo, su escucha es de las que te hacen levantar la cabeza por momentos, un cosquilleo fugaz atenazándote el espinazo, la certidumbre de que el arte es siempre la verdad cuando es verdadero. Algo que ya habrá vivido y sentido el oyente con el tenso sexteto, transido también de emoción, de Brahms, con una sonoridad que recoge el de “La muerte y la doncella” de Schubert, su insistencia obsesiva en el drama, que se nota especialmente en el segundo movimiento, “Andante ma moderato”.
Brahms. Sexteto nº 1. Andante moderato
Por encima de las notas, algo se nos dice. Algo que no sólo afecta a Picasso sino a todos los creadores que supieron prolongarse más allá de su tiempo, de su carne. La emoción es inmortal. Y es la emoción la que nos hace transcendente, la que nos transfigura. Al otro lado de los muros, a pocas paredes, lo saben nadadoras en verde angustiosas y gráciles, lo saben mujeres serenas y clásicas de piel dulce. Lo sabemos nosotros, superados por el espíritu y, tal vez, por el dolor.
Artículo publicado en diario Sur el 5 de noviembre de 2011
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