Entre los rascacielos, entre los neones delirantes y sobre los vagones de metro que rugen furiosos, una banda de música con uniformes inverosímiles, como sacados de un carnaval en el que soldados napoleónicos se disfrazaran de guardias de Buckingham Palace, desfila haciendo diabluras, aspavientos cómicos y hasta grotescos, haciendo sonar marchas de John Philip Sousa. Esa imagen de modernidad mezclada con tradición y mezclada con copia descarada, con imitación, con pastiche, y si se pasa todo esto por un tamiz intelectual que refleje todas las aventuras del Arte, de la Estética, del Pensamiento, condensa, al fin y al cabo, y en pinceladas elementales, la música norteamericana del último siglo. Una música que tiene como figura clave a Charles Ives y como icono más destacado a Samuel Barber con su trilladísimo pero inmortal adagio para cuerdas. Pero junto a ellos, a un lado de ellos y después de ellos, tenemos a un grupo de compositores que son los que integran el programa titulado “Metrópolis II” que comparecerá en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes los días 17 y 18 de junio. Con la Orquesta Filarmónica de Málaga dirigida por Edmon Colomer y con Cedric Tiberghien como solista al piano, la velada reúne tres obras singulares y que ilustran esta capacidad de adaptación e innovación que caracteriza la música norteamericana: las “Variations on America” de William Schuman, la Sinfonía nº 2 “La edad de la ansiedad” de Leonard Bernstein y “City Noir” de John Adams.
La cultura es una cosa rara...
(según el prisma tierno de Norman Rockwell)
De los tres, el más conocido es Leonard Bernstein, a la vez que es el más injustamente tratado, pues ha quedado relegado, machaconamente, a ser recordado como el autor de “West Side Story” y como un excelente director de orquesta. Sinfonista avezado, esta segunda sinfonía, basada en un largo poema por el que W. H. Auden consiguió el premio Pulitzer y que le da título, es una obra un tanto esquiva y que, creada a inicios de la posguerra mundial y en la eclosión de la acongojante guerra fría, es una sinfonía intensa, tal vez demasiado europea, demasiado seria, pero que transmite con dolorosa eficacia ese tambalearse de la fe cuando había poco sobre lo que sostenerse, entre la sangre de ayer y la de mañana. Paradójicamente más originales son las “Variations on America” de Schuman. Fíjense bien: con el apellido del compositor más conscientemente romántico, y con lo que eso obliga, Schuman reinterpreta, vampiriza, tuerce e ilumina, una obra del más clásico y alto compositor norteamericano, Charles Ives, basada a su vez en una tonada popular, y lo que aquí consigue es algo que no desentonaría en una verbena de muchachas con osos de peluche conseguidos a rudos bolazos por mocetones que se curten en el fútbol americano. Y que a la vez da para que en una sala de conciertos fascine desde el primer compás. Una amenísima diablura plena de talento.
John Adams: City Noir
Y para terminar, “City Noir” muestra el extraño e hipnótico maridaje que pueden hacer los postulados minimalistas y repetitivos de Philip Glass con una orquestación a lo Mahler. Adams, conocido especialmente gracias a su revolucionaria ópera “Nixon in China” concluye con este retrato de Los Angeles un tríptico en el que se plasma su visión abarcadora de la realidad a través de una codificación cultural y por ello compartida: “Me gusta pensar en la cultura como los símbolos que compartimos para entendernos unos a otros. Cuando nos comunicamos, señalamos símbolos que tenemos en común. Si las personas quieren explicar algo, tratan de encontrar una referencia. Puede que sea una película de Woody Allen, o una letra de John Lennon, o la frase de Nixon de “No soy un timador”. En esta sinfonía novedosa en tres movimientos anida el cuerpo troceado de la Dalia Negra, los rótulos de Chinatown, las ráfagas del jazz, las promesas del cine y las luces mentirosas de los bulevares.
Artículo publicado en diario Sur el 11 de junio de 2011
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