lunes, 30 de julio de 2018

Lecturas: Los cañones del atardecer. La guerra en Europa, 1944-1945 (Rick Atkinson)


La imagen, entorpecida por letras y reproducida en el interior, está en la sobrecubierta del libro. Hombres que cruzan el Rhin bajo el fuego enemigo en marzo de 1945 durante la operación Varsity Plunder. Hombros que se alzan, cabezas que se hunden y la tentación de rezar una última oración. Es el universo interior de los muchos que luchan y mueren, sea con el uniforme de los aliados o el de los nazis, en esta minuciosa crónica del último año de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Este volumen, último de la meritoria Trilogía de la Liberación, goza de las exactas virtudes que sus compañeros. Abrumador en datos, excelente en la narración, tal vez se eche de menos un mayor detenimiento, que llevaría a dedicar un volumen a cada episodio, ya que entre la invasión en Normandía y la rendición nazi fueron muchos los episodios que requieren un mayor detalle. Pero es una visión de conjunto de aquel casi año vertiginoso, y narrado exclusivamente desde el punto de vista de los aliados anglo-estadounidenses, por lo que el avance soviético sobre la Alemania nazi sólo es nombrando, tangencialmente, acá y allá. Por medio, Normandía, las operaciones Goodwood, Cobra, Dragón, Market Garden, la conquista de Aquisgrán, los combates del bosque de Hürtgen, el asalto sobre la línea Sigfrido, la batalla de las Ardenas, el asedio de Bastogne, la operación Varsity Plunder y la ocupación de la bolsa del Ruhr.



Si algún reparo puedo poner a este excelente libro, a la trilogía modélica de la que forma parte, es la ligereza con que se trata el bombardeo de Dresde. Y si algo debo agradecerle es el retrato de Eisenhower, que emerge como un genial organizador y un ser humano muy apreciable. Comparado sobre todo con el vanidoso y presuntuoso Montgomery. Un beve apunte sobre la grandeza de Eisenhower: en junio de 1945 se le dedicó un homenaje en el ayuntamiento de Londress. Cuenta Atkins, ya en el epílogo del libro: "Eisenhower subió al estrado para recibir un aplauso de bienvenida de los grandes de Inglaterra, Churchill el primero de ellos. Durante veinte minutos, pálido y un poco nervioso, habló sin apuntes de su causa común, de su sacrificio compartido y de su victoria conjunta. "Nunca me había percatado de que Ike fuera un hombre tan grande hasta que le oí hoy", escribió Brooke en su diario. Una frase del discurso de Eisenhower se grabaría sobre su tumba en Kansas un cuarto de siglo más tarde: "La humanidad debe siempre formar parte de cualquier hombre que obtenga la fama por medio de la sangre de sus seguidores y los sacrificios de sus amigos".


En términos subjetivos, la guerra traería también sus enseñanzas a los supervivientes: "Un miembro de la tripulación del Ejército del Aire que completó cincuenta misiones de bombardeo observó: "Nunca me sentí tan vivo. Nunca la tierra y todo lo que la rodeaba me pareció tan real y brillante". Un ingeniero  de combate reflexionaba: "Lo que tuvimos juntos fue algo horrible y endiabladamente bueno, algo que no creo que volvamos a tener mientras vivamos".

Estaban templados, tocados por el fuego. "Indudablemente, no somos menos hombres que nuestros antepasados", escribió Gavin a su hija. Alan Moorehead, que había asistido a la desgracia escarlata de principio a fin, creía que "en muy diversos lugares puede un hombre encontrar grandeza en su interior":

"El artillero antiaéreo en un ataque y el muchacho en una barcaza de desembarco sintieron realmente en algún momento que lo que estaban haciendo era algo intrínseca y definitivamente bueno, lo mejor que podían hacer. Y en aquellos momentos había una satisfacción insuperable, un sentido de estar cumpliendo su vida enteramente... Aquel breve ennoblecimiento siguió repitiéndose una y otra vez hasta el final, y renovaba y aligeraba por entero la sórdida y heroica historia".




viernes, 27 de julio de 2018

Lecturas: La noche quedó atrás (Jan Valtin)


La noche del título es la del totalitarismo. Una noche contada desde dentro. Sin que nada se nos narre desde el otro lado, desde el amanecer o la aurora. Es la larga noche del nazismo pero también la del comunismo. Sin alardes de estilo, el activista Richard Krebs, que eligió como uno de sus alias de clandestinidad Jan Valtin, nos narra su trabajo, incesante y agotador para el Komintern. Reuniones políticas, revueltas, cárceles, doctrina. Todo ello ocupa, narrado con mucho detalle, el grueso del volumen. Aportando datos menudos, como si Valtin/Krebs quisiera asegurarse de que el lector cree, convertido en policía, cuanto relata. Precisa la ruta seguida por cada barco tomado, el nombre de la nave, la filiación de los comunistas a bordo de los navíos. Es como si pidiera a cada momento que lo creamos.


Por medio hay una historia de amor, la suya con Firelei, una muchacha a la que meterá en política ante las reticencias de sus compañeros, que finalmente  le llevará a la desafección. Convertido en un elocuente documento sobre el accionar comunista mundial, va dando indicios de cómo entre los comunistas se dan conductas poco ejemplares, de cómo el dogmatismo y el objetivo supremo va primando sobre cualquier otra consideración. Pero será cuando el libro llegue a sus últimos centenares de páginas para que cobre todo su sentido. La hagiografía comunista deja de serlo cuando el narrador es arrestado por los nazis. Torturado reiteradamente (son escalofriantes esas páginas), recibe la orden de un comunista infiltrado en la Gestapo de convertirse en agente doble. Esa nueva actividad es la que le llevará al desastre, al decidir sus superiores sacrificarlo como agente nazi, por mucho que supieran que realmente no lo era, para defender a otros camaradas. Aunque ello pusiera en peligro la vida de Firelei. Finalmente, Valtin/Krebs debió huir a Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial le llevará a combatir en Filipinas, siendo condecorado por su valor. El Comité de Actividades Antiamericanas le investigará y absolverá. En 1941 publicó estas memorias frías y concisas que sirven para convencer por igual a antifascistas y anticomunistas. Un documento histórico excepcional en el que se oye restallar el látigo por doquier.