viernes, 28 de febrero de 2014

Lecturas: El oscuro carisma de Hitler (Laurence Rees)

Una decepción tras un comienzo prometedor. La sobrecubierta habla de miles de testimonios recogidos en el libro: la lectura y la consulta de las notas demuestran que, en todo caso, serán pocos centenares. Con ello, se ha multiplicado, al menos por diez, el mérito del libro. Que es, por sí mismo, una sobrevaloración clara. En el mismo texto que busca persuadir al lector de la bondad del libro (mi edición es la de Círculo de Lectores) se menciona que "Hitler usaba gafas, pero nunca se dejaba retratar con ellas, e incluso llegaron a fabricarle una máquina de escribir especial con caracteres muy grandes para redactarle los textos que tenía que leer". De los dos datos curiosos, creo recordar que sólo el primero se incluye en el libro. Los pormenores de la construcción del mito del monstruo son, por tanto, menos abundantes, menos menudos y precisos, de lo que debiera esperarse. Con la misma afición que, por ejemplo, Antony Beevor para intercalar testimonios en el relato de los grandes hechos, Rees aquí yerra. En el peor de los casos, logra que los relatos de los que presenciaron esos hechos (aquí, por lo general, militantes nazis y algún miembro de la resistencia interior) sean más interesantes que lo que Rees aporta. 

Y lo que hace Rees es una especie de biografía apresurada de Hitler en la que la construcción del carisma es subrayada, apoyada por una nota aquí y otra allá. Pero no consigue que el lector avezado se sorprenda o cambie la opinión que tenía previamente. Poco, o nada, nuevo se aporta aquí. Tal vez al lector nuevo, que poco sepa de aquellos años terribles, le sorprenda esta aportación, menor, de Laurence Rees. En todo caso, merecen destacarse las páginas sobre la experiencia de Hitler en la Primera Guerra Mundial, o sus enfrentamientos con el general Ludwig Beck o la conspiración en torno a Werner von Fritsch. Que a Rudolf Hess se le mencione, de pasada, en sólo tres páginas, es síntoma de la endeblez de esta aportación, insuficiente, a la bibliografía reciente sobre el nazismo. 
  

domingo, 16 de febrero de 2014

Lecturas: Monster Show. Una historia cultural del horror (David J. Skal)

Un libro extraordinario. Que, dejando aparte la seductora introducción en la que espiamos a Diane Arbus comienza por la imagen desosegadora siendo seducida por un pase nocturno de "La parada de los monstruos", comienza por la imagen bizarra de un joven Tod Browning enterrado en vida como atracción circense mientras come bombones y planifica su futuro plagado de monstruos y horrores. Esa imagen del tramposo visionario, jugando con las muerte y con la credulidad ajena, compendia todo el contenido del libro de Skal que, con un recorrido cronológico, comienza su disección del género con "El gabinete del doctor Caligari" y concluye con la penúltima hornada en la que se mezclan "El proyecto de la bruja de Blair", "El sexto sentido" y "Dioses y monstruos". Sin nombrar el ejercicio meta-terrorífico que es "En la boca del miedo" de John Carpenter. Más allá de algunas omisiones (es fácil imaginar a Skal desechando resmas y resmas de apuntes y datos), nos encontramos ante un magnífico estudio general del miedo fílmico, pero también literario (Stephen King y Anne Rice no faltan, aunque sí Poppy Z. Brite). 

Maila Nurmi, a.k.a. Vampira,
a lo suyo

Plagado de anécdotas como la de Browning prematuramente enterrado, el tonteo romántico entre Bela Lugosi y Clara Bow o entre James Dean y Vampira, el volumen de 575 páginas se deja leer con placer, mostrando cómo el cine acoge los miedos de la Depresión del 29, de la Guerra Fría o de la edad del SIDA. Todo comentario más extenso de este libro puede llevar a que el hipotético lector de este blog se diga "vale, ya sé de qué va" y prescinda de la lectura del libro que se recomienda vivamente. Por ello, mejor es dejarlo aquí y descubra el placer intenso de la lucidísima disertación de Skal. 



viernes, 14 de febrero de 2014

Lecturas: La novela de la momia (Théophile Gautier)

No es rara la literatura sobre momias en el XIX. Era la época en que se traficaba con los venerables cuerpos y era considerado chic asistir a veladas en que se las desprendía de vendajes, en sesiones en que es fácil aventurar los gestos de los rostros, entre la fascinación por el peso de los siglos y el horror de estaer hurgando en cuerpos desprovistos de sangre y casi de carne. La imaginación romántica, tan afín, no es ajena a este juego con la decrepitud, la nada, y la persistencia de la belleza. No es, por tanto, extraño que Gautier, adalid del Romanticismo y a la vez fundador, por la sublimación del componente estético, del Parnasianismo, se dejara llevar por la atracción exótica, el esplendor que había introducido en Francia el vencedor de la batalla de las Pirámides, Napoleón Bonaparte. Mientras en Poe, su "Conversación con una momia", era un chascarrillo sin gracia, Gautier en la novelita que nos ocupa, se convierte en poco más que un precursor de Cecil B. de Mille. Porque aquí apenas hay nada que no sea ambientación y bonitos decorados. Puro technicolor decimonónico.


Tras contar cómo un aristócrata inglés y un sabio alemán dan con una tumba egipcia intacta, se encuentra, al desenvolver la momia un escrito que guardaba el envoltorio en un costado. "La novela de la momia" pasa a ser, por tanto, la presunta traducción del original egipcio hallado con el cuerpo. Que es femenino y que se corresponde con la hermosa Tahoser, hija de un sacerdote que no comparece en la ficción. Tahoser se encapricha de un rico funcionario que es judío y que oculta su fe. A su vez, el faraón se encapricha de Tahoser, la requiere, hace que conviva con él y he aquí que comparece, apresuradamente, y en las últimas páginas, Moisés. Lo que sigue es de todos sabido.

Todo esto, sin entrar en grandes honduras sobre el carácter o la psicología de los personajes (a lo más, sabemos que Tahoser es obstinada, como lo es el faraón), se desarrolla en capítulos dedicados a contar una procesión o un palacio, con riqueza de detalles que nada aportan a la narración. Primores de arqueólogo, minucias precisas pero innecesarias. Un clásico, dicen. Del hastío.