lunes, 31 de marzo de 2014

Lecturas: De repente en lo profundo del bosque (Amos Oz)

La dedicatoria del libro, breve y en letra forzosamente grande, es "Para mis queridos y asombrosos Din, Nadav, Alon y Yael, que me ayudaron a contar esta historia y le aportaron algunas ideas y sorpresas". Al poco de iniciar la lectura, se instala en el lector la sospecha de que son nietos de Oz, y que el libro, esta fábula sobre una aldea de la que han desaparecido todos los animales, pequeños, grandes e ínfimos, es un cuento escrito para ellos y con ellos. Pero hay algo más. Aunque el tono es ingenuo, sencillo, desprovisto de artificios, claramente oral, es difícil rechazar, hasta muy avanzado el libro, la posibilidad de que es una metáfora sobre el Holocausto, y que todos esos ausentes son metáforas de las víctimas. También se instala en el lector un factor añadido que viene a reforzar la ambivalencia del relato más allá de la fábula infantil. Son los que no quieren olvidar, como la maestra Emmanuela o el pescador Almon, los que reclaman para el pueblo la plenitud del pasado. Los demás, prefieren habituarse al silencio sin grillos, al aire sin plumas, a las aguas sin escamas.




Será precisamente Emmanuela, una vez que los dos niños rebeldes y protagonistas, Maya y Mati, den con la vida ausente, quien otorgue justificación sentimental a los animales que antaño fueron reales: "La maestra Emmanuela explicó a la clase qué aspecto tiene un oso, cómo respiran los peces y qué sonidos emite la hiena por la noche. También colgó en la clase fotografías de animales. Casi todos los niños se burlaban de ella, porque en su vida habían visto un animal. La mayoría de los niños no se creía del todo que en el mundo existiesen esas criaturas. Al menos, no cerca de donde nosotros vivimos. Y además, decían, la maestra todavía no ha conseguido encontrar en todo el pueblo a nadie que quiera ser su pareja, y por eso, decían, tiene la cabeza llena de lobos, gorriones y todo tipo de fantasías que las personas sin pareja se inventan llevadas por la soledad." La capacidad de que la simpleza del planteamiento lleve a una diversidad de lecturas e interpretaciones minimiza la presunta vocación de cuento infantil de esta novelita y confirma la destreza de Oz.

Palabras para Puche



"Ocho años atrás, en la conclusión del primer tomo de Modern Painters, me aventuré a ofrecer el siguiente consejo a los jóvenes artistas de Inglaterra: “Deberían acercarse a la naturaleza con absoluta determinación de corazón, y caminar con ella laboriosa y confiadamente, sin pensar más que en la mejor manera de penetrar en su significado; sin rechazar nada, sin escoger nada y sin despreciar nada”. Un consejo que, fuera bueno o malo, entrañaba un esfuerzo y una humillación considerables para llevarlos a la práctica, por lo que fue. En consecuencia, mayormente rechazado”.


Son palabras de John Ruskin, escritas en 1851. Léanlas, miren la obra de Puche, la de ahora. Está claro. Puche a obrado como Ruskin dictó y como sólo William Holman Hunt y John Everett Millais se atrevieron a llevar a la práctica. Pero el siglo y medio transcurrido ha hecho que el resultado sea, lógicamente, muy distinto. Radicalmente distinto. Gozosamente diferente. Puche ha vuelto a los orígenes (aunque nunca se había marchado del todo). Al dibujo perfecto. A la mirada inocente, pura, nítida. A la concepción de la obra que en procura de la certidumbre, nada rechaza y todo lo acepta, haciendo que sus imágenes sean híbridas, complejas, combinando la ingenuidad (esto es, la nostalgia) de la infancia, con su imaginería modesta y fugaz, con sus artificios  industriales, con la ingenuidad (esto es, la pureza) de la naturaleza. Todo ello en un momento difícil, exasperante, impreciso, crispado. Desde sus pinturas y dibujos, las técnicas mixtas, con una sofisticación casi exasperante, se constituyen en parte del mensaje. El mismo carácter tienen las imágenes, que poseen no la materia shakesperiana de los sueños, sino del duermevela. Puche nos inquieta y a la vez nos calma. Nos acuna y turba para que seamos nosotros, ahora sí, desde dentro de los sueños, con su nostalgia y su pureza, accedamos a la complejidad con la que nos seduce y nos desafía.

José Luis Puche: No surprises (2013)
Grafito y acuarela líquida sobre papel


(Texto para el catálogo de una próxima exposición de José Luis Puche)

Lecturas: La verdadera (Saul Bellow)

La penúltima, y breve, novela de Saul Bellow. Antes de la última y también breve. Tal vez porque era un hombre cerca del adiós, y a los 82 de su edad era momento de no desperdiciar en melodías y adornos la voz que le quedaba. Tal vez por eso es breve esta novela. Tal vez por eso es certera, intensa, elegante, sentimental. Certera. Esencial. Algo así como una delicada pieza de cámara. 




La historia, sencilla, nos habla de Harry Trellman, que amó y perdió en su juventud a una mujer, Amy, que después tuvo dos bodas. Tras muchos años, se reencuentran al trabajar para un mismo y poderoso patrón. Y confluyen en el acto de exhumar el cuerpo del segundo marido de Amy, que fuera a su vez amigo de Harry, para trasladarlo a una segunda sepultura. Imaginamos la barrera de silencio, lo que quisieran decirse, lo que sintetizó inmejorablemente el argentino Enrique Molina en el arranque de su poema "Alta Marea": Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan, / se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo, / la errónea maravilla de sus noches de amor”. Todo eso. Pero en sutil disección de las obsesiones y los secretos. Una delicia.

domingo, 30 de marzo de 2014

Lecturas: El llanto irisado (Rafael Cansinos Assens)

Amo a Cansinos. Tal vez por su modestia, su humildad casi franciscana, por su amor a las letras y su nula pretensión de gloria, por su gusto a narrarlo todo como si susurrara, por su fe en la vieja religión de Judea. Es, salvando las distancias, como una versión senequista, bética, sefardí, de Kurt Vonnegut. Este hombre bueno, nunca lo bastante reivindicado (acabo de colgar en este blog un artículo de 2009 en el que homenajeo una vez más a Cansinos), fue autor de relatos menores, amables y conmovedores como los que integran este libro, originalmente publicado en Berlín en 1924. 

El título, relamido, echa para atrás pero se basa en un texto de Cansinos, "Vida de Pánfilo el Poeta" que menciona cómo las lágrimas, vistas al trasluz de la luna, recogen un arco iris que hace a Pánfilo exclamar "Oh maravilla! ¡Hasta el llanto de los poetas es una cosa alegre!". Pero en este libro, la lágrima es melancolía, y la alegría es ternura. Lo que no está nada mal. Los relatos, breves (hay 28 en esta edición de 142 páginas), son estampas que rozan lo moralizante y que dejan el regusto de un buen verso. No hay, por lo general, dramatismo sino susurro, esa penumbra en la que no es difícil imaginar a Cansinos escribiendo, con una debilísima sonrisa, mientras su abnegada hermana cose con lentitud en una butaca cercano. Aquí y allá, felices hallazgos como el que inicia "La milagrosa", una de las mejores piezas del volumen: "La vista de aquella mujer sola, vestida de blanco, en un paseo público, atrajo mis miradas y fue como una apelación apremiante a mi desorientada ternura de hombre sin novia".

La desorientada ternura del gran célibe que fue Cansinos se expresa aquí en dirigir su atención a esos grandes marginados de las letras que son los ancianos. No es raro encontrar una especial recurrencia en estos relatos al protagonismo de viejos y viejas que se saben vencidos, solos, habitantes de la nostalgia. No es raro sentir un delicado pellizco en el pecho, similar a una caricia, a un susurro en la penumbra, al terminar cada uno de estos relatos y pasar al siguiente. 

La gloria de Rafael Cansinos Assens

Hay ocasiones en que el olvido es algo que festejar, cuando llega su fin y una iniciativa o un aniversario nos permiten sacar de las tinieblas a un creador con el que la posteridad no ha sido generosa pero cuyos méritos son altos y propicios para la celebración. Es lo que sucede con el sevillano Rafael Cansinos Assens, del que se cumplen 45 años de su muerte, verificada en Madrid el 7 de julio de 1964, y que va siendo motivo de frecuentes informaciones en los últimos meses merced al avance de la fundación que custodia la obra y la memoria del autor, por hacerse un hueco en el mundo cultural español.
A muchos el nombre de Rafael Cansinos Assens les sonará vagamente como el de quien Borges reiteradamente reconocía su maestro, pero siendo cierta esta deuda del argentino con Cansinos, es igualmente indudable que, aparte de la relación entre Borges y nuestro autor, Rafael Cansinos Assens es un magnífico ejemplo de la literatura de su tiempo, de erudito empecinadamente resistiendo a las vicisitudes de nuestra áspera patria, de insobornable testigo de un tiempo al que llamamos la Edad de Plata.
De Cansinos, más allá de las anécdotas, de la ligazón con Borges, del parentesco con Rita Hayworth (hija del también sevillano Eduardo Cansinos), quedan un puñado de libros que van siendo recuperados por su hijo, el editor Rafael Manuel Cansinos, que se ha dedicado a la tarea primero desde su propia editorial, Valdemar, y después desde el sello ARCA (Archivo Rafael Cansinos Assens). Con todo, no nos encontramos ante la tarea de un hijo que vela por el reclamo de su padre, sino del rescate de un autor merecedor de una posteridad más plena que la que le ha correspondido.
Los datos de la extensa vida de Cansinos se pueden resumir en un puñado conciso de fechas y de lugares: nace en Sevilla en 1882, queda huérfano pronto, recibe una educación católica, en 1898 se instala en Madrid, se dedica al periodismo y a la literatura, publica un puñado de libros y realiza numerosas traducciones de diversos y abrumadores poemas. Su elección del judaísmo como religión íntima le fortaleció interiormente pero le puso en el lado de los sospechosos durante el franquismo. Murió hace 45 años.

'La novela de un literato'
Entre la extensa obra de Cansinos, y entre la poca accesible en el mercado, destaca de forma especialísima, y magistral, 'La novela de un literato'. Publicada por Alianza Editorial en tres volúmenes de más de 500 páginas cada uno dentro de la colección 'El libro de bolsillo', estas memorias literarias de Cansinos constituyen una maravillosa rareza entre nuestras letras. A través de breves capítulos ordenados cronológicamente, Cansinos nos habla de los autores que ha conocido y tratado desde su llegada a Madrid desde la Sevilla natal en 1898 hasta el día siguiente del comienzo de la Guerra Civil.
Con un sentido del pudor muy elevado, y una modestia pocas veces vista, Cansinos nos lleva a las redacciones de los periódicos, los cenáculos literarios, las editoriales, las tertulias, nos retrata a poetas de la más alta categoría (son emocionantes sus páginas sobre Juan Ramón Jiménez, desoladoras las que recogen a un Rubén Darío idiotizado por el alcohol) y a otros autores que son fruto de son hoy objeto de mera erudición o de olvido sin remedio, entra en el detalle de los anécdotas más menudas, otorga vida singular, cargado de veracidad pero nunca de maledicencia, a tantos y tantos momentos, tantos y tantos nombres.
Un libro excepcional firmado por un testigo de privilegio de un momento de excelencia de la literatura española. Se trata de una obra de la madurez final de Cansinos, que firma su proemio en 1961, cuando de vida sólo le quedaban tres años, y en el que se confiesa cansado desde las primeras palabras: «Hay un momento en la vida del escritor en que, cansado o desengañado, se siente reacio para la creación y vuelve la vista a sus recuerdos, que le brindan el argumento de una novela vivida en colaboración con sus contemporáneos».
El libro de poemas en prosa 'El candelabro de los siete brazos' (1914), reeditado por Alianza con un prólogo, de 1981, de Borges, el volumen de cuentos líricos 'El llanto irisado' (1924), la novela en clave, acerca de las vanguardias, 'El movimiento V. P.' (1921) y el volumen de ensayos 'Los judíos en la literatura española' (1937) pueden ser encontrados con facilidad relativa. Todos son gratos, los dos primeros son excelentes.
Cansinos visto por otros
César González Ruano, cuya obra está siendo objeto de una ejemplar tarea de recuperación por parte de la Fundación Mapfre, no congenió del todo con el gran auspiciador del ultraísmo, aunque fue una de las siete personas que asistieron a su entierro y el único que en la prensa se ocupó de la noticia del deceso y de la reseña del fallecido.
En su libro 'Siluetas de escritores contemporáneos' (1949) lo despacha en términos equívocos: «Era ya entonces el mismo Cansinos de ahora, alto, desvencijado, algo caballuno e infinitamente triste, con una actitud entre el lirismo desbordante, judaico, y la zumba andaluza que permitía con dificultad saber cuándo hablaba en serio y cuando se tomaba el pelo a sí mismo».
Poco después, en su extraordinario libro de memorias 'Mi medio siglo se confiesa a medias' (1951), en el que habla tanto, o casi más, de sí mismo como de sus contemporáneos, traza un retrato poco piadoso de Cansinos: «Con Rafael Cansinos tuve la amistad que él concedía a un joven, que no era nunca mucha. Tenía una extraña altivez recreada en una especie de estética del fracaso y presumía de algo así como de mártir oficial de la literatura española. Sobre él pesaban los rumores maldicientes de viejos vicios y confusionismos de la intimidad que él se echaba sobre los hombros, encantado, como capas pesadas que hacían aún más angustiosa su existencia resudada de voluntarios martirios».
En sus memorias, González Ruano copia de su título de 1949 el retrato que hace del escritor sevillano y que pese a todo resulta admirativo: «Cansinos era grande, huesudo, con la mandíbula mal encajada, los ojos un poco saltones, grandes cejas sin peinar, los cabellos rizosos y ya entonces entrecanos, dura sombra de barba y dientes grandes y muy visibles. Había en su persona una intención desgalichada y un áurea fúnebre de cigarrón de los caminos. Hablaba pomposo y lento, con palabra elegida y párrafo largo, como su prosa; dejo muy andaluz, perezoso y, a la vez, inflamado. Era millonario en metáforas y de una imaginación sin límites».
La semblanza que en sus dos libros hace González Ruano de Cansinos es la que sirve de armazón para que en 1996 Juan Manuel de Prada convierta a Cansinos (y también a Ruano) en personaje de su novela 'Las máscaras del héroe', que recoge también materiales de 'La novela de un literato' y que tiene como protagonista al escritor malagueño, portentoso y malvado que fue Pedro Luis de Gálvez.
Prada nos describe a su Cansinos: «Su envergadura destacaba sobre los demás invitados; tenía los ojos somnolientos, atufados por el humo de un rasero, y la sonrisa triste, como de enterrador». Y más adelante: «Cansinos, como los pecadores del Antiguo Testamento, se sentía vigilado por el ojo triangular de Yahvé, que le censuraba la infracción de algún precepto, de manera que farfullaba una excusa y corría a refugiarse en su casa de la Morería, junto al Viaducto; allí, en señal de penitencia y reafirmación de su celibato».
Cansinos, con su hermana

Cansinos y Borges
No fueron pocos los textos que Borges dedicó a Cansinos. Ya en el primer artículo que publicó en Buenos Aires, en 1921 y dedicado al ultraísmo, nombraba a su maestro como impulsor del movimiento, y en ese mismo año afirma en otro lugar la responsabilidad plena de Cansinos en la nueva estética, para en 1924 dedicarle un poema que incluirá en su libro 'Luna de enfrente' y que es un tanto farragoso, a excepción de ciertos versos: «Es duro realizar que no tendremos ni en común las estrellas. / Cuando la tarde sea quietud en mi patio, de tus cuartillas surgirá la mañana / Será la sombra de mi verano tu invierno y tu luz será gloria de mi sombra».
Más memorable será el que le dedique en el libro 'El otro, el mismo', publicado en el año de la muerte de Cansinos, 1964: «La imagen de aquel pueblo lapidado / Y execrado, inmortal en su agonía, / En las negras vigilias lo atraía / Con una suerte de terror sagrado. / Bebió como quien bebe un hondo vino / Los Salmos y el Cantar de la Escritura / Y sintió que era suya esa dulzura / Y sintió que era suyo aquel destino. / Lo llamaba Israel. Íntimamente / La oyó Cansinos como oyó el profeta / En la secreta cumbre la secreta / Voz del Señor desde la zarza ardiente. / Acompáñeme siempre su memoria; / Las otras cosas las dirá la gloria».
Este poema delata la emoción del argentino, que en 1963 en un viaje a Madrid se reencontró con su viejo amigo. Edwin Williamson, en su abrumadora monografía del porteño, resume ese encuentro presenciado por la madre de Borges: «Pasaron una mañana juntos en la casa de Cansinos, con reminiscencias de los días del Ultra y la vanguardia madrileña. A lo largo de la conversación Borges sostenía la mano de su viejo maestro, y cuando llegó el momento de irse, sollozaba en silencio mientras le susurraba una despedida al oído a Cansinos».
Homenaje
La admiración de Borges por Cansinos no hizo sino crecer con los años. Así, en 1927 Borges, haciendo alusión a un libro de Cansinos re-editado en nuestros días por Valdemar, afirmaba sentencioso: «Dulce y decorosa aventura la de visitar los libros de Rafael Cansinos Assens, la de hacerse merecedor de su intimidad. Su obra es ignorada con injusticia: comprobación en que miramos, no tanto a la adversidad de su autor, cuanto a lo maravilloso y absurdo de que a nosotros ciudadanos de Buenos Aires, ciudadanos de la mayor ciudad de lengua española y cabeza espiritual de este continente nos sea desconocida la más apasionada y férvida prosa de que hoy sabe nuestra habla. Que la de Cansinos lo es con integridad, ningún lector de 'El divino fracaso' lo pondrá en duda».
Más tarde, con motivo del homenaje que en Buenos Aires dedicó al sevillano, con motivo de su muerte cuatro días antes, en la Sociedad Hebraica Argentina, Borges recordaba ese mismo libro en un pasaje que honra, y hace querer, al escritor que aquí conmemoramos: «He hablado hace un momento de 'El divino fracaso'. Creo que Cansinos de algún modo buscó el fracaso. Nadie menos interesado que él en las maniobras de la literatura. Nadie menos interesado que él en la fama. Buscaba y encontraba la belleza en todas partes en todos los libros. Por eso su generosidad, que lo perjudicó muchas veces para el elogio. Leía un libro mediocre y lo recreaba. Veía las intenciones que existían detrás de ese libro, o que podían haber existido, y generosamente se las atribuía».
Y concluyó Borges esa intervención, con palabras que hacemos nuestras: «Yo dije, en páginas, en una nota que acaba de recordar nuestro amigo, que a Cansinos le faltó una sola cosa: la gloria. Pero ahora, con su muerte, esa gloria, esa gloria que el idioma español y cuantos manejamos ese vasto idioma le debemos, empieza. Y esta noche que nos congrega es uno de los principios de esa gloria que tendrá merecidamente, justamente, fatalmente, nuestro amigo, visible o invisible, el gran poeta judeo-andaluz Rafael Cansinos Assens».
Artículo publicado en diario Sur, 3 de julio de 2009


lunes, 17 de marzo de 2014

Lecturas: La bicicleta de Sumji (Amos Oz)

Hay un Amos Oz serio, profundo, complejo, maestro en el análisis y en la descripción de las emociones. Es el de (nombro al azar, de entre los trece títulos suyos que guardo en mi biblioteca, sus tres novelas que me llegan primero a la mente por lo que me gustaron) Una historia de amor y de sombra, Un descanso verdadero o La caja negra. Pero también hay otro Oz menor, juguetón, que escribe pensando en un público joven. Es el de La bicicleta de Sumji y, tal vez, el de De repente en lo profundo del bosque. Tal vez porque el personaje es un niño, cercano a la adolescencia y enamoradizo, al que seguimos en la Jerusalén ocupada por los ingleses (y aquí es difícil no recordar, en otra clave más adulta otro de los hitos del Oz que podemos llamar medio: Una pantera en el sótano). Aparentemente. Porque se trata de una novela de formación y aprendizaje, de transferencia de los afectos que pasan por la bicicleta que da título a esta novela breve y ligera para saltar a un tren de juguete, un perro, un sacapuntas y finalmente una adolescente, Esti, que en destello y pirueta final se convierte en primer amor. 


Un libro ameno, chispeante, luminoso, divertido. Tierno. Contado con la ligereza de una conversación entre amigos. Con el que es difícil no sentirse identificado, pues las zozobras, y las insensatas proezas que Sumji se promete acometer con fugaz tesón, han sido vividas, y ahora compartidas, por todo lector. Muy recomendable. Pero, por mor de esa evanescencia, también, probablemente, rápidamente olvidable.