viernes, 24 de enero de 2014

Lecturas: La fuga del maestro Tartini (Ernesto Pérez Zúñiga)

En la cubierta, el diablo toca el violín a los pies de una cama ocupada por quien, con el preceptivo gorro de dormir, observa al maligno y con las manos hace un gesto más de seguir, o intentar dirigir, la música y, en el rostro, expresión de tranquila maldad. Es el grabado de Louis-Léopold Boilly que refleja la leyenda de que era el mismo diablo quien había dictado, en un sueño, la sonata que llevaría su nombre (el del diablo, no el de Boilly) a Giuseppe Tartini. Aquí es clave más que el señor de las tinieblas con sus alas desplegadas, el gesto, la expresión, de frialdad malvada de Tartini. Y es que Ernesto Pérez Zúñiga, un extraordinario estilista, ha trazado a lo largo de 443 páginas, un retrato interiorizado, una falsa autobiografía, una confesión casi póstuma, del compositor y virtuoso italiano sin que sintamos compasión, empatía, por el personaje. A veces, cuando no se mide bien la dosis de lectura, ni siquiera interés. 



Porque Pérez Zúñiga aquí no se ha rendido a lo fácil, al pintoresco retrato de una época y de paisajes interesantes. El siglo XVIII en Praga, en Venecia, en Roma, nada menos. No, eso sería lo fácil, el camino hacia el best seller de calidad (de él he leído, y disfrutado mucho, dos de sus otras tres novelas: "Santo diablo" y "El juego del mono"). Poeta al fin y al cabo (lo reconoce la nota biográfica del libro y lo delata casi cada párrafo de esta novela), ha tenido la osadía de aplicar el tamiz lírico, con un lirismo difícil, a un libro que presentó a un premio de novela, la XXIV edición del Torrente Ballester, que logró con este arriesgadísimo ejercicio de estilo. Con una sólida labor de documentación, con una ambientación sobre el terreno, visitando los lugares que Tartini habitó, Pérez Zúñiga ha intentado hacer música, con lo de inconcreción y subjetivismo que hay en esa arte suprema, no enumeración de barnices, de platos, de pelucas, de barcos, que es lo que hubiera hecho un narrador al uso.

El resultado de este intento quimérico es un libro radicalmente distinto a los anteriores de Pérez Zúñiga. Aquí la metáfora levanta el vuelo con el riesgo de perder la nitidez de lo superficial, de la vivencia concreta, del desgraciado y a la vez exitoso Tartini, por el que sólo en algún destello de abatimiento, de temblor emotivo, se llega a sentir, aquí y allá, un poquito de complicidad o de pena. No son necesarias muchas páginas para, buscando un pariente más o menos cercano de esta novela se piense en Bomarzo de Mujica Lainez. En un punto de su vivencia, Tartini coincidirá con el bosque sacro de la novela argentina. Pero es la angustia de Tartini, su conciencia culpable, más que el cuidado de la prosa, la que asocia a Giuseppe Tartini con Gianfrancesco Orsini.

Una novela tan ambiciosa y rica como la que ha cincelado Ernesto Pérez Zúñiga supera la capacidad y la extensión de las entradas de este blog. Otro, encontrado en la red [aquí, el enlace], facilita más información.