domingo, 31 de agosto de 2014

Lecturas: Monstruos invisibles (Chuck Palahniuk)

Ahora sí. Un Palahniuk sobresaliente. La dedicatoria anuncia de qué va la cosa, la portada lo encubre y delata. La dedicatoria dice "Para Geoff, que decía: "Esto va de robar drogas". Y para Ina, que decía: "Esto es perfilador de labios". Y para Janet, que decía: "Esto es crep georgette". Y para Patricia, mi editora, que seguía diciendo: "Esto no tiene suficiente calidad". La cubierta muestra un dibujo torpe, como los que imaginamos tatuados en los brazos de un presidiario de hace bastantes décadas. Una reina de la belleza salpicada de brusca sangre. Si damos la vuelta al dibujo (véase la ilustración), la identidad cambia, y es ahora un cabizbajo y burlado bufón. O algo peor. 




Justamente es lo que sucede en esta novela monstruosa y desquiciada. Tan Palahniuk. Que las identidades, los géneros, cambian, y cambia el orden de los episodios, tal como su narradora avisa ya en el segundo capítulo: 


"No esperéis que esta sea una de esas historias que dicen: y luego, y luego, y luego.

Lo que ocurre se parecerá más a una revista de moda, al caos de Vogue o de Glamour, con numeración en cada segunda o quinta o tercera página. Caerán bolsitas de perfume, y mujeres desnudas a toda página surgirán de la nada para venderos maquillaje.

No busquéis un índice, enterrado, como suele ocurrir en las revistas, a veinte páginas de la portada. No busquéis nada en absoluto. Tampoco existe una pauta real para nada. Las historias empiezan y, tres párrafos después:

Saltan a una página cualquiera.

Y vuelven a saltar.

Serán diez mil separatas de moda que se mezclan y combinan para crear acaso cinco trajes elegantes. Un millón de complementos de moda, de pañuelos y cinturones, de zapatos, sombreros y guantes, pero sin ropa de verdad con la que combinarlos. 

Y de verdad que tenéis que acostumbraros a esa sensación, aquí, en la autopista, en el trabajo, en vuestro matrimonio. Así es el mundo en que vivimos. Dejaos llevar por los impulsos."

Si el lector decide dejarse llevar por el impulso, no abandonar demasiado pronto la caótica lectura, la experiencia será perturbadora y gratificante. Seguirá la peripecia de una chica hermosa, prometedora en su carrera de modelo publicitaria recién iniciada, a la que un disparo recibido en pleno rostro dejará desfigurada y muda para siempre. Una transexual en plena transformación, Brandy Alexander, enganchada a hormonas, fármacos y otras drogas, le ofrece complicidad y apoyo, y un plan criminal que incluye una venganza y el secuestro del novio de la protagonista. A partir de ahí, nada, nada, nada, será lo que parece. El juego visual de la portada se convierte en lo que hay dentro del libro. Que con el estilo entrecortado de siempre es puro y gozoso Palahniuk. Y con una alta, indudable, mentirosa, calidad. 

jueves, 21 de agosto de 2014

Lecturas: Al desnudo (Chuck Palahniuk)

De Palahniuk llevo devoradas unas cuantas novelas. Ocho antes de la que aquí reseño. No es la mejor de ellas. Incluso afirmaría que ni siquiera es buena. Porque es una especie de "El crepúsculo de los dioses" de Billy Wilder desde la macabra imaginación de Palahniuk. Desde la vejez, camuflada bajo cirugías y cosméticos, de una estrella de cine (un personaje ficticio, Katherine Kenton, cuyo nivel de esplendor llegó al de Gloria Swanson o Greta Garbo), asistimos a la sucesión de disímiles maridos y amantes hasta que da con el galán Webster Carlton Westward III, entre cuyas posesiones encuentra la celosa secretaria y hasta ama de llaves de la diva, Hazie Coogan, unas inconvenientes memorias íntimas, carnales, en las que se narra la muerte accidental de Kenton. A partir de este hallazgo, la narradora y secretaria se pondrá en marcha, junto a Kenton, por cambiar el destino. El final, como sucede en Palahniuk, no será previsible y será cruel. Por medio, una agotadora sucesión de nombre en negrita, a la usanza de las columnas de cotilleos, y una sensación incómoda de hartazgo y cansancio. Poco más, y nada menos.


martes, 19 de agosto de 2014

Lecturas: Britania conquistada (Harry Turtledove)

La ucronía no puede ser complaciente, boba, previsible. Si se nos ofrece una ficción, debe abandonar el corsé académico, no quedarse en el resultado de un encargo infantil de redacción. Imaginemos un colegio inglés. Corbatitas y pecas. A ver, niños, el tema es: ¿qué hubiera pasado si la Armada Invencible hubiera triunfado? Y los escolares se dedican a decir que Inglaterra hubiera estado muy mal, que los malvados papistas habrían instaurado la Inquisición. Que es justamente lo que Turtledoe hace aquí, y buscando un final feliz, como si de un escolar bienintencionado y patriótico, se le ocurre devolver las aguas a su cauce, restaurar la historia y hacer que los malvados españoles sean rechazados y restaurada en el trono la reina Isabel I. Una novela muy mala de un autor del que ya había disfrutado otra novela ucrónica, "En presencia de mis enemigos", que partía de una victoria nazi en la Segunda Guerra Mundial. El recuerdo de la magnífica novela (aunque es casi una sucesión de relatos) "Pavana" de Keith Roberts sobre las consecuencias, a partir del siglo XIX, de la conquista española de Inglaterra, hacía que el libro de Turtledove se presentara especialmente seductor.


Aquí, sin embargo, todo es tonto y desaprovechado. La trama se basa en que las autoridades españolas le proponen a Shakespeare que redacte un drama sobre Felipe II para ser representado cuando, en breve, el Rey Prudente muera. El barón de Burghley, Willian Cecil, que vive en la clandestinidad, le hace otro encargo, un drama épico sobre Boadicea y su rebelión contra los romanos. Como responsable de vigilar de cerca al dramaturgo, los españoles buscan otro compañero de pluma: el teniente Lope de Vega, que en sus peripecias llegará incluso a matar, en una pelea con armas blancas, al mismísimo Christopher Marlowe. Algo tan prometedor (y tan bizarro, si incluye episodios como el combate Lope/Marlowe) queda anulado por la impericia del autor. Y me refiero a Turtledoe, que logra una novela fallida con un desenlace mejorablemente mejorable, idiotamente idiota, al que añade un capítulo de cierre prescindible que es otro canto al almíbar y la tontería. Qué lástima de libro. Qué horas malgastadas. Que el título original, Ruled Britannia, trasunto del Rule Britannia musicado por Thomas Arne sea lo más original del volumen resulta no alarmante sino triste, muy triste. Para esto, mejor fue que los barcos se hundieran...


miércoles, 6 de agosto de 2014

Lecturas: Todo fluye (Vasili Grossman)

Stalin ha muerto (bueno, no en España donde lo quieren resucitar con insensato entusiasmo). Vasili Grossman, de quien ya había leído "Vida y destino" y "Años de guerra", además de la biografía-antología "Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945" de Antony Beevor) se siente libre al fin, se pone a escribir una novela sobre un superviviente del Gulag que vuelve a casa, y lo que comienza como una novela excelente se convierte en un ensayo político. Las andanzas de Iván Grigórievich en un Moscú anodino en el que es fácil cruzarse con sus delatores, en el que no hay todavía justicia pero tampoco rabia por tanta sangre derramada, dejan paso, entre los capítulos 18 y 25 (el libro termina, apresuradamente, en el capítulo 27), a un vibrante alegato contra Lenin y, sobre todo, contra Stalin. Que tampoco, la verdad, aporta nada nuevo a los que estamos convencidos de que el mayor error del siglo XX (y del XXI, ojo) es el comunismo. Desconcentra mucho ese alegato contra el monstruoso régimen. Incluso molesta. Es como si Grossman sintiera la necesidad de decir claro, sin ficción, lo que le parecía el comunismo soviético. Una vez desahogado, cansado, decide terminar abruptamente la novela. Una pena. De las grandes. Tal vez una decepción. Pero es difícil enfadarse con alguien como Grossman.  

Noticias de ayer, ¿y de mañana?

lunes, 4 de agosto de 2014

Lecturas: Rusos (Edward Rutherfurd)

Años ha, compré en la edición primera en tapa dura, "London", de este mismo autor. Ahí sigue el tocho, esperando su oportunidad tras leer entonces la primera y sosa historia de las que pretendían trazar una saga familiar de la capital inglesa. Más tarde, cayó en mis manos la que aquí reseño, "Rusos", un ladrillo de 1278 páginas. Que se pasó sus años esperando que lo sacara a bailar. Mientras tanto, en librerías de aeropuertos, vi volúmenes de Rutherfurd dedicados a París y Nueva York. Porque se trata justamente de eso, de lo que alguien le daría una oportunidad en un vuelo largo de insomnio, de una espera entre vuelos. En todo caso, decepcionante. Es un reto dar una idea de la historia de un país como Rusia partiendo del año 180 después de Cristo y concluyendo en 1990. Que no se supera. Los personajes son chatos (y rubios), simple pretexto para contar historias que muchas veces no tienen mayor interés. Más valdría haber renunciado a la ficción y quedarse con los datos escuetos para a través de los personajes históricos narrar la evolución de una desgraciada nación. Sólo un par de datos que no supiera de Rusia he sacado como beneficio de esta lectura prescindible y lenta. Un bluff. O como se diga en ruso.

Lecturas: Juan Belmonte, matador de toros (Manuel Chaves Nogales)

Otra deuda pendiente, otra deuda sin pagar. Chaves Nogales. Tan ejemplar en su independencia, tan ponderado por sus lectores, tan fuera de lugar en un país y en un tiempo que no podían aportar justicia ni equilibrio ni inteligencia. Valores tan representados por nuestro autor. Quiero decir que ha sido mi primer contacto con Chaves Nogales y que no será el último. Porque aquí Chaves Nogales (qué necesidad de llamarlo por los dos apellidos para diferenciarlo de un político que no sabe de justicia ni de lo demás) es invisible. Se trata de unas apócrifas memorias de Belmonte, en primera persona, en las que Chaves pone el estilo sin que se note, las palabras creíbles, la autenticidad necesaria para que el lector crea que es la voz sólo de Belmonte y el autor es sólo un mecanógrafo. Esa ficción se consigue con pasmosa facilidad, hasta que uno llega a creerse una voz precisa de Belmonte, ronca, un poco lenta, que desgrana su trayectoria pasmosa sin darle mayor importancia, con modestia e introspección. La psique de ese torero frío que fue Juan Belmonte queda expuesta con luz tranquila, sin tremendismo. El Pasmo de Triana reivindicado por Gabinete Caligari en aquella canción, "Sangre Española", se explica con calma, con circunspecta calma.


Amigo de Valle Inclán, lector impenitente, fatalista, desengañado, Belmonte (¿o es Chaves Nogales?) sólo se emociona al evocar a Joselito, su rival en el ruedo. El relato de su reacción al recibir la noticia de la cogida mortal de Joselito es emotivo e intenso, y las hazañas toreras se cuentan con la frialdad con la que un mecánico relatara los pormenores de su tarea, algo así. El libro  (publicado con gran éxito en 1935, en la fase final de la intermitente carrera del torero) consigue que se le tome cariño al personaje y se le admire. Pero yo querría, hubiera querido, que eso me pasara no con Juan Belmonte, sino con Manuel Chaves Nogales. En el próximo libro suyo será.


Juan Belmonte en el ruedo, 
una estatua de pasión...