Hay versos que lo mismo sirven para un desembarco que para un cuadro. O una música. Es lo que sucede con la “Canción de otoño” de Paul Verlaine, que recitada en estricta versión original (“Les sanglots longs / Des violons / de l'automne / blessent mon coeur / d'une langueur / monotone”) por las ondas de la BBC para Francia significaba, en clave, que debían recrudecerse los sabotajes preparatorios del desembarco de Normandía. El mensaje en verso, pasado a español, decía que “Los largos sollozos / de los violines / del otoño / hieren mi corazón / con monótona / languidez”. Una errata quizás buscada, cambió el original “blessent” por “bercent”, con lo que el corazón no quedaba herido sino mecido. El espíritu de lento, casi inmóvil, hastío doloroso es el que muestra un cuadro importante del británico Walter Sickert (convertido en años reciente en sospechoso de ser Jack el Destripador), titulado, directamente en francés, “Ennui” y que es eso, aburrimiento puro, un interior con figuras que piensan exactamente en nada. Y esos versos, ahora, sirven para que José García Román compusiera “La chanson d’automne”, que la Orquesta Filarmónica de Málaga llevará al escenario del Teatro Municipal Miguel de Cervantes el 4 y el 5 de noviembre. En ese programa, titulado ”Espejos literarios II”, tendrá también en el programa las “Kindertotenlieder”, de Gustav Mahler, “Mahler-Moment”, de Dieter Schnebel y “Muerte y Transfiguración” de Richard Strauss. A la batuta, Edmon Colomer. A la voz (dec barítono), José Antonio López.
"Ennui", por Jack el Destripador Walter Sickert
Murria, ganas de quedarse en casa mientras en la calle fría se revuelve el humo de las castañas, o de morder con desgana una almohada buscando la piadosa inconsciencia de los sueños vacíos. Es lo que promete, de forma poco tentadora, este programa de la OFM que atina en su cercanía al día de todos los, amados y añorados, difuntos. Pero no nos asustemos, no nos refugiemos en la concha del caracol cobarde convertida en presagio de tumba. Es música poderosa, un combate extraño en el que luchan las poéticas de Friedrich Rückert y de Alexander Ritter. Por parte de Mahler, un ciclo de canciones sobre niños muertos y por Strauss la agonía de alguien que mira hacia atrás, a la infancia irrecuperable, a la batalla perdida, y tras ella la muerte y su después, su tal vez.
Kindertotenlieder 1, por Dietrich Fischer-Dieskau
Hablamos de poesía, hablamos de música. Y de muerte. Gustav Mahler era provisionalmente feliz cuando escribió estas canciones. Cuatro años después perdió a su hija María. Entonces, escribió en una carta: "Me coloqué en la situación de haber perdido un hijo. Cuando realmente perdí a mi hija, no podría haber escrito estas canciones nunca más". Más. Romain Rolland, que tan inmortal fue en vida y que muerto ya no es nadie (la gente de un bando del 36 lo leía y aclamaba, lo mismo que pasa con Ramiro de Maeztu, al dorso de esta página y que es hoy ausencia, silencio y polvo) resumió en prosa el poema de Ritter que puso en música Strauss. En él habla de un hombre muriendo, que al final se encuentra con lo que sigue: “Entonces resuena en el cielo la palabra de salvación a la cual él aspiraba vanamente sobre la tierra: ¡Redención! ¡Transfiguración!”. Un drama musical, dos dramas entre dos fronteras, las de la poesía y las de la música, la vida y su final, que ponen la carne de gallina y el alma en vilo. Una promesa de redención, una posibilidad, transido el corazón, de salvación por la música.
Artículo publicado en diario Sur el 29 de octubre de 2011
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