lunes, 29 de febrero de 2016

Lecturas: El castillo blanco (Orhan Pamuk)

En la novela previa, Pamuk había matado a un personaje cuyo hermano se dedica a entretener el tedio revolviendo viejos archivos otomanos. El personaje que era investigador nos ofrece ahora el resultado de esa búsqueda abúlica: el manuscrito que son unas memorias de un prisionero cristiano en la Turquía del siglo XVII. O puede que de su captor. El tono, en primera persona, y sin nombres de los dos personajes principales, recuerda por su dicción a la de Bomarzo de Mujica Laínez. Pero aquí no se consigue una novela tan redonda. Cuestión de gustos. Al fin una novela de Pamuk que no me entusiasma. La idea de que en ese Estambul esplendente y misterioso el cautivo y el que será su tutor sean casi idénticos y que se inicie ahí un juego de vidas posibles, de destinos y sinos comparados, sólo funciona en los primeros compases del relato para caer en un rutinario juego que decae pronto y lleva al hastío. Para enseguida,en el tránsito de una página a otra, resolverse con un cambio de identidades y un cierre insatisfactorio. En fin. Próxima parada pamukiana, El libro negro.


lunes, 15 de febrero de 2016

Lecturas: El Reino [Emmanuel Carrère]

Cuenta Emmanuel Carrère que durante un periodo de su vida fue cristiano. Cristiano en serio, de los de lectura diaria de los evangelios, de comunión diaria y de esperanza diaria. Aquella experiencia pasajera, de un par de años, está en la base de este libro híbrido escrito con buena prosa y con un tono que se nos antoja sincero. De Carrère disfruté en su momento “Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Philip K. Dick 1928-1982”, que no es la mejor biografía ni el mejor estudio sobre Dick, ya que esos méritos corresponden a Lawrence Sutin y Pablo Capanna, pero sí es un muy buen estudio y biografía del profeta y novelista.  Este libro, que algunos extrañan que no se encuentre entre los principales de 2015, constituye otro ejemplo de autobiografía a través de otros. Esta vez, son los apóstoles Pablo y Lucas los que nos guian a través de la vida de Carrère en esos años de certidumbre.




El libro se lee con agrado, yendo desde lo testimonial del propio Carrère, con historias como la de la ex niñera de los hijos del mismo Philip K. Dick, que alucinado comparece aquí y allá, con menos intensidad y referencias de lo que nos hubiera gustado a los que amamos a ese desdichado y entrañable visionario, hasta, con mayor atención y profundidad, a los hechos de los apóstoles que escribieron los evangelios. Por tanto, el lector avezado en el cristianismo primitivo y su contexto (yo mismo tengo más de una docena de volúmenes, posiblemente dos, sobre el tema) hallará satisfacción a sus inquietudes. O más bien las multiplicará pues Carrère no aporta seguridades sino que aventura hipótesis al plantear sus personajes históricos como de ficción al, con absoluta honestidad, aportar posibilidades de comportamiento, motivaciones, cuando no se conocen. Con todo, es verosímil cuanto dice el novelista francés. Véase al respecto, lo que afirma:

Lo que digo a este respecto no es para denigrar al autor de esta biografía [se refiere a un autor que da fechas exactas sobre episodios dudosos de San  Pablo], sino para recordarme que soy libre de inventar siempre que diga que estoy inventando, señalando tan escrupulosamente como Renan los grados de lo seguro, lo probable, lo posible y, justo antes de lo directamente excluido, lo imposible, territorio donde se desarrolla una gran parte de este libro."


Es, por tanto, un buen documento, incluso un punto de partida, para iniciar una pesquisa sobre la fe cristiana y sus orígenes. Como también lo es, con muy diferente discurso, “El deseo de las colinas eternas”, de Thomas Cahill, con el que guarda alguna afinidad. Pues si en Cahill se concluye con una emocionante y atractiva descripción de la comunidad de San Egidio en Roma, que se esfuerza en vivir como los primeros cristianos, en Carrère ocupa ese lugar, también como cierre del relato, un episodio de lavatorio de pies en la comunidad del Arca de Jean Vanier. El episodio es conmovedor. La conclusión a la que nuestro autor llega, al final de todo y como cierre último del libro  es elocuente:

"He escrito de buena fe este libro que acabo aquí, pero aquello a lo que intenta acercarse es tanto más grande que yo, que esta buena fe, lo sé, es irrisoria. Lo he escrito entorpecido por lo que soy: un hombre inteligente, rico, de posición: otros tantos impedimentos para entrar en el Reino. Con todo, lo he intentado. Y lo que me pregunto en el momento de abandonar este libro es si traiciona al joven que fui, y al Señor en quien creí, o si, a su manera, les ha sido fiel. No lo sé."


BONUS:
A la muerte de Blaise Pascal en 1662, cosida dentro de sus ropas, se encontró una nota que constituía el testimonio, radiante y gozoso, de su propia conversión. Carrère no lo nombra, no es exultante en la descripción de su momento de iluminación. Pero el interés del documento bien vale su transcripción aquí en calidad de guía de viaje hacia la puerta del Reino:

“El año de gracia  de 1654. Lunes 23 de noviembre, día de San Clemente papa y mártir y de otros en el martirologio. Víspera de San Crisógono mártir, y de otros.
Desde aproximadamente las diez y media de la noche, hasta aproximadamente las doce y media.
Fuego. “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob” (Ex 3, 6) y no de filósofos y sabios. Certeza. Certeza.
Sentimiento. Alegría. Paz.
Dios de Jesucristo.
Deum meum et Deum vestrum (Jn 20,7) “Tu Dios será mi Dios” (Rt 1, 16)
Olvido del mundo y de todo, excepto de Dios.
No se encuentra sino en los caminos indicados por el Evangelio.
Grandeza del alma humana.
“Padre justo, el mundo no Te ha conocido, pero Yo te he conocido” (Jn 17, 25)
Alegría, alegría, llantos de alegría.
Yo me he alejado.
Derelinquerunt me fontem aquae vivae (Jr 2, 13)
“Dios mío, ¿seré yo abandonado?” (Mt 27, 46)
Que yo no esté nunca separado de Él por toda la eternidad.
“Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti solo Dios verdadero, y a aquel a quién has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3)
Jesucristo. Jesucristo.
Yo me he separado, he huido de Él, lo he renegado, crucificado. Que no esté nunca separado de Él.
No se conserva sino por los caminos enseñados por el Evangelio. Renuncia total y dulce.
Completa sumisión a Jesucristo y a mi director.
La alegría eterna por un día de prueba en la tierra.

Non obliviscar sermones tuos (salmo 118, 16) Amén.”

miércoles, 10 de febrero de 2016

Lecturas: Bloody Miami (Tom Wolfe)

Hay algo en Tom Wolfe que tira para atrás: ese orgullo impostado de norteamericano WASP perfecto y demodé, su insistencia en ser un dandy de ¿1910? Con esas camisas de rayas, esos rígidos cuellos blancos, las chaquetas blancas, los tirantes, los botines bicolores, incluso un bombín color crema (escribo la descripción sin mirar ninguna foto, sólo recordándolas). Todo ello revistiendo un cuerpo con un rostro que sonríe ufano, piel que desmiente en su brillo y tirantez la edad, flequillo rubio. Todo un personaje. Pero que es capaz de novelas brillantes, deslumbrantes, que se quedan a un par de pasos de convertirse en LA gran novela americana. Hablo de Todo un hombre, hablo de Yo soy Charlotte Simmons. Podría hablar de Bloody Miami. Pero no. Otra vez vuelve a quedarse corto tras ofrecer una novela intensa, bien escrita, llena de buenas ideas. Pero vacía esta vez. Porque el mundo efervescente de Miami, donde conviven luchando hispanos, norteamericanos blancos, afroamericanos y haitianos se convierte en un vistoso decorado en el que un puñado de personajes se mueven buscando poder y placer, o como diría el Arcipreste de Hita: Como dize Aristótiles, cosa es verdadera, el mundo por dos cosas trabaja: la primera. por aver mantenençia; la otra cosa era por aver juntamiento con fenbra  placentera.


                El héroe principal, o al menos el personaje más previsible, más normal, y quizás por ello también el más tonto, es el policía Néstor Camacho, de familia cubana.  Sus aspiraciones son sencillas: lucir músculo y ser amado por la hermosa e inconstante Magdalena. Pero más allá del concepto del deber de Néstor, de sus cuitas en las que no demasiado se ahonda, poca complejidad hay en esta bestia atlética, convertido en comparsa de una trama que no termina de hilarse con consistencia. Hay por medio médicos salidos, millonarios devotos de Onán, políticos que se ocupan de mantenerse en el poder como sea, millonarios inestables, rusos riquísimos y peligrosos. Pero siendo todo esto mucho, sabe a poco. Con mimbres tan suculentos, y con una experiencia de lectura amenísima, queda convertida la novela en, no sé, un telefilme rutinario, en un producto que Wolfe, entretenido en el vestidor, advirtiera que  se le hace tarde para un té danzante y que en un puñado de páginas tiene que cerrar las tramas que ha desarrollado a lo largo de 624 páginas cuando hubiera necesitado del doble para satisfacer las esperanzas de este lector que, agradecido, pese a todo, aunque sin entusiasmo, recomienda este libro.