martes, 30 de abril de 2013

Lecturas: Los jázaros (Marek Halter)

      Es lo que tiene visitar librerías de ocasión. Te encuentras un tomo de Edhasa, con su tapa dura, sobrecubierta con una Estrella de David de piedra, faja de papel cebolla que te grita "Un relato soberbio y de gran intensidad". Lo miras, lo ojeas, te interesan los jázaros como parte exótica de la historia del pueblo judío, desconfías del subtítulo que apesta a literatura mala (La leyenda de los Caballeros de Sión) y te dejas guiar por la contraportada: "En el siglo X, en la época en que Carlomagno es coronado emperador de Occidente, el imperio cristiano de Bizancio extiende sus conquistas hasta Rusia y el gran califa de Bagdad propaga la fe islámica, en la región del Cáucaso el pueblo jázaro, de origen turcomano y descendiente de los hunos, se convierte al judaísmo. Así empieza una de las grandes aventuras de la historia, pues en su momento de apogeo, al final del primer milenio del cristianismo, el imperio jázaro desempeñó un papel fundamental en la configuración de la Europa medieval y, por ende, de la Europa de nuestros días. Combinando el rigor histórico con un vigoroso pulso narrativo, Marek Halter recupera la trayectoria de un enigmatico pueblo que, literalmente, desapareció de la historia sin apenas dejar rastro. Un imperio y una cultura que sedujeron a autores como Arthur Koestler (La tribu numero trece) o Mirolad Pavic (Diccionario jázaro), pero que hasta el momento no había dado una novela tan intensa como la presente."


¡Huye, lector!


     Pues vale. Lo pillas (y lo pagas) y lo pones en un rinconcito de la sección de Judaica. Y pasan los años. Y lo lees. Y te olvidas. En cuatro días te ocupas de la lectura, en dos días llega el olvido. Miro en internet si alguien más se ha cabreado con el pijerío del narrador-protagonista, madurito interesante que se topa con gente misteriosa y una una maciza misteriosa y pelirroja, que se pone a pensar en haccer una novela sobre la pista jázara que sigue y que es la que, tachán, tiene entre sus manos el ingenuo lector que no sabe si aburrirse con los capítulos jázaros y medievales o cabrearse con los de la actualidad en París, Bruselas, Azerbayán y Georgia. Todo muy trillado, muy tonto. Muy previsible, muy prescindible. Copio lo que se dice en un foro sobre novela histórica:

     "La novela mezcla dos lineas argumentales tratando de mostrar un paralelismo entre ambas. Por un lado, la trama principal ambientada en la actualidad, narra las aventuras de un maduro escritor judío enamorado de una joven misteriosa, en medio de explosiones, ataques terroristas y persecuciones en aeropuertos (muy historico ¿verdad?). Por otro lado, la parte "historica", ambientada en 939-956 d.C., gira al rededor de los amores de una princesa jázara pero con un argumento simplón y que no aporta ningún dato de interés sobre la oscura historia de los jázaros.
Quizá he elegido la peor novela de Marek Halter, no lo sé, puede ya que es un autor reconocido, pero para ésta erronea decisión ha contribuido la lectura de una sinopsis llena de inexactitudes y vagedades, debidas, o bien a un engaño deliberado o a la más absoluta incompetencia. En la sinopsis de la contraportada del libro no se hace la mas minima referencia a que la mayor parte de la acción se desarrolla en la actualidad. ¿Como es posible que se olvide reseñar un dato tan importante?"

     Cuánta razón. Y cuánto, aunque poco, tiempo perdido. Un librito que apesta a telefilme, alemán, de los de las cuatro de la tarde, pura partitura para ronquidos. Además, el autor (véase un enlace de prensa en el que se le hace un poquito de publicidad: http://elpais.com/diario/2002/05/20/cultura/1021845605_850215.html) va por la vida de nosequé buenrollista, amigo de Arafat y, lo que tiene menos perdón (¿menos? ¡ninguno!), de escritor.  

Lecturas: Moisés. Príncipe de Egipto (Howard Fast)

        «El día en el que el príncipe tuvo el sueño coincidió con una extraña conjunción planetaria. Aquel suceso, en opinión de los astrólogos, auguraba que el sueño era una auténtica premonición, un aviso de las grandes convulsiones que aguardaban a Egipto en los próximos años y de que Amenofis estaba llamado a ser el impulsor de un gran cambio.» Siglo XIV a. de C., Valle del Nilo. Amenofis IV cambia su nombre por el de Akhenatón y proclama su fe en un solo dios, Atón. Desde entonces, intenta abolir las pesadas cargas y los rigurosos preceptos impuestos en Egipto, pero su poder como faraón de los dos reinos no es suficiente para derribar la tradición que tan celosamente guardaban los sacerdotes del dios Amón. La gran aventura de la transformación de Egipto hacia una sociedad más libre la compartió con su amigo y hermano, Moisés, quien, después de ser expulsado, propagaría el monoteísmo más allá de los confines de Egipto. Moisés. En busca del dios único es una inquietante novela histórica que nos desvela los secretos sobre la vida en común de Akhenatón y Moisés. Comenzará el éxodo y tendrán que enfrentarse a la furia de los poderosos sacerdotes impulsores del culto a diversos dioses. Pero la fuerza de voluntad de Moisés es tan sólida que le permitirá a su pueblo alcanzar la libertad en la «tierra prometida».


Lawrence Alma Tadema:
El hallazago de Moisés (1904)
(se recomienda pinchar para ampliar)

      Esta larga parrafada está copiada, sin más, de la sinopsis de un libro de Rafael Potti, Moisés. En busca del dios único (ed. Martínez Roca, 2004). Ahí, se nos dice que Akenatón y Moisés fueron contemporáneos y hermanos. Es ben trovato,pero no es vero. El reinado del hereje egipcio es algo que conoció la generación anterior a Moisés, pero no la suya propia. Desmontada, pues, la superchería novelera de Potti. Que Moisés tuviera en cuenta el monoteísmo de Akenatón es otra cosa. De la que se ocupa precisamente Howard Fast en Moisés. Príncipe de Egipto (ed. Edhasa). Judío y peligroso (fue perseguido por el macartismo con el resultado de tres meses de cárcel por desacato y su inclusión en la lista negra), su obra más conocida, cargada de significados políticos, es “Espartaco” (1951), llevada al cine en 1960 con guión de otro ilustre represaliado, Dalton Trumbo. El anhelo de libertad presente en la novela recién citada empapa también su otra gran epopeya judaica, Mis gloriosos hermanos, que narra, con tintes apocalípticos, la revuelta macabea contra los griegos. Aquí, sin embargo, Fast se queda en el instante previo a la toma de conciencia de Moisés. Inventa, conjetura, la parte de la historia de Moisés que ignoramos. La pasión por la libertad, la epopeya de Pascua, quedó para otro libro que, ya en la nota a la edición, Fast reconocía que no escribiría: "Tengo la sensación de que este libro, de todas mis obras de ficción histórica, es el más rico y vistoso. Cuando lo escribí, preveía una segunda narración que cubriera los años de Moisés el libertador, pero nunca llegué a escribirla, y ahora, a los ochenta y cinco años, no es probable que llegue a hacerlo". 



       Con todo, es un libro interesante por cuanto nos permite asistir a una hipótesis razonable de cómo la lógica monoteísta se va filtrando en la conciencia de quien primero es un despreocupado príncipe y más tarde un curtido guerrero desengañado. Algo hay aquí que hubiera dado para una ópera contemporánea, dividida en tres actos que recogerían cada una de las partes de la novela: El Príncipe de Egipto, El guerrero, El vagabundo. A ello se presta la batalla interior de Moisés contra el ma'at, la rectitud tomada como principio ético rector por los egipcios pero que lleva al abuso, pues "el hombre que razona habita en un mundo de sinrazón". El extraño culto de los levitas en el exilio (Moisés perteneció a la tribu de Leví) a una serpiente monstruosa llamada Nejustán muestra el contrapunto, más que las múltiples deidades de los egipcios, al monoteísmo deudor de Akenatón (Atonmoisés será el nombre secreto del profeta y libertador). Esa serpiente (véase la Jewish Encyclopaedia) es la misma que en bronce hará construir Moisés como remedio para las mordeduras de esos animales.
    
       Pero hubiéramos querido seguir a Moisés en ese libro que no llegó a escribirse porque ya se escribió. Está en la Toráh, y los cristianos lo conocen como Éxodo.

viernes, 12 de abril de 2013

Epístola primera a los catalanes



En primer lugar, entiéndase por “catalanes” lo que establece el diccionario de la Real Academia, que nombra una comunidad autónoma española. Por lo cual, todos los catalanes son españoles.  Pero (de ello me honro, visto lo visto), no todos los españoles son catalanes. Tampoco me enorgullezco de ser andaluz, dicho sea de paso. Para tener un mínimo, que no lo tengo, de conciencia andaluza, habría necesitado que aquí hubiéramos tenido un idioma propio. Aunque tiemblo ante la idea de gente con sombrero cordobés pontificando sobre “los países andaluces” y trazando mapas de Andalucía con una intolerable raya divisoria y disputando si metemos dentro de ese rayazo el pedrusco de Gibraltar, un pedazo de Badajoz, Ceuta, Melilla, las islas Chafarinas, la de Alborán, el pedrolo de Perejil y otras cuantas insensateces. Podíamos tener en Andalucía, esta Andalucía empobrecida y saqueada por sus propios gobernantes, ere que ere, un idioma que bien pudiera ser el aljamiado (es más correcto usar la palabra aljamía), y tener una doble historia cultural, una doble literatura. Y con los amigos, en ese caso, hablaría mi lengua madre, la de San Miguel de Cervantes, pero sería capaz de hacer algún chiste malo en aljamiado, o de mantener una conversación en esa jerigonza con quien la tuviera de primera lengua. Tendría así una agilidad mental superior (afortunadamente, el uso de dos idiomas extranjeros, y el conocimiento de una venerable lengua muerta, me distancian de la acomodaticia pereza mental), tendría, digo, una fuente doble de la que beber. Una doble alma, casi una vida doble.


Pero en estos días me encuentro con políticos grotescos (disculpad la redundancia) que vuelven a enredar con el catalán y con el español a propósito de la educación, que caldean los ánimos de su parroquia que vuelve a llamar “feixista” a quien no piense como ellos, y agitan las aguas revueltas, que siempre son beneficio de pescadores, predicando la secesión, el fin de la opresión de España y no sé cuántas zarandajas. Lo cierto es que, queridos compatriotas secesionistas, españoles catalanes que no os sentís españoles (pero que lo sois), me producís pena y a la vez risa. Son muchos años de adoctrinamiento, de mentiras, de haceros creer que en 1714 España, puesta entera en guerra contra vuestra región, acabó con la independencia de una nación. Pero no fue así. Y Cataluña nunca fue una nación. Nunca fue un país. Ni tampoco, obviamente, lo es ahora. Al renunciar a vivir desde las dos culturas, desde los dos idiomas, obligados por vuestros políticos, por su relato seductor y falsario, sobre la grandeza de Cataluña, sobre una Cataluña mártir y expoliada, habéis terminado como las hormigas a las que han arrancado al menos una antena (en mi infancia bárbara  arrancábamos las dos antenas para hacerlas pelear a muerte; al arrancar una, el pobre bicho ya empezaba a desorientarse, a moverse raro). Como esas hormigas desparejas, no sabéis dónde estáis, y mordéis a quien con vosotros se roce. Ayer, vía facebook, llamé tonto a un familiar de mi prometida. Hoy escribo para ese tonto y para sus amigos. Estáis viviendo en una tierra hermosísima, cargada de cultura y de historia, construida por españoles (muchos de ellos nacidos en Cataluña, cierto es). Que os revolquéis contra vuestro país (Es-pa-ña) indica el síndrome de la hormiga, la ignorancia de la historia, el cercenamiento de una lengua y una cultura. Algo sé de catalán, y en catalán debería escribir todo esto pues a catalanes se dirige. Pero, qué demonios, escribo para españoles y en español escribo. Cuando digan aquello de “Espanya ens roba” habría que pasearlos por Barcelona (apenas conozco el resto de la región) e indicarles las grandes infraestructuras, construidas para los fastos de 1929 o de 1992 y afirmar “¿Veis esto? Lo pagó España”. Y el resto, ha sido sudor de todo el país el que ha levantado la riqueza catalana. Que en gran parte ha sido llevada a paraísos fiscales por ciertas familias que no son ajenas al grito que llama ladrona a nuestra patria común. Sé que predico en el desierto, que se referirán a mí en términos despectivos y demás. Puro cainismo español. Pura ignorancia tan típica de nuestro país  y de tantas de sus regiones. Estoy por lo que nos une. No por el dinero que siempre será tan discutible y tan voluble. Yo soy tonto, subdesarrollado, todo lo que queráis, mis cómicos y entrañables secesionistas. Pero vosotros seguís siendo tontos. Y españoles.

Saludos,

Virgili Montaner i Rierol