sábado, 26 de noviembre de 2011

Paraísos perdidos

Entre la añoranza y la evocación, el concierto “Danzas sinfónicas” de la OFM reúne melodías de Rusia, Argentina y España
Tras una apoteosis de la danza, que es como Wagner llamó a la Séptima Sinfonía de Beethoven, llegan al Teatro Municipal Miguel de Cervantes las “Danzas Sinfónicas”. Bajo este título genérico, la Orquesta Filarmónica de Málaga ofrece un ecléctico programa los días 2 y 3 de diciembre. A la batuta el israelí Yaron Traub, director de la Orquesta de Valencia, al arpa Cristina Montes, y en los atriles el Capricho Español, op. 34, de Rimski-Korsakov, el Concierto para arpa, op. 25, de Ginastera y las Danzas sinfónicas, op. 45, de Rachmaninov.
Korsakov, en la época de los barcos

         Esta vez, lo que late al fondo de esta música es la idea de patria, de terruño, de nación. Por lo tanto, de nostalgia. Por un suelo dejado atrás, o por otro paisaje, pero igualmente añorado, que se reinterpreta desde la sensibilidad que le es propia al autor. Pero quizás empezamos a enredarnos con suspiros y postales borrosas. En el caso de Nikolai Rimski-Korsakov, se trata de un homenaje a España hecho desde la distancia. A una España que desde Rusia se vio algo así como la tierra de don Quijote habitada por soñadores apasionados, tan generosos como violentos. Así fue desde los tiempos de Pushkin (en el Museo Romántico, que ahora llaman Museo del Romanticismo, en Madrid, se muestra una exposición sobre el poeta ruso y el arte que le rodeó), y así siguió siendo hasta, al menos, nuestra Guerra Civil. Es la cumbre de la música española escrita por un extranjero. Por alguien que apenas pisó nuestro país como oficial de la Marina Imperial Rusa en el que fue su único viaje que pasó por España bajo tal condición (y que llevó tres años de navegación). Aquí pudo ver, durante tres días de 1862, retazos de sol en Cádiz, color local, posibles rasgueos flamencos. Motivo, en suma, para servir de iluminación más o menos súbita en 1887, cuando había dejado la Marina tras eliminarse, tres años antes, su pintoresco cargo de Inspector de Bandas Navales de Música, y como pasatiempo entre dos composiciones más ambiciosas, tomando como fuente básica una colección de canciones de José Inzenga titulada “Ecos de España, colección de cantos y bailes populares” aunque también pesó sobre quien fuera marino las páginas españolas de su compatriota Glinka. El efecto de esta suite orquestal en cinco partes (“Alborada”, “Variaciones”, “Alborada”, “Escena y canto gitano” y “Fandango asturiano”) se plasmó en su estreno parisino con el juicio de la crítica que la tildó como “una auténtica España rusa, de una presunción sonora absolutamente delirante”. En el cuarto número, que abre un redoble de tambor, la alternancia de instrumentos, entre los que un arpa imita ingeniosamente una guitarra, se descubre cuánto hay de verdad en la fama de esta españolada rusa.
Mehta dirige, la Filarmónica de Berlín hace lo demás

         De Ginastera señalemos que, con la venia de Piazzolla y su adaptación del tango a un gusto moderno no poco experimental, es el principal compositor argentino, y que en su concierto para arpa el componente nacionalista, asociado a la apropiación de formas folclóricas, no está ausente. Pero la cercanía de la exultante ensoñación española de Rimski-Korsakov poco beneficiará al criollo y su machacona percusión. De Rachmaninov daremoos el dato de que sus “Danzas sinfónicas” datan de 1941 y son su última obra (moriría dos años más tarde). En el exilio norteamericano, podrido de nostalgia, de dolor interior, mientras era admirado casi universalmente. No fue un músico que mirara al futuro, apostando por nuevas fórmulas, como su paisano y también desterrado Stravinsky, sino a la gran música del XIX. Y, a lo que es más importante, a su país, su paraíso perdido que añoró tanto como se supone que lo haría el otro ruso de la velada con nuestra propia y ásperamente dulce tierra.
Artículo publicado en diario Sur el 26 de noviembre de 2011

sábado, 19 de noviembre de 2011

Cualquier parecido

El Teatro Cervantes acoge “El castigo sin venganza”, obra de plenitud de Lope que permitía peligrosas comparaciones con la realidad española
Un rey desconfía de su hijo. El rey es Felipe II, y el hijo es Don Carlos, heredero de la Corona de España. Hay rumores de conspiración, de acero que palpita y antorchas encendidas sobre baldosas frías. El muchacho es cruel; y frío, abrumado por el peso del Estado, el padre. El chico cae por una escalera, se le encomienda a curanderos, ensalmos y cirujanos y se le practica una trepanación. Al contrahecho príncipe se le contempla en maniobras matrimoniales, pero también políticas. Los rebeldes holandeses acechan al atormentado y psicopático heredero. Un nuevo futuro en una nueva nación en Flandes. Son rumores. Son miedos. Hay un castigo, un encierro en sus dependencias, una amenaza de suicidio. Amenazas, rigores. Más miedo. El 28 de julio de 1568, el Príncipe de Asturias muere. Y nace una leyenda. De rencor, de venganza, de castigo, de sacrificio. Que contarán a su manera Schiller en un drama y Verdi en una ópera.
Don Carlos, retratado por Sánchez Coello

                Volvamos al aquí, que es el Teatro Municipal Miguel de Cervantes. Y al ahora, que será el 25 y el 26 de noviembre. Y volvamos al qué. El drama “El castigo sin venganza”, de Lope de Vega. Una obra de la plena madurez del autor. El quién es la compañía Rakatá, con Mario Vedoya, Alicia Garau, Bruno Ciordia, Jesús Fuente, Alejandra Mayo,Rodrigo Arribas, Jesús Teyssiere, Manuel Sánchez Ramos y Belén Ponce de León. La música es de Santi Ibarretxe, y de Ernesto Arias la dirección.
El montaje de marras

                Y aquí retomamos la historia, de venganza, de castigo. De miedo. Y vamos a otro día, otro lugar. Otra historia. 21 de mayo de 1425 en Ferrara. Esta vez está el duque de Ferrara, su esposa Casandra y el hijo ilegítimo del duque, Federico. Hay adulterio en la pasión entre Casandra y Federico, hay voluntad de castigo en el airado duque, que hace de Federico instrumento de la muerte de Casandra, y hace caer en el hijo verdugo el rigor de la justicia. Son fingidos los datos, las fechas, los detalles. Los recrea Lope de Vega a partir de una novelita de Mateo Bandello para con ellos construir “El castigo sin venganza”, una de sus cumbres dramáticas, plena de energía y de terrible veracidad  en la plasmación de las pasiones insensatas y homicidas. Los versos, por si se quiere una muestra, son de este cariz: ¡Oh, qué loco barbarismo / es presumir conservar / la vida en tan ciego abismo / hombre que no puede estar / ni en vos, ni en Dios, ni en sí mismo. / ¿Qué habemos de hacer los dos, / pues a Dios por vos perdí, / después que os tengo por dios, /sin Dios, porque estáis en mí, / sin mí, porque estoy sin vos? / Por haceros sólo bien, / mil males vengo a sufrir; / yo tengo amor, vos desdén, / tanto, que puedo decir: / ¡mirad con quién y sin quién! / Sin vos y sin mí peleo / con tanta desconfianza. / Sin mí porque en vos ya veo / imposible mi esperanza; / sin vos, porque no os poseo.” Puro Lope y pura grandeza del teatro español.
                Pero esta obra, cuyo manuscrito se conserva fechado en mayo de 1632, se publicó suelta dos años más tarde, y en 1635 en la recopilación de las obras del fénix de los ingenios. Con un prólogo en el que Lope dice que sólo se representó un día “por causas que al lector le importan poco”. Los investigadores han dado vueltas a este freno. Se ha hablado de una desavenencia entre actores. También del parecido de esta historia con aquella, lejana, de castigo sin venganza, de Felipe II y Don Carlos. Del miedo de Lope, de la suspensión de las representaciones y del cobijo del dramaturgo al dedicarla al poderoso duque de Sessa. El miedo es libre. E imperecedero. Ante el parecido con aquella realidad de aquel poder, se optó por la coincidencia del silencio de las tablas y la posteridad de las imprentas.
Artículo publicado en diario Sur el 19 de noviembre de 2011

sábado, 12 de noviembre de 2011

Primo de Rivera y Durruti, dos muertes españolas

Hace 75 años coincidían en la misma fecha las muertes violentas de dos figuras claves de nuestra historia contemporánea

Imagen final de José Antonio y Durruti

         Hace 75 años, el 20 de noviembre de 1936, dos muertes coincidieron para cambiar la historia de España. Cada una cambió el signo, y el sino, de nuestro país. Desde dos ideologías opuestas, enfrentadas a muerte pero bajo unos mismos colores: el rojo y el negro. Anarquistas y falangistas perdieron ese día a sus máximos dirigentes, víctimas ambos de la Guerra Civil. Buenaventura Durruti, José Antonio Primo de Rivera. Hermanados en la sangre bruscamente vertida, sus nombres, sus muertes,  simbolizan y compendian las de tantos españoles.
Recordamos. Recordamos todos los muertos
         Los hechos sencillos son los de un dirigente político al que el estallido de la guerra encuentra detenido en Madrid y que, trasladado a Alicante, es juzgado, condenado a muerte y ejecutado. Los hechos sencillos son los de un dirigente militar y político que acude en socorro de Madrid sitiada, y que en zona de combate recibe un disparo en el pecho y muerre al día siguiente. Ambas muertes tienen sus enigmas y sus pormenores. Éste es el momento para reconstruir ambas muertes. Dos muertes españolas.

De Madrid a Alicante

         De José Antonio podemos contar que, tras fracasar Falange Española en las elecciones del 12 de febrero de 1936 que dieron el triunfo al Frente Popular, fue detenido el 14 de marzo por posesión ilegal de armas. A la vez, mientras se iba fraguando el golpe de Estado organizado por Mola desde Pamplona, al que Falange había comprometido su apoyo, los miembros más radicalizados de los diversos partidos de la derecha, especialmente la CEDA, se adhieren a Falange y aumentan la acción violenta contra la izquierda, en una espiral de violencia, con ataques constantes de las milicias de ambos bandos, que llevan a España a un ambiente irrespirable que presagia lo que ocurrirá el 18 de julio. Pero ésa es otra historia. Para alejar a José Antonio de Madrid, donde recibía constantes visitas, mantenía correspondencia con sus correligionarios e incluso impartía órdenes y daba instrucciones, es conducido, el 6 de junio, a Alicante. Allí sus posibilidades se reducen enormemente. Allí también estará encerrado, tras ser detenido en Madrid el 1 de mayo, su hermano Miguel y, más tarde y acusada de confabulación con los prisioneros, su esposa Margarita Larios y Fernández de Villavicencio (algecireña y miembro de la familia Larios de Málaga). Otro hermano, Fernando, será asesinado en Madrid el 23 de agosto en una de las sacas hechas en la cárcel Modelo, un dato que no llegará a conocer José Antonio.

Alicante. Primera exhumación (4 de abril de 1939) de José Antonio
según el NO-DO. Más tarde será exhumado en El Escorial

         Una vez comenzada la guerra, se extrema el cuidado en torno a los Primo de Rivera en Alicante, cuando se encuentra en sus celdas dos pistolas y cien cartuchos. E incluso, ya en agosto, un mapa que indicaba la situación militar en las Baleares. A partir del 16 de agosto, ambos quedarán incomunicados. Del estado de ánimo de José Antonio, de su visión de la guerra, puede encontrar el interesado un ilustrativo testimonio en el texto de la entrevista que en la prisión le realizó el periodista norteamericano Jay Allen y que reproduce Ian Gibson en su equilibrado, y necesario, estudio “En busca de José Antonio” (ed. Aguilar, 2008). El texto se publicará el 24 de octubre de 1936 en el “News Chronicle”, pero las declaraciones son de comienzos de mes. Lo que allí contesta el líder falangista, ante un Comité de Vigilancia, hará aún más difícil la clemencia. Mientras tanto, Falange, con una ayuda tibia de Franco y un interés considerable por parte de agentes nazis, prepara una serie de acciones, a través de acciones de comando o de negociaciones, que pudieran liberar al detenido. Un libro de Manuel Barrios, “Objetivo: Matar a José Antonio” (ed. Nowtilus, 2005), proporciona datos y lanza aventuradas hipótesis que cuestionan las verdaderas intenciones y peculiaridades de aquellos planes. El más serio de ellos,  para no incurrir en pormenores, lo resumiremos en que en septiembre de 1936 el carguero alemán “Iltis” recogía en Chipiona un grupo de once falangistas, entre los que se encuentra el jefe de milicias del partido, Agustín Aznar, y el cónsul honorario de Alemania en Alicante, destino de la expedición, con un millón de pesetas para sobornar en la ciudad de cautiverio a diversos republicanos. Hay contactos, ofertas de hasta seis millones y promesas de fuga del sobornado junto con su familia a zona nacional. El encontronazo de un guardia de asalto con Aznar, que deberá escapar disfrazado de marinero alemán, frustra la operación y pone en fuga al comando. Poco después se ideará el soborno del gobernador civil de Alicante y hasta una acción de comando en la que debía participar el boxeador Paulino Uzcudun, ex campeón de Europa. La impaciencia y la torpeza fueron las claves de estos fracasos sucesivos.

        Ante el destino

  Imposible el rescate, la muerte, tras la condena dictada el día 17 de noviembre se hace inminente. La defensa de José Antonio, realizada por él mismo, abogado de profesión, de nada ha servido. Al menos, su hermano y su cuñada, también defendidos por él, han tenido mejor suerte. Miguel es condenado a cadena perpetua, que se interrumpirá al ser canjeado por un hijo del general Miaja. Margarita sacará una condena a seis años por “provocación a la rebelión”. El delito de los dos hermanos fue el de rebelión militar. Las últimas horas las pasará escribiendo cartas de despedida además de su testamento (“Condenado ayer a muerte, pido a Dios que, si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la dolorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia...”). Se verifica el fusilamiento en el patio de la prisión a las siete menos veinte de la mañana de ese 20 de noviembre de 1936. Las últimas palabras verificadas de José Antonio, más allá de la propaganda y la hagiografía, fueron dirigidas al director del presidio momentos antes de la descarga: “Director, si algo malo he hecho, o le he molestado, perdóneme”. Otras cinco ejecuciones acompañaron ese amanecer la de Primo de Rivera. Su cuerpo tendrá como primer destino una fosa común, en la que será enterrado boca abajo y a un costado de la zanja en previsión de un futuro desenterramiento e identificación.

Traslado a Madrid, a hombros de la Falange
         
          De Aragón a Madrid

En aquella aurora de sangre estaba ya fijada la muerte del otro mártir, del otro villano, del otro héroe (se ofrece al lector la posibilidad de salvar o condenar a uno u otro  protagonista de ese día terrible). Herido la víspera, Buenaventura Durruti agonizaba. Tras resistirse a acudir a Madrid con sus tropas abandonando el frente de Aragón, había llegado con 3000 hombres el 14 de noviembre. El día 17 un ataque franquista provoca la desbandada de los suyos, lo que le lleva a organizar un asalto al Hospital Clínico, en la Ciudad Universitaria, lugar de los más encarnizados combates y recién ocupado por los rebeldes. Amanece con frío, lluvia y viento el 19 de noviembre. El combate volverá a ser a muerte. Hay cansancio, falta de sueño, desesperación. Rabia. A las 13 horas, avisado del empeoramiento de la situación en el Clínico,  va en coche hacia el lugar para dirigir el combate, para evitar un nuevo derrumbamiento. En un Packard conducido por Julio Graves viajan Durruti junto con el sargento de artillería José Manzana, su secretario y asesor militar, que lleva colgado del hombro un naranjero, pendiendo de su cuello un pañuelo en el que a ratos apoyaba su mano derecha, herida desde hace unas semanas. Durruti lleva bajo su chaqueta de cuero un revólver Colt 45. Les antecede, atravesando calles batidas por el fuego, otro coche que ocupan el chofer Lorente, el carpintero Miguel Doga y el oficial Antonio Bonilla. Este último es quien proporciona el testimonio clave de aquel hecho confuso.

Un disparo en la tarde

Cuenta Bonilla que en un momento dado, al detenerse el Packard en una calle que posiblemente era la de Julián Romea, “Durruti bajó para decirles algo a unos milicianos que estaban allí tomando el sol, tras una tapia. Aquella zona no estaba batida por el fuego”. Parece que Durruti los amonesta. “Nosotros estábamos en el otro coche, unos metros delante, y estuvimos parados unos tres o cuatro minutos. Cuando Durruti estaba entrando en el coche, iniciamos la marcha y, al mirar atrás, para ver si nos seguían, vimos que el Packard estaba dando la vuelta y se marchó a toda velocidad. Bajé del coche y les pregunté a los muchachos qué había pasado. Me dijeron que había un herido. Les pregunté si sabían quién era el hombre que les había hablado, y me dijeron que no. Le dije a Lorente que regresáramos inmediatamente. Eran las dos y media de la tarde”.
El féretro de Durruti en las calles de Barcelona

El chófer. Julio Graves, tras dejar a Durruti herido en el hospital habilitado en el hotel Ritz, en el que morirá al día siguiente, cuenta, conmocionado, a un periodista su versión, según la cual la calle estaba azotada por los disparos de ambos bandos. Allí, Durruti abronca al grupo de ociosos en desbandada: “Una vez que los muchachos obedecieron a Durruti, éste se vino hacia el coche. La lluvia de balas arreciaba cada vez más. Desde la gigantesca mole colorada del hospital Clínico los moros y la Guardia Civil disparaban con mayor ahínco. Al llegar a la portezuela del vehículo, Durruti se desplomó. Su pecho se hallaba traspasado”. Las opciones para explicar el disparo lo atribuyen a los nacionales, a los milicianos abroncados, a los comunistas, al arma de Manzana y al propio Durruti con su revólver. Por otra parte, las armas de las que pudo salir el proyectil posiblemente fueron o bien el subfusil alemán ERMA, modelo 1935, fabricado en La Coruña, el más sencillo de todos sus contemporáneos pero también el más peligroso al carecer de seguro, o bien el Naranjero español, una copia del alemán Schmeisser MP-28, usado profusamente por los dos bandos, y que toma su peculiar nombre del hecho de ser fabricado en Valencia para su uso por el ejército republicano. 

Graves y Manzana meten al herido en el coche y lo llevan al Ritz, donde en los quirófanos del sótano intentan salvar su vida hasta que a las cinco de la tarde lo llevan a una habitación del primer piso. La bala ha entrado por el costado izquierdo, a la altura del corazón, saliendo el proyectil por la espalda. Asustados por la gravedad de la herida y por la importancia del paciente, el equipo médico catalán optó por buscar al mejor cirujano disponible en Madrid, el doctor Manuel Bastos, que en sus memorias contará que “los que le rodeaban no se recataron en darme a entender que habían sido sus propios secuaces los causantes de la herida. Ésta atravesaba horizontalmente la parte alta del abdomen y lesionaba importantes vísceras. Era, pues, mortal de necesidad, y nada podía hacer por el paciente, que estaba ya en su último aliento. Aun pude oírle las que probablemente fueron sus palabras posteras. Fueron estas: “Ya se alejan”, aludiendo al ruido más apagado de las explosiones, que hacía creer en una retirada de los aviones atacantes”. Nada hay que se pueda hacer. Tan sólo darle morfina para que sea tranquila e indolora la muerte. Amanece cuando ésta llega. En una habitación del Ritz que, según las fuentes, pudo ser la número 15 o la 233.
La versión (y el homenaje) de los camaradas

Al entierro del líder anarquista, en Barcelona, acudió medio millón de personas. Según Antony Beevor, “su reputación era tan grande, y no sólo entre los anarquistas, que tras su muerte muchos quisieron apropiarse de su figura. La Falange dijo que tanto él como sus dos hermanos eran simpatizantes falangistas de corazón, en tanto que los comunistas manifestaban su certeza de que Durruti estaba a punto de ingresar en el partido”.
Tumba de José Antonio,
Basílica del Valle de los Caídos, Madrid

Tumba de Durruti,
cementerio de Montjuich, Barcelona

Igualados en la muerte y en el calendario, tal vez Durruti podría haber incluido en su testamento lo que hizo constar José Antonio en el suyo: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.”
       


Artículo publicado en diario Sur el 12 de noviembre de 2011

El divino frenesí

Tres obras de Beethoven nutren el concierto “La apoteosis de la danza” de la OFM, en el que brilla la imprescindible Séptima Sinfonía
“No he conocido jamás a un artista más concentrado, más enérgico, más profundo. Comprendo que su actitud respecto al mundo tiene que ser extraordinaria”. Son palabras de Goethe, que fue también, y hasta extremos alarmantes, profundo y concentrado. En cambio, Karl Maria von Weber, lo despachó con un despectivo y conciso juicio: “era un sujeto hosco y repelente”. Joseph Haydn le diagnosticó una inquietante inestabilidad interna: “me parece que usted es un hombre que tiene varias cabezas, varios corazones y varias almas... Creo que se descubrirá en sus obras algo inesperado, insólito, sombrío, porque usted mismo es un poco sombrío y extraño, y el estilo del músico revela siempre al hombre”. Son juicios acerca del artista absoluto, el que no posee un don casi sobrenatural y se abandona a la ligereza del oficio cuando éste se domina tanto como el talento, que es lo que sucedía a Mozart, sino que lucha contra su tiempo, sus circunstancias, sus propias limitaciones, incluso su cuerpo con sus oídos opacos, y que cuando dice que “quiero agarrar el destino por la garganta impidiendo que me abata” lo consigue, porque, según Rafael Argullol, “inmediatamente hay que comprender que él y su música laten con la misma violencia. El artista romántico acostumbra representar un mundo en el que él mismo, mediante su alter ego, el protagonista, se enfrenta al mundo de la realidad”. Es, y aquí tendríamos que quitarnos los invisibles sombreros, Ludwig van Beethoven.

                A él se dedica el concierto de la Orquesta Filarmónica de Málaga que, bajo el título “Beethoven. La apoteosis de la danza” tendrá lugar en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes el 18 y el 19 de noviembre. Dirigirá Edmon Colomer un programa beethoveniano en el que cabrán la obertura Coriolano, el concierto para piano y orquesta nº 4 en Sol mayor op. 58 (al piano el libanés Abdel Rahman El Bacha) y la Séptima Sinfonía en La mayor, op. 92. Lo del título del programa se debe a Wagner, que calificó así la séptima sinfonía, remachando con que “es la danza misma en su aspecto más sublime, como si fuese la acción excelsa del movimiento”. Todo en este programa es de altísimo interés. Pero no todo cabe en esta introducción somera. Baste con nombrar la antagonía entre lirismo y tumulto de la obertura Coriolano, la libertad que se otorga al piano en el concierto nº 4, revolucionario y con un movimiento central, “Andante con moto”, que recoge nuevamente una dualidad.
El Allegretto de la Séptima

The Composer's Speech

                La séptima sinfonía, que volvió a prestarse recientemente a una aparición fílmica en la destacable película “El discurso del rey”, en la que su celebérrimo segundo movimiento, “Allegretto”, sonaba como fondo del propio discurso, es otra de las cumbres de la cultura europea. Considerada por el propio Beethoven como una de sus propias obras, no fue raro que en sus primeras interpretaciones el público hiciera que la orquesta repitiera ese movimiento, que es de lánguida belleza y que nos lleva por el espejismo de la repetición, acunando al oyente en un vaivén delicioso en su tristeza, pero escoltado, aquí y allá ese pasaje lírico y obsesionante (y otros más sutiles), con elementos y pasajes rítmicos, plenitud de matices y calculadas osadías, estallidos de energía y  que dan cumplimiento a lo que Wagner escribió sobre esta obra: “Beethoven vuelve a arrojarse en el océano sin límites, en el mar de su infinito deseo; pero emprendió la tormentosa carrera sobre un gigantesco navío, sólidamente construido; con puño firme tomó el poderoso timón; conocía la meta del viaje; había resuelto alcanzarla... Querría medir los límites mismos del océano, descubrir el continente que debía hallarse más allá del desierto líquido”. El propio Beethoven, más en el espíritu de la danza, expresaría sobre esta sinfonía al acabarla, y sobre sí mismo: “Soy el Baco que da a los hombres el divino frenesí del espíritu”.

Artículo publicado en diario Sur el 12 de noviembre de 2011

sábado, 5 de noviembre de 2011

La salvación por la música

Hay versos que lo mismo sirven para un desembarco que para un cuadro. O una música. Es lo que sucede con la “Canción de otoño” de Paul Verlaine, que recitada en estricta versión original (“Les sanglots longs / Des violons / de l'automne / blessent mon coeur / d'une langueur / monotone”) por las ondas de la BBC para Francia significaba, en clave, que debían recrudecerse los sabotajes preparatorios del desembarco de Normandía. El mensaje en verso, pasado a español, decía que “Los largos sollozos / de los violines / del otoño / hieren mi corazón / con monótona / languidez”. Una errata quizás buscada, cambió el  original “blessent” por “bercent”, con lo que el corazón no quedaba herido sino mecido. El espíritu de lento, casi inmóvil, hastío doloroso es el que muestra un cuadro importante del británico Walter Sickert (convertido en años reciente en sospechoso de ser Jack el Destripador), titulado, directamente en francés, Ennui y que es eso, aburrimiento puro, un interior con figuras que piensan exactamente en nada. Y esos versos, ahora, sirven para que José García Román compusiera “La chanson d’automne”, que la Orquesta Filarmónica de Málaga llevará al escenario del Teatro Municipal Miguel de Cervantes el 4 y el 5 de noviembre. En ese programa, titulado Espejos literarios II”, tendrá también en el programa las “Kindertotenlieder”, de Gustav Mahler, “Mahler-Moment”, de Dieter Schnebel y “Muerte y Transfiguración” de Richard Strauss. A la batuta, Edmon Colomer. A la voz (dec barítono), José Antonio López.
"Ennui", por Jack el Destripador Walter Sickert

         Murria, ganas de quedarse en casa mientras en la calle fría se revuelve el humo de las castañas, o de morder con desgana una almohada buscando la piadosa inconsciencia de los sueños vacíos. Es lo que promete, de forma poco tentadora, este programa de la OFM que atina en su cercanía al día de todos los, amados y añorados, difuntos. Pero no nos asustemos, no nos refugiemos en la concha del caracol cobarde convertida en presagio de tumba. Es música poderosa, un combate extraño en el que luchan las poéticas de Friedrich Rückert y de Alexander Ritter. Por parte de Mahler, un ciclo de canciones sobre niños muertos y por Strauss la agonía de alguien que mira hacia atrás, a la infancia irrecuperable, a la batalla perdida, y  tras ella la muerte y su después, su tal vez.
Kindertotenlieder 1, por Dietrich Fischer-Dieskau

         Hablamos de poesía, hablamos de música. Y de muerte. Gustav Mahler era provisionalmente feliz cuando escribió estas canciones. Cuatro años después perdió a su hija María. Entonces, escribió en una carta: "Me coloqué en la situación de haber perdido un hijo. Cuando realmente perdí a mi hija, no podría haber escrito estas canciones nunca más". Más. Romain Rolland, que tan inmortal fue en vida y que muerto ya no es nadie (la gente de un bando del 36 lo leía y aclamaba, lo mismo que pasa con Ramiro de Maeztu, al dorso de esta página y que es hoy ausencia, silencio y polvo) resumió en prosa el poema de Ritter que puso en música Strauss. En él habla de un hombre muriendo, que al final se encuentra con lo que sigue: “Entonces resuena en el cielo la palabra de salvación a la cual él aspiraba vanamente sobre la tierra: ¡Redención! ¡Transfiguración!”. Un drama musical, dos dramas entre dos fronteras, las de la poesía y las de la música, la vida y su final, que ponen la carne de gallina y el alma en vilo. Una promesa de redención, una posibilidad, transido el corazón, de salvación por la música.

Artículo publicado en diario Sur el 29 de octubre de 2011

martes, 1 de noviembre de 2011

Transfiguración


Un concierto de cámara en el Auditorio del Museo Picasso Málaga reúne, a través de Brahms y Schoenberg, dos siglos, dos sensibilidades, y un mismo espíritu

Picasso, centro y norte y sur de la brújula malagueña, viene de un siglo y una casa de molduras decoradas, de caballeros acicalados y mujeres despeinadas en las cornisas mirando un obelisco heroico de piedra y bronce, palomas y purpurina. Siglo XIX del que los que tenemos cierta edad seguimos viniendo tras los años de disciplina y decoro, formen filas, del anterior régimen, que tan de polainas y bigotes fue. Pero Picasso, con su mechón torcido, los ojos de espanto y de guasa, es también siglo XX, utopía y festejo, esperanza y sueño, libertad y riesgo. Por eso fue línea nítida, purísima, como un dibujante maniático y portentoso del XIX; por eso fue terremoto y fuego, vaticinio y sorpresa, al estilo del turbulento siglo XX de la neurosis, el llanto y las bombas.
Schoenberg jugando al ping-pong, 1930

La noche transfigurada. Parte 1


La noche transfigurada. Parte 2


Es por ello que es especialmente apropiado que sea el Auditorio del Museo Picasso el escenario del V Ciclo de Música de Cámara de la Orquesta Filarmónica de Málaga cuando el programa refleja a la perfección esa polaridad. Hablamos del concierto del próximo 8 de noviembre, y esta vez la agrupación que protagoniza la velada es el Sexteto Atlántida: José García Belmonte (violín), Alejandro Tuñón (violín), José María Ferrer (viola), Gonzalo Castelló (viola), César Jiménez (violonchelo) y Leonardo Luckert (violonchelo). En el programa, dos siglos, dos estéticas: el Sexteto nº 1 en si bemol mayor, op. 18, de Johannes Brahms y el sexteto  “La noche transfigurada”, op. 4, de Arnold Schoenberg

“La noche transfigurada”, uno de los títulos paradigmáticos, y más felices, de su infausto siglo, es la confesión de un alma singular, la de Schoenberg, que en 1898 se hizo temporalmente protestante (de un modo parecido, en 1897 Mahler también abjuró del judaísmo para ser católico), y en 1899 compone, en la que es su cuarta creación, esta obra maestra indiscutible. Escrita primero, como aquí se interpretará, como sexteto de cuerda, en  1917 recibirá un arreglo para orquesta de cuerda y una revisión orquestal en 1943, que como tres versiones de una única obra, lo que verdaderamente es, bastó para asegurar la inmortalidad a Schoenberg. Intimista, intensa, atormentada e hipnótica, “La noche transfigurada”, que participa de las cualidades y riesgos del poema sinfónico, se basa a su vez en un poema que recoge el diálogo de un amante con su amada que lleva en su vientre el hijo de otro. Como elogio, y como reproche, se ha usado la descripción de este sexteto como “Wagner en música de cámara”. Sea como sea, es una pieza que trasciende y supera esta descripción. Recibida con animosidad, la adversidad inicial de los oyentes será una constante a lo largo de toda la producción de Schoenberg. Pero, avanzado y superado el siglo, su escucha es de las que te hacen levantar la cabeza por momentos, un cosquilleo fugaz atenazándote el espinazo, la certidumbre de que el arte es siempre la verdad cuando es verdadero. Algo que ya habrá vivido y sentido el oyente con el tenso sexteto, transido también de emoción, de Brahms, con una sonoridad que recoge el de “La muerte y la doncella” de Schubert, su insistencia obsesiva en el drama, que se nota especialmente en el segundo movimiento, “Andante ma moderato”.

Brahms. Sexteto nº 1. Andante moderato

Por encima de las notas, algo se nos dice. Algo que no sólo afecta a Picasso sino a todos los creadores que supieron prolongarse más allá de su tiempo, de su carne. La emoción es inmortal. Y es la emoción la que nos hace transcendente, la que nos transfigura. Al otro lado de los muros, a pocas paredes, lo saben nadadoras en verde angustiosas y gráciles, lo saben mujeres serenas y clásicas de piel dulce. Lo sabemos nosotros, superados por el espíritu y, tal vez, por el dolor.

Artículo publicado en diario Sur el 5 de noviembre de 2011


Ramiro de Maeztu: el camino del olvido

Víctima de la guerra civil, Ramiro de Maeztu, compañero de Baroja y Azorín, fusilado hace ahora 75 años, no ha tenido una pervivencia fácil
Con su nombre de instituto, de calle o de cosa así, Ramiro de Maeztu no ha tenido una supervivencia póstuma más allá de la desaparición del régimen de Franco. Un modelo de país que él habría saludado con alborozo, y que mimó su memoria, pero del que no llegó a ser parte al ser asesinado en los primeros meses de nuestra última Guerra Civil. Él, que formó junto a nombres tan notorios como Azorín y Baroja el grupo que se autodenominaba de los Tres, quiso una España otra, y a ella apostó con la palabra, y con el gesto airado, sin saber que al elegir una opción política jugaba a la ruleta rusa. El 29 de octubre de 1936, hace 75 años, un pelotón de funcionamiento le llevaría a una inmortalidad que duraría hasta poco más allá de la fecha de su centenario, el 4 de mayo de 1974, en el que la prensa le recordará como contrarrevolucionario ejemplar, como profeta de una patria nueva y plena, que decían que era libre, única y grande.
Más o menos, lo que Maeztu creía

El final
Cayó el cuerpo a tierra sobre la tierra del cementerio de Aravaca, no lejos del de Ramiro Ledesma Ramos, ese jueves de hace setenta años tras pronunciar, ante el pelotón de fusilamiento unas palabras que tal vez sean apócrifas pero cuya memoria merece su rescate: “Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero”. Otra versión, cristalinamente apócrifa, le añade a la frase una conclusión ejemplar: “¡porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!". Un compañero de presidio añade la frase que el carcelero le dirigió mientras intentaba vestirse para lo que le anunciaban como un traslado: “Para donde va, da lo mismo que vaya usted en pijama”. En la celda vacía quedarán las cuartillas de un libro que no llegará a nacer y que iba a llamarse “Defensa del espíritu”. Unidos ante el fuego y la muerte los dos Ramiros, Ledesma había escrito en el primer número de la revista JONS que consideraba a Maeztu “uno de los pocos españoles capaces de ofrecer los valores de España”, pero que “éste es el único aspecto de Maeztu que nos interesa. Ningún otro. La política de las JONS no es su política”.
Retratado por su hermano Gustavo en 1910

La secuencia que terminó ante la tapia de un cementerio comenzó el 30 de julio, en la fecha en que se publicaba el manifiesto de adhesión a la República por parte de los intelectuales (Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset entre las firmas), y en la que Maeztu sería detenido en casa de su amigo José Luis Vázquez Dodero que lo ocultaba desde la noche del Alzamiento de Franco. Los milicianos que llevaron a cabo la detención buscaban un oratorio clandestino en esa casa de la madrileña calle de Velázquez. Allí encontraron a un anciano que esgrimió entre denuestos un pasaporte diplomático, que no impidió que fuera llevado a la comisaría de Buenavista junto a su anfitrión y una tía del mismo. En la comisaría, al no encontrársele causas legales para mantener la detención, el comisario, que según Dodero les preguntaba por las posibilidades de triunfo del golpe militar, los puso en libertad. La presencia, a las once de la noche, de un coche de milicianos al acecho frente a la comisaría (fácil es conjeturar el alarde ominoso de las armas, el humo de cigarrillos entreverado en la luz de los faros en esa noche de verano, el estruendo de las voces, el exceso de los gestos)  llevó a Maeztu a darse la vuelta y solicitar su detención, por lo que será llevado a la cárcel de Las Ventas. Esta apuesta por la vida provisional le llevaría, hemos visto, a la definitiva muerte.
Motivos para morir

El sospechoso
Sus artículos derechistas, de exaltada oratoria, le habían puesto en el punto de mira de sus enemigos. Vamos, por mostrar sólo un breve botón, un fragmento del titulado “Los dioses se van” publicado en 1933: “los hechos nos muestran la necesidad de que vuelva a rehacerse la unidad de la Cristiandad, si queremos salvar la civilización frente a las muchedumbres del Oriente, que viven realmente una vida animal de hambre continua e insaciada, que necesitan de la levadura y de la disciplina de Occidente para poder levantar los ojos de la tierra, pero que producen aspavientos de poeta, como Rabindranath Tagore, y fantasmas de profeta, como Gandhi, para hacerlos creer que se remediará su situación el día en que se lancen contra los pueblos decadentes de América y Europa”.  Que en el homenaje que se le diera en Madrid con motivo de la concesión del Premio Luca de Tena en marzo de 1932 los oradores fueran los marqueses de Quintanar y de Luca de Tena, José María Pemán, Pedro Sáinz Rodríguez, Eugenio Montes y el propio Maeztu es una conformación más que un indicio. Otro de los presentes en el banquete, César González-Ruano, llegaría a afirmar de él que “su derechismo, su monarquismo y su cavernicolismo era ya tan descomunal que daba casi risa”. Por aquellos años de la República, Edgar Neville, molesto con la actitud timorata de Maeztu (que en la prensa afirmaba que “Hay películas, cada año en mayor número, que no fían el éxito sino a los centenares de mujeres desnudas que hacen desfilar por nuestros ojos”) lo calificaba en la prensa de pertenecer “a la generación de “La pulga” y de ser y representante de la “tradicional estropajosería” que integran los que “pretenden que vivamos precisamente como ellos desean y que aceptemos su “bueno” y su “malo” sin discusión”.
Retratado por Ramón Casas


Entre extremos

Pero no fue siempre así. Su amigo Juan Ignacio Luca de Tena afirmaba que Maeztu “a los 20 años era anarquista, a los 30 republicano y su firma veíase frecuentemente en “El Sol”. To no recuerdo exactamente cuándo empezó su evolución hacia la derecha”. Nacido en una familia de padre vasco y madre inglesa, Ramiro de Maeztu y Withney, alumno brillante de bachillerato, la bancarrota familiar le vedará el acceso a la Universidad. Instalado a los 16 en París como comerciante, su ineptitud para estas labores le hará abandonar la ocupación y recorrer por cuatro años América Central y del Norte. Regresado a Bilbao, se inicia en el periodismo, y en 1897 lo tenemos en Madrid. Donde es parte de los Tres, y con ellos de la Generación del 98. En 1899 publica su primer libro, “Hacia otra España” en el que hay un pasaje que explica lo que le pasará en 1936. Al referirse a las semanas en que alistado para enfrentarse al enemigo norteamericano se le hace patrullar alrededor de Mallorca en prevención de una invasión: “Si la historia expansiva y conquistadora de nuestra patria ha de acabarse con la centuria; si los cañones yanquis han de borrar el plus ultra de nuestra raza, quiero, al menos, como español y como artista, que nuestra caída sea bella; quiero al menos que si no hemos sabido decir “sí” a la vida, sepamos decírselo a la muerte, haciéndola gloriosa, digna de España”. Más tarde dirá de este libro que “todas sus páginas merecen ser quemadas, pero el título responde al ideal de entonces y de ahora”.




Autoridad, divino tesoro

En 1905 marcha como corresponsal de “La Correspondencia de España” a Londres. Allí pasa 15 años que le hacen defensor de la autoridad que plasma en su libro “Authority, Liberty and Function in the Light of War” (1916), que aquí se publica como “La crisis del Humanismo”. Ese año se casa con la inglesa Alice Mabel Hill, con la que tiene su único hijo. Regresado a España en 1919, defiende el régimen del general Primo de Rivera, que le premia con el cargo de Embajador en Argentina, de donde regresa en 1930. Los años de la República serán los del combate contra un régimen adverso. Director de la revista política “Acción española”, diputado en 1933 por “Renovación Española”, publica en 1934 sus artículos políticos bajo el título de “Defensa de la Hispanidad”. Para entonces su doctrina se resume en una frase: “Para los españoles no hay otro camino que el de la antigua Monarquía Católica, instituida para servicio de Dios y del prójimo”.

La mala reputación
José Luis Calvo Carilla, en su muy atinado y prolijo ensayo “La cara oculta del 98” estudia los años iniciales, los años decisivos, los que giraron alrededor del año crucial de 1898, de los tres provincianos que constituirían el núcleo principal de la generación del 98: el vitoriano Ramiro de Maeztu, el guipuzcoano Pío Baroja y el alicantino Antonio Martínez Ruiz. La conclusión a la que Calvo Carilla quiere mostrar a través de estos tres amigos no es otra que la que ya señaló Rafael Cansinos Assens en las páginas finales de sus memorias literarias “La novela de un literato”, cuando, desencantado y lúcido, afirma que “Estos jóvenes ahora siguen el mismo camino que los de principios de siglo, los Martínez Ruiz, los Maeztu y tantos otros. Se daban a conocer en la Prensa de izquierda, más accesible, pero mísera, y luego se pasaban a los periódicos de derecha, bien retribuidos”. Pero el mejor resumen de la evolución de Maeztu, se retrato más frío y distante, lo proporciona Cansinos cuando de él afirma , en una cita que es extensa pero ineludible: “Además de esas crónicas apócrifas de San Petersburgo y Varsovia que Catarineu fabrica, publica “La Corres” crónicas auténticas de su corresponsal en Londres, Ramiro de Maeztu, el antiguo nihilista, que ahora cambió de rumbo ideológico y aboga por el progreso económico de España, poniéndole por modelo la industrialización británica. Don Ramiro, como todos lo llaman, escribe unas crónicas agarbanzadas, por el estilo de las del americano-vasco Grandmontagne, hablándonos de ladrillos, tejas, carriles, etcétera. Ha olvidado ya su antigua diatriba contra el cocido español y brinda los medios de asegurarlo con el progreso económico. Alguna vez escribe sobre temas más espirituales, y entonces se lee con más interés y gusto, aunque su estilo esté calcado sobre el modelo de la prosa británica, tan poco emocional. Al contrario de Azorín, jamás habla en primera persona, sino como “el cronista”... La conversión de don Ramiro se debe, según los queridos compañeros, a sus relaciones con una vieja y rica dama que lo ha caracterizado... Don Ramiro es hoy un hombre moral, sensato y burgués... Por lo demás, ha seguido la misma evolución que ese otro hombre del 98, Azorín... El único de ellos que no nos ha defraudado todavía es don Pío, pese a ser un burgués nato”.
Tampoco es indulgente Andrés Trapiello en las páginas de su instructivo estudio “Las armas y las letras”, cuando afirma que “Maeztu, en cierto modo, fue, dicho con el debido respeto, un invento del franquismo, el escritor muerto que se intentó oponer al otro muerto ilustre, que era García Lorca, en un esfuerzo desesperado de demostrar que la barbarie de la guerra se había propagado en ambas zonas por igual. Y eso que era verdad en cuanto a las vidas, no era equiparable, no podía serlo, en las obras. Si, en efecto, Lorca y Maeztu fueron los escritores asesinados más señalados de cada uno de los bandos, la comparación de sus respectivas obras literarias no puede hacerse sin incurrir en abundantes agravios comparativos. Es comprensible que a Maeztu se le estudie dentro del pensamiento político español del primer tercio de siglo; ahora, que se le incluya dentro de la literatura española, en el mismo plano que sus ilustres amigos del 98, resulta un exceso que no justifica en absoluto su sustancioso “Don Quijote, don Juan y la Celestina”, de 1926, ni la amistad en su juventud con Azorín y Baroja, con los que formaba el Grupo de los Tres. Ni aquellos artículos brillantes, inteligentes, literarios del novecientos de “Hacia otra España”, que tanto influyeron en sus colegas. Quizá por todo ello sigue apareciendo en todas las historias de la literatura, junto a Unamuno o Valle-Inclán, como miembro de la misma generación, sin que ninguno de los amantes de los encasillamientos ni ningún catedrático le coloque de una vez en el lugar o casilla que le corresponde más exactamente: el del pensamiento español y el activismo político”.
Artículo publicado en diario Sur el 29 de octubre de 2011