domingo, 30 de marzo de 2014

La gloria de Rafael Cansinos Assens

Hay ocasiones en que el olvido es algo que festejar, cuando llega su fin y una iniciativa o un aniversario nos permiten sacar de las tinieblas a un creador con el que la posteridad no ha sido generosa pero cuyos méritos son altos y propicios para la celebración. Es lo que sucede con el sevillano Rafael Cansinos Assens, del que se cumplen 45 años de su muerte, verificada en Madrid el 7 de julio de 1964, y que va siendo motivo de frecuentes informaciones en los últimos meses merced al avance de la fundación que custodia la obra y la memoria del autor, por hacerse un hueco en el mundo cultural español.
A muchos el nombre de Rafael Cansinos Assens les sonará vagamente como el de quien Borges reiteradamente reconocía su maestro, pero siendo cierta esta deuda del argentino con Cansinos, es igualmente indudable que, aparte de la relación entre Borges y nuestro autor, Rafael Cansinos Assens es un magnífico ejemplo de la literatura de su tiempo, de erudito empecinadamente resistiendo a las vicisitudes de nuestra áspera patria, de insobornable testigo de un tiempo al que llamamos la Edad de Plata.
De Cansinos, más allá de las anécdotas, de la ligazón con Borges, del parentesco con Rita Hayworth (hija del también sevillano Eduardo Cansinos), quedan un puñado de libros que van siendo recuperados por su hijo, el editor Rafael Manuel Cansinos, que se ha dedicado a la tarea primero desde su propia editorial, Valdemar, y después desde el sello ARCA (Archivo Rafael Cansinos Assens). Con todo, no nos encontramos ante la tarea de un hijo que vela por el reclamo de su padre, sino del rescate de un autor merecedor de una posteridad más plena que la que le ha correspondido.
Los datos de la extensa vida de Cansinos se pueden resumir en un puñado conciso de fechas y de lugares: nace en Sevilla en 1882, queda huérfano pronto, recibe una educación católica, en 1898 se instala en Madrid, se dedica al periodismo y a la literatura, publica un puñado de libros y realiza numerosas traducciones de diversos y abrumadores poemas. Su elección del judaísmo como religión íntima le fortaleció interiormente pero le puso en el lado de los sospechosos durante el franquismo. Murió hace 45 años.

'La novela de un literato'
Entre la extensa obra de Cansinos, y entre la poca accesible en el mercado, destaca de forma especialísima, y magistral, 'La novela de un literato'. Publicada por Alianza Editorial en tres volúmenes de más de 500 páginas cada uno dentro de la colección 'El libro de bolsillo', estas memorias literarias de Cansinos constituyen una maravillosa rareza entre nuestras letras. A través de breves capítulos ordenados cronológicamente, Cansinos nos habla de los autores que ha conocido y tratado desde su llegada a Madrid desde la Sevilla natal en 1898 hasta el día siguiente del comienzo de la Guerra Civil.
Con un sentido del pudor muy elevado, y una modestia pocas veces vista, Cansinos nos lleva a las redacciones de los periódicos, los cenáculos literarios, las editoriales, las tertulias, nos retrata a poetas de la más alta categoría (son emocionantes sus páginas sobre Juan Ramón Jiménez, desoladoras las que recogen a un Rubén Darío idiotizado por el alcohol) y a otros autores que son fruto de son hoy objeto de mera erudición o de olvido sin remedio, entra en el detalle de los anécdotas más menudas, otorga vida singular, cargado de veracidad pero nunca de maledicencia, a tantos y tantos momentos, tantos y tantos nombres.
Un libro excepcional firmado por un testigo de privilegio de un momento de excelencia de la literatura española. Se trata de una obra de la madurez final de Cansinos, que firma su proemio en 1961, cuando de vida sólo le quedaban tres años, y en el que se confiesa cansado desde las primeras palabras: «Hay un momento en la vida del escritor en que, cansado o desengañado, se siente reacio para la creación y vuelve la vista a sus recuerdos, que le brindan el argumento de una novela vivida en colaboración con sus contemporáneos».
El libro de poemas en prosa 'El candelabro de los siete brazos' (1914), reeditado por Alianza con un prólogo, de 1981, de Borges, el volumen de cuentos líricos 'El llanto irisado' (1924), la novela en clave, acerca de las vanguardias, 'El movimiento V. P.' (1921) y el volumen de ensayos 'Los judíos en la literatura española' (1937) pueden ser encontrados con facilidad relativa. Todos son gratos, los dos primeros son excelentes.
Cansinos visto por otros
César González Ruano, cuya obra está siendo objeto de una ejemplar tarea de recuperación por parte de la Fundación Mapfre, no congenió del todo con el gran auspiciador del ultraísmo, aunque fue una de las siete personas que asistieron a su entierro y el único que en la prensa se ocupó de la noticia del deceso y de la reseña del fallecido.
En su libro 'Siluetas de escritores contemporáneos' (1949) lo despacha en términos equívocos: «Era ya entonces el mismo Cansinos de ahora, alto, desvencijado, algo caballuno e infinitamente triste, con una actitud entre el lirismo desbordante, judaico, y la zumba andaluza que permitía con dificultad saber cuándo hablaba en serio y cuando se tomaba el pelo a sí mismo».
Poco después, en su extraordinario libro de memorias 'Mi medio siglo se confiesa a medias' (1951), en el que habla tanto, o casi más, de sí mismo como de sus contemporáneos, traza un retrato poco piadoso de Cansinos: «Con Rafael Cansinos tuve la amistad que él concedía a un joven, que no era nunca mucha. Tenía una extraña altivez recreada en una especie de estética del fracaso y presumía de algo así como de mártir oficial de la literatura española. Sobre él pesaban los rumores maldicientes de viejos vicios y confusionismos de la intimidad que él se echaba sobre los hombros, encantado, como capas pesadas que hacían aún más angustiosa su existencia resudada de voluntarios martirios».
En sus memorias, González Ruano copia de su título de 1949 el retrato que hace del escritor sevillano y que pese a todo resulta admirativo: «Cansinos era grande, huesudo, con la mandíbula mal encajada, los ojos un poco saltones, grandes cejas sin peinar, los cabellos rizosos y ya entonces entrecanos, dura sombra de barba y dientes grandes y muy visibles. Había en su persona una intención desgalichada y un áurea fúnebre de cigarrón de los caminos. Hablaba pomposo y lento, con palabra elegida y párrafo largo, como su prosa; dejo muy andaluz, perezoso y, a la vez, inflamado. Era millonario en metáforas y de una imaginación sin límites».
La semblanza que en sus dos libros hace González Ruano de Cansinos es la que sirve de armazón para que en 1996 Juan Manuel de Prada convierta a Cansinos (y también a Ruano) en personaje de su novela 'Las máscaras del héroe', que recoge también materiales de 'La novela de un literato' y que tiene como protagonista al escritor malagueño, portentoso y malvado que fue Pedro Luis de Gálvez.
Prada nos describe a su Cansinos: «Su envergadura destacaba sobre los demás invitados; tenía los ojos somnolientos, atufados por el humo de un rasero, y la sonrisa triste, como de enterrador». Y más adelante: «Cansinos, como los pecadores del Antiguo Testamento, se sentía vigilado por el ojo triangular de Yahvé, que le censuraba la infracción de algún precepto, de manera que farfullaba una excusa y corría a refugiarse en su casa de la Morería, junto al Viaducto; allí, en señal de penitencia y reafirmación de su celibato».
Cansinos, con su hermana

Cansinos y Borges
No fueron pocos los textos que Borges dedicó a Cansinos. Ya en el primer artículo que publicó en Buenos Aires, en 1921 y dedicado al ultraísmo, nombraba a su maestro como impulsor del movimiento, y en ese mismo año afirma en otro lugar la responsabilidad plena de Cansinos en la nueva estética, para en 1924 dedicarle un poema que incluirá en su libro 'Luna de enfrente' y que es un tanto farragoso, a excepción de ciertos versos: «Es duro realizar que no tendremos ni en común las estrellas. / Cuando la tarde sea quietud en mi patio, de tus cuartillas surgirá la mañana / Será la sombra de mi verano tu invierno y tu luz será gloria de mi sombra».
Más memorable será el que le dedique en el libro 'El otro, el mismo', publicado en el año de la muerte de Cansinos, 1964: «La imagen de aquel pueblo lapidado / Y execrado, inmortal en su agonía, / En las negras vigilias lo atraía / Con una suerte de terror sagrado. / Bebió como quien bebe un hondo vino / Los Salmos y el Cantar de la Escritura / Y sintió que era suya esa dulzura / Y sintió que era suyo aquel destino. / Lo llamaba Israel. Íntimamente / La oyó Cansinos como oyó el profeta / En la secreta cumbre la secreta / Voz del Señor desde la zarza ardiente. / Acompáñeme siempre su memoria; / Las otras cosas las dirá la gloria».
Este poema delata la emoción del argentino, que en 1963 en un viaje a Madrid se reencontró con su viejo amigo. Edwin Williamson, en su abrumadora monografía del porteño, resume ese encuentro presenciado por la madre de Borges: «Pasaron una mañana juntos en la casa de Cansinos, con reminiscencias de los días del Ultra y la vanguardia madrileña. A lo largo de la conversación Borges sostenía la mano de su viejo maestro, y cuando llegó el momento de irse, sollozaba en silencio mientras le susurraba una despedida al oído a Cansinos».
Homenaje
La admiración de Borges por Cansinos no hizo sino crecer con los años. Así, en 1927 Borges, haciendo alusión a un libro de Cansinos re-editado en nuestros días por Valdemar, afirmaba sentencioso: «Dulce y decorosa aventura la de visitar los libros de Rafael Cansinos Assens, la de hacerse merecedor de su intimidad. Su obra es ignorada con injusticia: comprobación en que miramos, no tanto a la adversidad de su autor, cuanto a lo maravilloso y absurdo de que a nosotros ciudadanos de Buenos Aires, ciudadanos de la mayor ciudad de lengua española y cabeza espiritual de este continente nos sea desconocida la más apasionada y férvida prosa de que hoy sabe nuestra habla. Que la de Cansinos lo es con integridad, ningún lector de 'El divino fracaso' lo pondrá en duda».
Más tarde, con motivo del homenaje que en Buenos Aires dedicó al sevillano, con motivo de su muerte cuatro días antes, en la Sociedad Hebraica Argentina, Borges recordaba ese mismo libro en un pasaje que honra, y hace querer, al escritor que aquí conmemoramos: «He hablado hace un momento de 'El divino fracaso'. Creo que Cansinos de algún modo buscó el fracaso. Nadie menos interesado que él en las maniobras de la literatura. Nadie menos interesado que él en la fama. Buscaba y encontraba la belleza en todas partes en todos los libros. Por eso su generosidad, que lo perjudicó muchas veces para el elogio. Leía un libro mediocre y lo recreaba. Veía las intenciones que existían detrás de ese libro, o que podían haber existido, y generosamente se las atribuía».
Y concluyó Borges esa intervención, con palabras que hacemos nuestras: «Yo dije, en páginas, en una nota que acaba de recordar nuestro amigo, que a Cansinos le faltó una sola cosa: la gloria. Pero ahora, con su muerte, esa gloria, esa gloria que el idioma español y cuantos manejamos ese vasto idioma le debemos, empieza. Y esta noche que nos congrega es uno de los principios de esa gloria que tendrá merecidamente, justamente, fatalmente, nuestro amigo, visible o invisible, el gran poeta judeo-andaluz Rafael Cansinos Assens».
Artículo publicado en diario Sur, 3 de julio de 2009


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