Cada guerra,
cada conflicto, tiene su soldado desconocido, su héroe olvidado, su víctima de
silencio y de ceniza. Su derrotado ejemplar. Tal es el caso de Jan Kozielewski.
Cuyo nombre no aparece en los libros de historia, y cuando lo hace, en una
minúscula nota al pie de página, lo hace con otro nombre, uno que la
clandestinidad obligó a adoptar y por el que el recordado, aunque, ay, muy
poco: Jan Karski. Autor de este abrumador volumen, su efigie, de muy mayor, la
recoge una estatua de bronce en el parque de la universidad de Georgetown, en
la que fue profesor entre 1952 y 1992. Sentado en un banco de madera, apoyado
en un bastón y con un tablero de ajedrez invitando a compartir asiento e
imposibles confidencias, una placa en el suelo resume en inglés sus virtudes y
vicisitudes: “Jan Karski (Jan Kozielewski), 1914-2000, mensajero del pueblo
polaco ante su gobierno en el exilio, mensajero del pueblo judío ante el mundo,
el hombre que alertó sobre la aniquilación del pueblo judío cuando aún había
tiempo para detenerla. Nombrado por el Estado de Israel Justo entre las
Naciones, héroe del pueblo polaco, profesor en la Universidad de Georgetown
(1952-1992), un hombre noble que caminó entre nosotros y nos hizo mejores con
su presencia, un hombre justo”. Réplicas de esta estatua fueron emplazadas,
posteriormente, ante el consulado de Polonia de Nueva York, en el campus de la
Universidad de Tel Aviv, en la ciudad polaca de Kielce y, convirtiendo el banco
en sillón y eliminando el tablero, en Varsovia.
Georgetown
Nueva York
Tel Aviv
Kielce
Varsovia
Lodz
Publicado en
1944 (adviértase, durante la Segunda Guerra Mundial y antes de la liberación de
los campos), “Historia de un Estado clandestino” es el relato, en primera
persona, que Karski hace de su actividad en la Resistencia polaca hasta el
momento en que, enviado a dar cuenta al gobierno polaco en el exilio de las
actividades de la Resistencia, cumple esta misión en Londres y es enviado a
informar al presidente Roosevelt en Washington. Junto al funcionamiento del
admirable estado polaco clandestino al que se refiere el título, es la
situación del pueblo judío el gran secreto del que Karski era portador. No
porque llevase consigo documentación microfilmada al respecto, sino porque él
mismo fue testigo. De una honestidad intachable, el católico Karski insistió en
conocer de primera mano lo que sucedía, para evitar estar mediatizado: “Me
ofrecieron llevarme al gueto de Varsovia para que, literalmente, pudiera ver el
espectáculo de gente moribunda, exhalando su último suspiro ante mis ojos. Me
conducirían a uno de los tantos campos de exterminio en los que se torturaba a
los judíos y se los mataba a miles. Como testigo ocular, yo sería mucho más
convincente que como mero portavoz. Asimismo, me advirtieron que, si aceptaba
su ofrecimiento, arriesgaría mi vida para llevarlo a efecto. También me
previnieron de que el recuerdo de las espantosas escenas que presenciaría me
perseguiría durante toda la vida. Les dije que aceptaba”.
Si todo el
libro es un relato exacto, tenso y despojado de la lucha del nobilísimo pueblo
polaco contra el invasor nazi (Karski fue movilizado, huyó de los alemanes para
ser apresado por los soviéticos, se sometió voluntariamente a un canje para ser
prisionero de los alemanes, de los que más tarde se evadió para integrarse en
la Resistencia, cayendo prisioneero nuevamente y ser salvajemente
torturado...), son dos capítulos, “El gueto” y “Morir en agonía...”, los que
captan la experiencia medular de Karski. El libro completo cabe en el resumen
en los párrafos con los que Karski, frente a la Casa Blanca, cierra estas
memorias imprescindibles y que, para los que no conozcan este libro
sobresaliente, pueden inducir a su lectura:
Me senté en un
banco y observé a los transeúntes. Vestían bien y parecían saludables y
satisfechos. Daba la sensación de que la guerra apenas los había afectado. Los
acontecimientos me pasaron por la cabeza en veloces y extraños fragmentos.
El exquisito
salón del embajador portugués en Varsovia, y luego, abruptamente, sin
transición alguna, el calor, el polvo y el humo de la batalla, así como la
amargura de la derrota. La interminable y caótica marcha hacia el este, y la
fútil búsqueda de inexistentes destacamentos. A continuación, los silbantes
vientos y las inhóspitas estepas soviéticas. La alambrada del campo de
prisioneros. El tren. El campo de concentración alemán en Radom y un primer
atisbo de una brutalidad que nadie había imaginado jamás, la suciedad, el
hambre, la degradación. Luego, la Resistencia, el secreto y el misterio, el
ligero y constante temblor nervioso. Las montañas eslovacas y el viaje en
esquí, como una irrupción en el mundo superior.
La hermosa
ciudad de París, en tiempos de guerra... Angers, rebosante de espías
alemanes... Luego el regreso por los Cárpatos, hacia la tierra de las tumbas,
las lágrimas y el dolor. La Gestapo y mi primer golpe en sueños...
Posteriormente, las palizas, los dientes y las costillas, la sangre que manaba
a raudales, cubriéndome los ojos, los oídos, inundando el mundo.
Luego las
palabras: “Teníamos dos órdenes con respecto a ti. La primera era hacer cuanto
estuviese en nuestro poder por ayudarte a escapar. La segunda era matarte si
fallábamos”.
Después, el
duro trabajo en la Resistencia, monótono, secreto, peligroso. El gueto y el
campo de exterminio, el recuerdo y las
náuseas que provocaba, los susurros de los judíos, como el estruendo de una
colisión de montañas. Y Unter den Linden, Berta, Rudolf, gente que alguna vez
amé y que ahora detesto. Los Pririneos de noche y los Pirineos de día. El mundo
diplomático y las conferencias. Mi condecoración. Y luego lo vi a él, como
puedo verlo ahora, mientras escribo, el anciano caballero, cansado, que, con
los paternales ojos fijos en los mío, me decía: “No le doy ninguna orden ni le
hago recomendación alguna. Usted no está representando al gobierno polaco y su
política. Los servicios que le suministramos son puramente técnicos. Su misión
consiste sólo en reproducir objetivamente lo que ha visto, lo que ha
experimentado, lo que se le ha encomendado que diga sobre quienes están en
Polonia y en los demás países europeos ocupados.
Muchas gracias por compartir a Jan Karski, como usted dice es un soldado desconocido, un héroe olvidado, pero que personas nobles como usted lo van mostrando y va emergiendo para que la esperanza siga viva pese a las crueldades.
ResponderEliminarQuerida Julia: Muchas gracias por su opinión. La memoria de la Shoah/Holocausto se va borrando. Intento que tanto dolor no fuera, por olvidado, en vano. Gracias por leerme.
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