lunes, 28 de abril de 2014

Lecturas: Patrimonio. Una historia verdadera (Philip Roth)

Ya en "Los hechos" (1988), Philip Roth abogó por la autobiografía pura y dura, por la no ficción. Allí conocimos a Sandy, a Herman, a Bess. Su hermano y sus padres. Con "Patrimonio" (1991), Roth nos cuenta la súbita decadencia y la inevitable muerte del viudo Herman Roth, su padre. Es una elegía intensa y a la vez serena, un retrato fiel y objetivo del difunto, más bien del moriturus, escrito mientras éste va dejando la vida. Una de las mejores obras del hijo, que consigue dar una última, y perenne, vida al padre. 


Herman, 36; Sandy, 9, y Philip Roth, 4.
Bradley Beach, New Jersey, agosto 1937

En la página 176 de la edición de Seix Barral, Philip Roth escribe: “Me quedé mirándolo atentamente, como si hubiera sido la primera vez, esperando que se me presentasen los pensamientos. Pero no hubo ninguno más, excepto la recomendación que me hice de fijarlo en la memoria cuando él estuviera muerto. Quizá pudiera evitarse, así, que con el paso de los años mi padre se trocase en algo atenuado y etéreo. “Tengo que recordar con precisión”, me dije.”Tengo que recordarlo todo con precisión, para poder recrear en mi mente el padre que me creó, cuando él ya no esté”. No hay que olvidar nada”.

Cierra el libro, conmovedor, conmovedora y memorablemente, con la misma sentencia e intención: 

“Por la mañana me di cuenta de que se refería a este libro, que, como corresponde a la falta de decoro propia de mi profesión, estuve escribiendo durante toda su enfermedad y su agonía. El sueño me decía que  —ya que no en mis libros ni en mi vida—, al menos en mis sueños yo seguiría siendo para siempre el hijo niño de mi padre,  con la conciencia de un hijo niño, y que él seguiría vivo no sólo como padre mío, sino como padre, con la conciencia de un hijo niño, y que él seguiría vivo no sólo como padre mío, sino como padre, en permanente juicio de todas mis acciones. No hay que olvidar nada.”

Un Roth recomendabilísimo, necesario para comprender eso en que consiste ser el padre y ser el hijo.

domingo, 27 de abril de 2014

Lecturas: Fábulas y cuentos (G. K. Chesterton)

Por reaccionario, por ortodoxo, por irónico, por creyente, siempre me ha gustado Chesterton. Convertido en faro y epítome de una cierta inteligencia que aún busca su nombre, sus textos breves, recopilados aquí, suponen un festín literario. Aunque a veces se nota las ganas de provocar, de incordiar, de poner en evidencia a sus muchos adversarios, es cuando huye de su capacidad como polemista cuando más brilla. En esta recopilación, los relatos pueden gustar o no gustar, pero siempre desconciertan. Entre los 32 que lo integran, destaco, por extraordinarios, dos: "Nostalgia de casa" y "Cómo descubrí al Superhombre". 


El primero es una vibrante y sencilla fábula sobre alguien que decide hacer el viaje más breve y más extenso posible. Desde donde está hasta donde está. Avanzando siempre, sin desviarse, teniendo como guía y propósito regresar al hogar. Aquí, un fragmento especialmente hermoso: 

"-Oh, Dios, creador mío y de todas las cosas, escucha cuatro cantos de alabanza. Uno por mis pies, por tener­los doloridos y lentos, ahora que se acercan a la puerta; otro por mi cabeza, por tenerla inclinada y cubierta de canas, ahora que Tú la coronas con el sol; otro por mi corazón, porque le has enseñado con el dolor y la espe­ranza dilatada que es el camino lo que hace el hogar, y otro por esa margarita que hay a mis pies".

El segundo ilustra aquel juicio que Borges formuló sobre nuestro autor: "Chesterton se defendió de ser Edgar Allan Poe o Franz Kafka, aunque algio en el barro de su yo propendía a la pesadilla, algo secreto, y ciego y central". Con sorna, el narrador, en primera persona, el propio Chesterton al fin y al cabo, anuncia que ha encontrado el Superhombre que propugnaban George Bernard Shaw y H. G. Wells (he aquí, por su nombre, dos de los adversarios a los que antes me refería). La elíptica, definida por ausencias, figuración del Superhombre y el brusco, y casi brutal, desenlace de la historia hacen merecedor a este relato de figurar en la más exigente antología de la literatura fantástica.  


sábado, 26 de abril de 2014

Lecturas: El hombre en suspenso (Saul Bellow)

Viene a ser, si queremos quitarle méritos, el precursor de Philip Roth. Con "Las aventuras de Augie March", Saul Bellow introduzco el héroe (antihéroe) de Roth: judío, urbano, desengañado, existencialista. Tal vez porque Bellow se llevó el Premio Nobel de Literatura, en 1976, es posible que el veleidoso comité sueco nunca se lo dé a mi admirado Roth. De Bellow ya algo se ha comentado aquí, ponderándolo casi con entusiasmo. No será éste el caso. Primera novela suya, "El hombre en suspenso" tiene todos los vicios del Bellow posterior y apenas ninguna de sus virtudes.


Aquí, la tendencia a la introspección al filosofeo (filoso, feo) es exasperante. Seguimos el diario íntimo de un canadiense que reside en Estados Unidos en 1942 (la novela es de 1944) y que espera que la burocracia se desenrede y le permita incorporarse voluntario a filas. Acompañado por su esposa, y habiendo abandonado su trabajo, entretiene la espera rellenando el diario que leemos. Poco más, casi nada más, hay en esta novela lenta y enojosa. Abro el libro al azar. Copio las primeras líneas de la página: 

"-¿Y la respuesta?
-Recuerdo lo que escribió Spinoza, que ninguna virtud puede considerarse más grande que la de intentar preservarse uno mismo.
-¿A toda costa, uno mismo?
-No lo entiendes. Uno mismo. No dijo la vida de uno. Dijo uno mismo. ¿Ves la diferencia?

Así todo el libro. No digo nada más.

miércoles, 23 de abril de 2014

Lecturas: Padres e hijos y otras novelas (Iván Turguénev)

Palabras mayores, muy mayores. Un autor para quererlo siempre. Aunque tapado por Dostoievsky y Tólstoi, aunque por su fama entre nosotros por encima de Gógol, Turguénev (1818-1883), ha quedado convertido en un ruso más del XIX, alguien que en otras décadas tuvo más aceptación que ahora. Hace 30 años compré ya un libro de nuestro autor, "Nido de hidalgos", en una edición que tenía sus buenas décadas encima y que, enfrascado en otros libros, nunca leí y que incluso perdí en una de esas limpiezas arbitrarias y, por lo que veo, lamentables. 

Vuelvo, o llego, al fin, a Turguénev y caigo deslumbrado. El volumen que comento, publicado por Círculo de Lectores en 1991, recopila las novelas "Padres e hijos" y "Aguas primaverales" junto a las novelitas "Asia", "El primer amor" y "Clara Mílich (Después de la muerte)". Las cinco piezas son deliciosas, elocuentes, tiernas, melancólicas, irónicas. Con un estilo diestro, que en España encontraríamos fusionando a Galdós con un poquito de Clarín y un poquito de Juan Valera, Turguéniev se centra en la deriva de los sentimientos, con una especial predilección para analizar cómo aparece el amor. Aunque las más de las veces el resultado de ese afecto es el fracaso. Vladimir Nabokov, que analiza "Padres e hijos" en su "Curso de Literatura Rusa", pondera este título como "una de las novelas más brillantes del siglo XIX". No desmentiré yo a Nabokov. En esta novela asistimos a la presentación en la literatura rusa del primer protagonista que anuncia la revolución venidera. El nihilista Bazárov, que se jacta del nihilismo y preconiza la destrucción para que otros construyan, termina siendo visto por los que le rodean como un idiota. Me abstendré de entrar en consideraciones políticas. Hay, además, en esta novela magnífica un duelo a pistola, pero también encontraremos otro en "Aguas primaverales", como lo hubo en el relato "El disparo" de Pushkin (y, con resultado de muerte propia, en la biografía del gran romántico). Es, por lo que se ve, un mundo de honor, muchos miramientos y calentamiento rápido. No quiero ejercer de crítico, sino de lector, en estos comentarios. Sólo puedo recomendar vivamente un narrador que con una sensibilidad que puede recordarnos a la película "Ojos negros" de Nikita Mihalkov (basada en relatos de Chejov), es especialista en personajes femeninos, que pueden ser deliciosos y cautivadores, plenos de encanto, o asquerosamente manipuladores. -y siempre trazados con intensa vitalidad y ricos matices. Y ya que he mencionado la película de Mihalkov, Turguéniev es también cinematográfico en la concepción de "Aguas primaverales", que no es sino un colosal relato en flashback.  

Ninguno de los relatos, sean novelas o novelitas, de este libro desmerece de los demás. Cada uno fascina, cada uno enamora. Un genio, ya les digo. Y como ya decía, para quererlo siempre.

domingo, 20 de abril de 2014

Lecturas: La conjura de los necios (John Kennedy Toole)

Era un clásico allá por los 80, cuando se editó por vez primera y esa novedad añeja, de veinte años antes, era un libro de referencia entre los jóvenes universitarios que se lo pasaban con una sonrisa y un codazo. Ahora, cuando al fin lo leo, se comprende ese alborozo. Ignatius J. Reilly, su detestable y adorable protagonista, es un bocazas, un empecinado, alguien que no se coarta y en nombre de la teología y la geometría que tanto invoca, la emprende, con osadía y malos resultados, contra el mundo. Es fácil ver en él un Quijote norteamericano, y al igual que el manchego es enamorado y desdeñado, es estrafalario y es consecuente. Hasta tiene un escudero, inconstante y nunca aceptado, que es el patético patrullero Mancuso, un Mortadelo desparejo y entrañable. Ya en el prólogo que firma Walker Percy se señala ese parentesco y se define al personaje con una genealogía difícil de cuestionar: es "un Oliver Hardy loco, un Don Quijote obeso y un Tomás de Aquino perverso combinados en uno". Tal cual. Clavado. Estupendamente escrito, es un libro que ha resistido las décadas con solvencia, una obra importante (aunque no mayor) en las letras del siglo XX. 



sábado, 19 de abril de 2014

Lecturas: El viejo y el mar (Ernest Hemingway)

Lo que son las cuentas pendientes. Un Hemingway especialmente popular que uno va dejando y dejando, y cuando me lanzo resulta que era mejor no haberlo leído y quedarse con la imagen de Spencer Tracy en una película que nunca vi pero que supondré con un buen guión. Vale que son pocas páginas, vale que son letras grandes, vale que lleva (una edición de quiosco de Seix Barral de hace 30 años) dibujos a toda página malos y tontos. Todo eso acepto como pescado de compañía. Pero aburre todo ese cuidado técnico por las artes de pescas, hasta el punto de que este lector se siente como un intruso colado en un congreso de pescadores. La historia no es sino una fabulita para colar la moraleja: "Pero el hombre no está hecho para la derrota -dijo-. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado". Tal cual. Resumiendo la fábula, y la propia experiencia de su lectura, recurriré a una fatalista expresión malagueña: "Tó pa' ná". 


jueves, 17 de abril de 2014

Lecturas: Lo que no puedo olvidar (Anna Lárina)

Antonio Muñoz Molina prologa el grueso volumen. Comienza nombrando, con justicia, la cara bellísima de la autora, mirando distante en las fotografías de los años treinta, y nos muestra después a una anciana que se empecina en rescatar la memoria de su esposo y recuperar el tiempo que no vivió junto al hijo del que le separó la Historia (sí, procede en este caso la mayúscula tiránica). En este libro, Anna Lárina habla del tiempo feliz y su después. Cuando era joven y se enamoró de un bolchevique en ascenso, al que Lenin llamó "el favorito del Partido" y otros, fervorosamente, "el hijo de oro de la Revolución". El marido, pronto ausente, era Nikolai Ivánovich Bujarin, que sería pronto convertido, pese a ser redactor del Pravda durante doce años, o tal vez por ello, en el ideólogo de la oposición de derechas. 

Anna Lárina: inocencia ininterrumpida


Lárina cuenta desde dentro la vida en el Krémlin (allí la pareja llegó a intercambiar con Stalin su apartamento tras el suicidio, entre aquellas paredes, de la esposa del dictador), con la ligereza de quien es feliz y joven y aunque su padre fue un teórico del socialismo, y la élite comunista eran visitantes asiduos de su marido y de su progenitor, juega al amor y a la temprana maternidad. Pero esa inocencia, que trasmite con facilidad, durará poco. Caído, juzgado y fusilado su marido (medio siglo pasará hasta su rehabilitación), Lárina pasará por la experiencia de la deportación y el Gulag, incluyendo la crueldad de ser separada de su hijo (once meses tenía el niño cuando la catástrofe) durante 18 años. Lo extraordinario, en estas memorias clave para entender la era soviética, es que Lárina no carga las tintas al narrar sus padecimientos, no grita desesperada, sino que con serenidad expone los hechos escuetos y traza el perfil de su marido que contempló con entereza cómo sus laureles le eran arrebatados y con ellos el honor y la vida misma. Lárina fue la encargada de memorizar la carta que Bujarin le dictó para difundirla cuando el tiempo fuera propicio (y fue nuevamente medio siglo el que tuvo que transcurrir). Es la ejemplar "Carta a los futuros dirigentes del Partido". Por su interés, junto a la viva recomendación de leer estas memorias de Anna Lárina, paso a reproducirla en su integridad:

Abandono la vida. Al inclinar la cabeza, no lo hago ante el hacha proletaria, que debe ser implacable, pero pura. Siento mi impotencia ante la máquina infernal que, recurriendo sin duda a métodos medievales, dispone de una fuerza titánica, fabrica calumnias organizadas  desvergonzadamente y con seguridad.

Dzerjinsky desapareció. Se extinguieron progresivamente las admirables tradiciones de la Checa, cuando el ideal revolucionario dirigía todos sus actos, justificaba la crueldad contra los enemigos, para preservar al Estado de los contrarrevolucionarios. Por tal razón, los órganos de la Checa merecieron honores y confianza, autoridad y respeto especiales. En el momento actual, los órganos de la NKVD, en su mayoría, representan una organización degenerada de funcionarios  enriquecidos, corrompidos y carentes de ideales que, aprovechando la antigua autoridad de la Checa, y para complacer la desconfianza enfermiza de Stalin -por no decir más-, a la búsqueda  de condecoraciones y privilegios, realizan  su trabajo sucio. Sin darse cuenta de que, al mismo tiempo, se suprimen a sí mismos, porque, cuando se trata de asuntos indecentes, la historia no soporta testigos.

Esos órganos "milagrosos" pueden aplastar a cualquier miembro del Comité Central o del Partido, fabricar traidores, terroristas, espías. Sí Stalin llegara a dudar de él mismo, se le tranquilizaría al instante.

Nubes amenazantes se ciernen sobre el Partido. Mi sola cabeza inocente implicará millares de otras cabezas también inocentes. Se necesita crear una "Organización bujarinísta" que, en realidad, ni siquiera existió en el último tiempo, porque, desde hace siete años, no tengo ni sombra de divergencia con el Partido, ni aun durante el periodo de la Oposición de derecha. Yo ignoraba todo de las organizaciones secretas de Riutin y de Ouglanov.  Yo exponía mis opiniones abiertamente con Rikov y Tomski.

Antes de la tormenta, 1927.
De izquierda a derecha: Rykov (ejecutado en 1938),
Bujarin (ejecutado en 1938), Kalinin (muerto de cáncer en 1946),
Uglanov (ejecutado en 1937), Stalin y Tomsky (suicidado en 1936)

Soy miembro del Partido desde la edad de dieciocho años y el objetivo de mi vida fue siempre luchar por los intereses de la clase obrera, por la victoria del socialismo. En estos tiempos, un periódico que lleva el nombre sagrado de Pravda, publica mentiras desvergonzadas, según las cuales Nicolás Bujarin intentaba destruir las conquistas de Octubre y restaurar el capitalismo. Se trata de una impudicia inaudita, una falsificación que, por su obvia insolencia y su carácter irresponsable, equivaldría a afirmar que Nicolás Romanov consagró toda su vida a la lucha contra el capitalismo y la monarquía y por la realización de la revolución proletaria.

Si llegué a equivocarme, más de una vez, en el curso de la lucha por la construcción  del socialismo, que las generaciones venideras no me juzguen con más severidad que Vladimir Ilich Lenin.

Nosotros nos dirigimos por primera vez hacia un objetivo común, siguiendo una vía que se apartaba de los  caminos  trillados. Se trataba de otra época y los hábitos eran por completo distintos. La Pravda contenía una “Sección de Discusiones". Todos discutían buscando nuevas vías, reñían, se reconciliaban y proseguían su camino juntos.

Me dirijo a vosotros, generación futura de dirigentes del Partido, cuya misión histórica implicará la obligación de desembrollar la madeja monstruosa de crímenes que, durante estos terribles momentos, se acumulan cada vez y amplifican como  el fuego hasta asfixiar al Partido.

¡Me dirijo a todos los miembros del Partido!

Esta hora, que acaso sea la última de mi vida, me convence de que, tarde o temprano, el filtro de la historia lavará implacablemente mi cabeza de todas las villanías.

Nunca fui un traidor. No hubiera dudado en sacrificar mi vida por la de Lenin. Yo estimaba bien a Kirov y no maquiné nada contra Stalin. Yo pido a la nueva, joven y honesta generación de dirigentes del Partido  que me justifique ante el Pleno del Comité Central y que me rehabilite en el seno del Partido. Sabed, camaradas, que en el estandarte que portaréis durante vuestra marcha triunfal hacia el comunismo habrá una pequeña gota de mi sangre. 

                                                      Verdugo y víctima

miércoles, 16 de abril de 2014

Lecturas: Me hallará la muerte (Juan Manuel de Prada)

Antes de entrar en harina, una vieja historia familiar, brumosa e improbable. Pero cierta. El hermano de una tía-abuela mía, comunista él, se alistó en la División Azul buscando pasarse al presunto enemigo y así comenzar una vida nueva entre los camaradas del Este. Tras un combate especialmente duro, se perdió todo contacto con él, y en breve la familia recibió una notificación dándolo por muerto aunque de su suerte nada se supo. A lo más, medio siglo después, y por pesquisa de un especialista en aquella aventura militar, tuvimos el dato de que, al menos, fue atendido por congelación en un hospital del frente. Hasta ahí ese misterio de un soldado almeriense y desconocido.


La novela de Juan Manuel de Prada juega a eso, a falsas identidades alrededor de la División Española de Voluntarios. Convirtiendo en una amarga novela negra lo que podría haberse convertido, y felizmente se evita, en una novela histórica. Tenemos aquí la historia de un mangante de posguerra al que un mal golpe en un mal día le lleva a huir enrolándose en la cruzada contra los comunistas. De Rusia volverá, con identidad cambiada, a bordo del Semíramis, para comenzar una vida nueva, acomodada, bajo un nombre distinto, con una familia diferente, con un amor nuevo y difícil, con la obsesión de otra mujer de peores tiempos. Para mantener, después de la durísima experiencia del cautiverio, el nuevo estatus, para evitar el regreso al albañal del que salió para convertirse en héroe de guerra, tendrá que matar. 

Funciona excelentemente el libro, con sus jerarcas y señoritos de bigotito fino, con sus "falangistillas" convertidos en lacayos del régimen y que olvidan el fervor puro del ideal joseantoniano. Ese idealismo azul, de camisa vieja, lo encarna el veterano Francisco Cifuentes, que encarna el desencanto ante un régimen que no era el soñado por los falangistas de primera hora. El falangista (recuérdese que el título del libro no es sino un fragmento del "Cara al sol": "Me hallará la muerte si me lleva / y no te vuelvo a ver") Gabriel Mendoza, amigo del primero y cuya identidad usurpará el protagonista, representa hasta extremos heroicos el falangismo más caballeresco, habiendo momentos en que parece que más que a Mendoza oímos a Roberto Alcázar viéndoselas, estupendo e insensato de puro sublime, ante los lacayos del Krémlin. La abnegación de Mendoza, poco verosímil, es tal vez el único punto flaco, junto a la villanía maléfica de la "femme fatale" que seduce y doblega a nuestro impostor en Rusia, además de ciertos excesos en la conducta beoda de Ava Gardner, de esta novela brillante e intensa.   




Lecturas: La hija del capitán y otros relatos (Aleksandr Pushkin)

El gran escritor ruso. No tanto, pero sí es el más respetado entre sus compatriotas. El más amado, el incontestable. Al que la muerte temprana, romántica dentro del Romanticismo de su tiempo, a pistola en un duelo con algunas horas de agonía, le sintió tan bien. Poeta pero también narrador. Desconozco su poesía, pero este volumen que reúne diversas ficciones sirve para dar una imagen apropiada del mito ruso: la novela de aventuras y amores "La hija del capitán", los cuentos de "Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin", la novelita "Dubrovski" y el relato "La dama de picas". 


Sorprende en Pushkin la parquedad del estilo, una concisión que en castellano identificamos con Josep Pla. Con ese lenguaje escueto, en el que apenas hay adjetivos, en el que se renuncia a todo artificio, que el libro deje un buen sabor de boca se debe a que es interesante siempre lo que cuenta, y que la voz de Pushkin es diestra, con una pizca de ironía acá y allá, sabe modularse para compensar al lector. Más moderno de lo que esperaríamos en un romántico, haciendo matar a personajes sin un ápice de sentimentalismo (en "La hija del capitán"), quizás la joya de esta recopilación son los apócrifos "Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin", que para un lector español vendrían a ser como las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer trufadas con el sarcasmo macabro de Ambrose Bierce. En la muy popular "Dubrovski", historia de un noble metido a justiciero, lo más notable puede ser la descripción de la servidumbre, en poco diferente a la esclavitud, en las aldeas rusas. En "La dama de picas" encontramos, con cierta crueldad y elementos bizarros, al jugador de Dostoievsky, empujado a la locura y tal vez al crimen. Muy recomendable.

martes, 15 de abril de 2014

Lecturas: Cristianismos perdidos (Bart D. Ehrman)

El subtítulo reza (sí, es chistoso el verbo) "Los credos proscritos del Nuevo Testamento". De su autor ya leí, y disfruté, "Jesús, el profeta apocalíptico judío", lleno de sagaces sugerencias. El sello de calidad se mantiene en este volumen al que pocos reparos pueden ponerse. La lectura, lenta y cuidadosa, pero nunca difícil, permite asomarse a los primeros siglos del Cristianismo para comprobar la abundancia de visiones contrapuestas que de la nueva fe, y de la figura misma de Cristo, confluyeron y lucharon. Las dos primeras partes del libro, "Falsificaciones y descubrimientos" y "Herejías y ortodoxias" se centran en la exposición de las diversas creencias. La tercera, más árida, "Vencedores y perdedores" relata cómo se impuso la ortodoxia que sigue rigiendo hoy día.
Ehrman, en su salsa

Ebionitas, marcionistas y gnósticos ocupan la mayor parte de la atención del autor, con capítulos que casi se convierten en una novela de misterio, como el que estudia el Evangelio Secreto de Marcos y su posible falsificación por Morton Smith. Sólo ese capítulo, en el que Ehrman no es tajante (en mi opinión, se trata de una falsificación ese evangelio que muestra un Cristo homoerótico), justifica la lectura del libro. En el que podemos hallar sentencias inquietantes, con magnífico estilo, como la que, camino de su martirio en Roma, formulara Ignacio de Antioquía: ""Porque si sólo en apariencia fueron hechas todas estas cosas por Nuestro Señor, luego también yo estoy cargado de cadenas en apariencia. ¿Por qué, entonces, me he entregado yo, muy entregado, a la muerte, al fuego, a la espada, a las fieras?". 

El grupo gnóstico de los fibionitas, a los que se acusó, quién sabe si con razón, de prácticas sexuales aberrantes y hasta de canibalismo, es quizás la más extrema demostración de hasta dónde podía llegarse, entre otros grupos en confrontación que aquí se muestran, en nombre del hombre que fue también Dios y que hoy, en efigie, pasea por las calles en este Martes que es Santo. 

lunes, 7 de abril de 2014

Lecturas: Cincuenta sombras liberadas (E. L. James)

Hastío. Grande, árido. Lento. Como si intentara repetir aquello de Luis Miguel Dominguín tras el revolcón con la diosa, uno ha aguantado la lectura de los tres abominables tochos sólo para contarlo. Para intentar saber qué, qué, Dios mío, ha visto tanta gente para poner estos tres libros por encima (e incluso en vez de) ningún otro. Yo los pondré (pongo a Dios por testigo) encima del contenedor de papel reciclado a las 7 y cuarto de la mañana. No lo he llegado a entender. Ni, francamente, entiendo por qué la editorial ha llegado a poner en la contraportada un llamativo reclama que, para algunos, será cierto: "TOTALMENTE ADICTIVA, ÉSTA ES UNA NOVELA QUE TE OBSESIONARÁ, TE POSEERÁ Y QUEDARÁ PARA SIEMPRE EN TU MEMORIA". Tal cual, con un par. La madre que. Por mi parte, ni adicción, ni obsesión ni memoria. Indiferencia, y un creciente rebote reaccionario que me convierte en casi un calvinista enlutado con ojeras y gesto torcido. 

Porque la diosa que lleva dentro la muchacha de los azotes y el señor Grey y su puta madre no merecen ni empatía, ni interés. Ni siquiera la rabia que saco, convertido en otro tiparraco con látigo, en esta reseña. Pero es que un libro tan malo, y tan extenso, es difícil de perdonar, de justificar. Entre los tres de "Sí, ésta es la trilogía de la que habla todo el mundo" (según blasonan las pegatinas de las cubiertas), éste es el más gordo, el más notoriamente malo. Ni las ternuras y zozobras, ni la debilísima trama criminal ni la sucesión fatigosa de coitos bastan para animar al lector, para sostener el esfuerzo, casi titánico, de no desesperarse y reciclar, ya, el libraco y sus hermanos. Eso será mañana, ya digo.

En este, además, se incluye un ridiculísimo epílogo, que en una sección muestra a la pareja con un retoño crecido y otro en camino disfrutando de un polvo silvestre con bartola y la parentela despistada entre los matojos, otra que retrata al niñato de las tundas en sus primeras navidades felices allá cuando infante, y finalmente el primer encuentro entre la pánfila y el baranda desde el punto de vista de éste, que sólo añade sutiles observaciones del tipo ya te pillaré, jamelga.

Como últimas palabras, en cursiva y centrada, toma la voz la autora y dice, la cabrona, 


Esto es todo... por ahora
Gracias, gracias, gracias por leer este libro.
E. L. James

Todo encantador, de "yo te hablo a ti, lectora o lector, y te agradezco, tan guay como soy, tu gasto en papel, tu desperdicio de tiempo, tu calentura colmada o no. A la mierda, señora E. L. James. Con todo cariño y tres veces, ¿vale?

Para dar al lector algo que merezca la pena en este comentario, le regalo otra sombra y otra piel. Júpiter e Io (1827), de Jean-Bastiste Regnault. Es que no es bueno acostarse cabreado, digo yo.



martes, 1 de abril de 2014

Lecturas: Peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina (I) (José Pablo Feinmann)

Nunca me había interesado el peronismo hasta que en 1988 viví dos meses en Santos Lugares, Provincia de Buenos Aires. Las viejas pintadas de antes de la dictadura militar ("Isabel Conduce"), los anagramas misteriosos de la P sobre la V (¿Victoria Peronista?, ¿Perón vuelve?), escoltados por la PJ, la JP, del Partido Justicialista, la Juventud Peronista, todo eso, en fin, junto a las largas pláticas con mi tío por las tardes ("yo, sobrino, me vine huyendo de Franco y me encontré con Perón...") me hicieron volcarme con el enigma de aquel dictador argentino, añorado por muchos, y empezar a leer sobre él empezando con la biografía de Joseph Page y seguir con otros muchos títulos, incluyendo alguna primera edición del mismo Perón (entre ellas, un tesoro, "La hora de los pueblos" con dedicatoria autógrafa para alguien que entre los suyos incluye mi propio apellido). 


Poco a poco, fui construyéndome una imagen del general, del presidente, del político y del marido que me llevaba desde la fascinación hasta la repulsión. Dedicando a Eva Duarte un rincón lleno de respeto y compasión. Fue en Buenos Aires donde compré, en el ya lejanísimo 2010, en pleno bicentenario de la nación, el apetecido primer tomo del extenso serial que Feinmann fue publicando en el diario "Página 12" y que ya conocía, picoteándolos, por los PDF que alguien fue colgando en Internet. El resultado de mi interés por Perón (accedo al programa con el que he catalogado mi biblioteca; hago una búsqueda por materia. "Peronismo": 50 referencias), las ganas que le tenía a Feinmann y la lectura del primer tomo (salió otro posteriormente, que continúa el discurso cronológico de este volumen inicial, que se queda en el primer y fugaz regreso de Perón en 1972), resulta en una decepción.


El estilo literario de Feinmann es magnífico, sus razonamientos muchas veces son compartidos, excepto cuando se pone Kirchnerista (y algo peor: Cristinista), Hegeliano, antifoquista y mil zarandajas más que, para un cultureta español con sus pujos de casi argentino quedan muy lejanos, muy ajenos. Lo que fastidia (o directamente jode, usando el recio significado que damos en España y opuesto al que se le da en Argentina) es, por mucho que recalque que no apoya la violencia, que insista en comprender, en disculpar, a muchos de los que fueron asesinos políticos, esa "juventud maravillosa" que el viejo Perón también alentó y utilizó. Que esos asesinos fueran exterminados por otros asesinos no los convierte en víctimas, no les aporta honor. Por mucho que Feinmann intente concederles ternura. Por mucho que niegue que lo hace.


También se echa en falta que no sea verdaderamente una historia del peronismo, y que por tanto silencie nombres tan importantes como Cipriano Reyes (creo que lo nombra, de pasada, una sola vez) o Domingo Mercante, a quien omite directamente. A cambio, desmenuza apasionada y aburridamente el pensamiento de John William Cooke, los sucesos que Rodolfo Walsh narró en "Operación Masacre" o el asesinato, asqueroso e imperdonable (aunque no es tajante Feinmann en la condena), del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu.


A cambio, el anális de cómo Perón era, en sus años finales, un logrero que supo instrumentalizar a la muchachada revolucionaria, es sobresaliente. Aunque también, al tratar del Perón de los años 40 y 50, Feinmann, sin más,  sin razonarlo, rechaza que fuera un populista fascista. Por el testimonio de mi propia familia, que vivió sobre el terreno aquel decenio fascinante de las dos primeras presidencias de Perón, tengo fundamentos para sostener que sí lo fue. Pero esa visión de la Argentina peronista como "patria de la felicidad" que retrata en sus maravillosas pinturas Daniel Santoro (a quien también admira Feinmann) sirve para encubrir la sordidez y la brutalidad de ese régimen seductor, cutre y efectista. Las ilustraciones que uso en este comentario sirven para pintar qué fue ese primer peronismo en el poder.


Feinmann yerra, y erra, como yerro y erro yo. Su discurso no es honesto. Tampoco el mío. Al menos, yo lo reconozco.