Víctima de la guerra civil, Ramiro de Maeztu, compañero de Baroja y Azorín, fusilado hace ahora 75 años, no ha tenido una pervivencia fácil
Con su nombre de instituto, de calle o de cosa así, Ramiro de Maeztu no ha tenido una supervivencia póstuma más allá de la desaparición del régimen de Franco. Un modelo de país que él habría saludado con alborozo, y que mimó su memoria, pero del que no llegó a ser parte al ser asesinado en los primeros meses de nuestra última Guerra Civil. Él, que formó junto a nombres tan notorios como Azorín y Baroja el grupo que se autodenominaba de los Tres, quiso una España otra, y a ella apostó con la palabra, y con el gesto airado, sin saber que al elegir una opción política jugaba a la ruleta rusa. El 29 de octubre de 1936, hace 75 años, un pelotón de funcionamiento le llevaría a una inmortalidad que duraría hasta poco más allá de la fecha de su centenario, el 4 de mayo de 1974, en el que la prensa le recordará como contrarrevolucionario ejemplar, como profeta de una patria nueva y plena, que decían que era libre, única y grande.
Más o menos, lo que Maeztu creía
El final
Cayó el cuerpo a tierra sobre la tierra del cementerio de Aravaca, no lejos del de Ramiro Ledesma Ramos, ese jueves de hace setenta años tras pronunciar, ante el pelotón de fusilamiento unas palabras que tal vez sean apócrifas pero cuya memoria merece su rescate: “Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero”. Otra versión, cristalinamente apócrifa, le añade a la frase una conclusión ejemplar: “¡porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!". Un compañero de presidio añade la frase que el carcelero le dirigió mientras intentaba vestirse para lo que le anunciaban como un traslado: “Para donde va, da lo mismo que vaya usted en pijama”. En la celda vacía quedarán las cuartillas de un libro que no llegará a nacer y que iba a llamarse “Defensa del espíritu”. Unidos ante el fuego y la muerte los dos Ramiros, Ledesma había escrito en el primer número de la revista JONS que consideraba a Maeztu “uno de los pocos españoles capaces de ofrecer los valores de España”, pero que “éste es el único aspecto de Maeztu que nos interesa. Ningún otro. La política de las JONS no es su política”.
Retratado por su hermano Gustavo en 1910
La secuencia que terminó ante la tapia de un cementerio comenzó el 30 de julio, en la fecha en que se publicaba el manifiesto de adhesión a la República por parte de los intelectuales (Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset entre las firmas), y en la que Maeztu sería detenido en casa de su amigo José Luis Vázquez Dodero que lo ocultaba desde la noche del Alzamiento de Franco. Los milicianos que llevaron a cabo la detención buscaban un oratorio clandestino en esa casa de la madrileña calle de Velázquez. Allí encontraron a un anciano que esgrimió entre denuestos un pasaporte diplomático, que no impidió que fuera llevado a la comisaría de Buenavista junto a su anfitrión y una tía del mismo. En la comisaría, al no encontrársele causas legales para mantener la detención, el comisario, que según Dodero les preguntaba por las posibilidades de triunfo del golpe militar, los puso en libertad. La presencia, a las once de la noche, de un coche de milicianos al acecho frente a la comisaría (fácil es conjeturar el alarde ominoso de las armas, el humo de cigarrillos entreverado en la luz de los faros en esa noche de verano, el estruendo de las voces, el exceso de los gestos) llevó a Maeztu a darse la vuelta y solicitar su detención, por lo que será llevado a la cárcel de Las Ventas. Esta apuesta por la vida provisional le llevaría, hemos visto, a la definitiva muerte.
Motivos para morir
El sospechoso
Sus artículos derechistas, de exaltada oratoria, le habían puesto en el punto de mira de sus enemigos. Vamos, por mostrar sólo un breve botón, un fragmento del titulado “Los dioses se van” publicado en 1933: “los hechos nos muestran la necesidad de que vuelva a rehacerse la unidad de la Cristiandad, si queremos salvar la civilización frente a las muchedumbres del Oriente, que viven realmente una vida animal de hambre continua e insaciada, que necesitan de la levadura y de la disciplina de Occidente para poder levantar los ojos de la tierra, pero que producen aspavientos de poeta, como Rabindranath Tagore, y fantasmas de profeta, como Gandhi, para hacerlos creer que se remediará su situación el día en que se lancen contra los pueblos decadentes de América y Europa”. Que en el homenaje que se le diera en Madrid con motivo de la concesión del Premio Luca de Tena en marzo de 1932 los oradores fueran los marqueses de Quintanar y de Luca de Tena, José María Pemán, Pedro Sáinz Rodríguez, Eugenio Montes y el propio Maeztu es una conformación más que un indicio. Otro de los presentes en el banquete, César González-Ruano, llegaría a afirmar de él que “su derechismo, su monarquismo y su cavernicolismo era ya tan descomunal que daba casi risa”. Por aquellos años de la República, Edgar Neville, molesto con la actitud timorata de Maeztu (que en la prensa afirmaba que “Hay películas, cada año en mayor número, que no fían el éxito sino a los centenares de mujeres desnudas que hacen desfilar por nuestros ojos”) lo calificaba en la prensa de pertenecer “a la generación de “La pulga” y de ser y representante de la “tradicional estropajosería” que integran los que “pretenden que vivamos precisamente como ellos desean y que aceptemos su “bueno” y su “malo” sin discusión”.
Retratado por Ramón Casas
Entre extremos
Pero no fue siempre así. Su amigo Juan Ignacio Luca de Tena afirmaba que Maeztu “a los 20 años era anarquista, a los 30 republicano y su firma veíase frecuentemente en “El Sol”. To no recuerdo exactamente cuándo empezó su evolución hacia la derecha”. Nacido en una familia de padre vasco y madre inglesa, Ramiro de Maeztu y Withney, alumno brillante de bachillerato, la bancarrota familiar le vedará el acceso a la Universidad. Instalado a los 16 en París como comerciante, su ineptitud para estas labores le hará abandonar la ocupación y recorrer por cuatro años América Central y del Norte. Regresado a Bilbao, se inicia en el periodismo, y en 1897 lo tenemos en Madrid. Donde es parte de los Tres, y con ellos de la Generación del 98. En 1899 publica su primer libro, “Hacia otra España” en el que hay un pasaje que explica lo que le pasará en 1936. Al referirse a las semanas en que alistado para enfrentarse al enemigo norteamericano se le hace patrullar alrededor de Mallorca en prevención de una invasión: “Si la historia expansiva y conquistadora de nuestra patria ha de acabarse con la centuria; si los cañones yanquis han de borrar el plus ultra de nuestra raza, quiero, al menos, como español y como artista, que nuestra caída sea bella; quiero al menos que si no hemos sabido decir “sí” a la vida, sepamos decírselo a la muerte, haciéndola gloriosa, digna de España”. Más tarde dirá de este libro que “todas sus páginas merecen ser quemadas, pero el título responde al ideal de entonces y de ahora”.
Autoridad, divino tesoro
En 1905 marcha como corresponsal de “La Correspondencia de España” a Londres. Allí pasa 15 años que le hacen defensor de la autoridad que plasma en su libro “Authority, Liberty and Function in the Light of War” (1916), que aquí se publica como “La crisis del Humanismo”. Ese año se casa con la inglesa Alice Mabel Hill, con la que tiene su único hijo. Regresado a España en 1919, defiende el régimen del general Primo de Rivera, que le premia con el cargo de Embajador en Argentina, de donde regresa en 1930. Los años de la República serán los del combate contra un régimen adverso. Director de la revista política “Acción española”, diputado en 1933 por “Renovación Española”, publica en 1934 sus artículos políticos bajo el título de “Defensa de la Hispanidad”. Para entonces su doctrina se resume en una frase: “Para los españoles no hay otro camino que el de la antigua Monarquía Católica, instituida para servicio de Dios y del prójimo”.
La mala reputación
José Luis Calvo Carilla, en su muy atinado y prolijo ensayo “La cara oculta del 98” estudia los años iniciales, los años decisivos, los que giraron alrededor del año crucial de 1898, de los tres provincianos que constituirían el núcleo principal de la generación del 98: el vitoriano Ramiro de Maeztu, el guipuzcoano Pío Baroja y el alicantino Antonio Martínez Ruiz. La conclusión a la que Calvo Carilla quiere mostrar a través de estos tres amigos no es otra que la que ya señaló Rafael Cansinos Assens en las páginas finales de sus memorias literarias “La novela de un literato”, cuando, desencantado y lúcido, afirma que “Estos jóvenes ahora siguen el mismo camino que los de principios de siglo, los Martínez Ruiz, los Maeztu y tantos otros. Se daban a conocer en la Prensa de izquierda, más accesible, pero mísera, y luego se pasaban a los periódicos de derecha, bien retribuidos”. Pero el mejor resumen de la evolución de Maeztu, se retrato más frío y distante, lo proporciona Cansinos cuando de él afirma , en una cita que es extensa pero ineludible: “Además de esas crónicas apócrifas de San Petersburgo y Varsovia que Catarineu fabrica, publica “La Corres” crónicas auténticas de su corresponsal en Londres, Ramiro de Maeztu, el antiguo nihilista, que ahora cambió de rumbo ideológico y aboga por el progreso económico de España, poniéndole por modelo la industrialización británica. Don Ramiro, como todos lo llaman, escribe unas crónicas agarbanzadas, por el estilo de las del americano-vasco Grandmontagne, hablándonos de ladrillos, tejas, carriles, etcétera. Ha olvidado ya su antigua diatriba contra el cocido español y brinda los medios de asegurarlo con el progreso económico. Alguna vez escribe sobre temas más espirituales, y entonces se lee con más interés y gusto, aunque su estilo esté calcado sobre el modelo de la prosa británica, tan poco emocional. Al contrario de Azorín, jamás habla en primera persona, sino como “el cronista”... La conversión de don Ramiro se debe, según los queridos compañeros, a sus relaciones con una vieja y rica dama que lo ha caracterizado... Don Ramiro es hoy un hombre moral, sensato y burgués... Por lo demás, ha seguido la misma evolución que ese otro hombre del 98, Azorín... El único de ellos que no nos ha defraudado todavía es don Pío, pese a ser un burgués nato”.
Tampoco es indulgente Andrés Trapiello en las páginas de su instructivo estudio “Las armas y las letras”, cuando afirma que “Maeztu, en cierto modo, fue, dicho con el debido respeto, un invento del franquismo, el escritor muerto que se intentó oponer al otro muerto ilustre, que era García Lorca, en un esfuerzo desesperado de demostrar que la barbarie de la guerra se había propagado en ambas zonas por igual. Y eso que era verdad en cuanto a las vidas, no era equiparable, no podía serlo, en las obras. Si, en efecto, Lorca y Maeztu fueron los escritores asesinados más señalados de cada uno de los bandos, la comparación de sus respectivas obras literarias no puede hacerse sin incurrir en abundantes agravios comparativos. Es comprensible que a Maeztu se le estudie dentro del pensamiento político español del primer tercio de siglo; ahora, que se le incluya dentro de la literatura española, en el mismo plano que sus ilustres amigos del 98, resulta un exceso que no justifica en absoluto su sustancioso “Don Quijote, don Juan y la Celestina”, de 1926, ni la amistad en su juventud con Azorín y Baroja, con los que formaba el Grupo de los Tres. Ni aquellos artículos brillantes, inteligentes, literarios del novecientos de “Hacia otra España”, que tanto influyeron en sus colegas. Quizá por todo ello sigue apareciendo en todas las historias de la literatura, junto a Unamuno o Valle-Inclán, como miembro de la misma generación, sin que ninguno de los amantes de los encasillamientos ni ningún catedrático le coloque de una vez en el lugar o casilla que le corresponde más exactamente: el del pensamiento español y el activismo político”.
Artículo publicado en diario Sur el 29 de octubre de 2011
En 1974 España era en extensión igual de"grande" que ahora, pero lo que si era más soberana y desde luego, única que ahora, ES DECIR, COMO PAÍS, BASTANTE MÁS LIBRE.
ResponderEliminarEn este artículo-para variar- se notan los prejuicios de los apesebrados del poder del Diario Sur.
Me ha gustado mucho. Buena historia y me apetece leer más a ese autor. Como es un muerto de derechas, no vale tanto como los otros. Por cierto, lo tiraron a una cuneta y su viuda no pudo encontrarlo. ¿Alguien se ha quejado de esto o ha pedido que lo encuentren?
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