La producción de la ópera de Haendel “Acis and Galatea” reúne a un equipo de desacostumbrada calidad al servicio de una obra maestra barroca
Hubo óperas a lo grande en el Cervantes, allá a finales de los ochenta, con mucha tramoya y aparato escénico, y hasta algún pellejo de bicho y joyones ornando a quien en la Scala se creía. Épocas de poderío y billetes grandes. Puro pasado. Pura nostalgia. Y cantantes correctitos, con excepciones gloriosas. Pura nostalgia, pasado puro, ay, infelice de mí cuando los muros de la patria nuestra son presencia de la flacura de la vaca. Pero hay instantes de gloria que llegan como tormenta de verano, luz sobre la luz de la desfalleciente tarde (del compositor del que aquí tratamos, Mozart dijo que hería como el rayo). Porque la ópera que llega el 28 de octubre al viejo Teatro Municipal, que pasa del gris ceniciento al amarillo del oro apagado, es de las que despiertan expectación y hasta envidia. No sólo porque es ópera barroca y de Haendel, sino porque detrás hay sabiduría, fama y talento. Expliquemos que es “Acis and Galatea”, una joya inglesa de Georg Friedrich Haendel (mejor esta vez la grafía inglesa que la original germana), y que será la que esté en el foso la Joven Orquesta Barroca de Andalucía arropados por miembros de la Escuela Superior de Canto de Madrid y de la Capilla Real Renacentista, correspondiendo los roles principales a Diego Blázquez, Rebeca Cardiel, Felipe Nieto (profeta que a esta tierra vuelve, en la que fue muchacho en el Coro de Ópera de Málaga y es ahora en Madrid finísimo tenor mozartiano) y Ana Cristina Marco. La escenografía es de Gregorio Esteban, pero debe destacarse que la musical corre a cargo de Michael Thomas, miembro que fue del excepcionalísimo Cuarteto Brodsky y que después pasó a fundar la difunta Orquesta Sinfónica de Andalucía. Lo que decía, prestigio, talento. Cosas buenas. Con una ópera deliciosa. Que tiene libreto de John Gay reformado por John Dryden y Alexander Pope. A los que todo escolar inglés conoce.
Acis y Galatea, mismamente
Estrenada en 1718 como mascarada (el mismo género del que tuvimos en el último festival de Música Antigua “Venus y Adonis” de John Blow), basada en un episodio de las Metamorfosis de Ovidio (los amores trágicos de Acis y Galatea con el airado cíclope Polifemo por medio), se compuso para divertir no a un rey sino a un conde con lo que era una sucesión de diálogos en prosa, canciones y baile. Fue la cumbre, tras la que sólo quedarían esfuerzos vanos por mantener el esplendor, de la ópera pastoral inglesa. Ésta que aquí traemos tiene un peso del coro que presagia a los grandes oratorios de su autor, y alberga momentos de extremo patetismo, pero a la vez de ajustada y contenida gravedad, como el coro fúnebre “Mourn, all ye muses” (“¡Llorad, musas! ¡Pastores, llorad!”) o la cristalina lamentación fúnebre de Galatea, “Must I my Acis still bemoan” (¡Lloraré por siempre a mi dulce Acis, / traicioneramente aplastado por esta roca”) que raya a la misma altura estética que el lamento de Dido en el “Dido and Aeneas” de Henry Purcell. El último número de la ópera, “Galatea, dry thy tears” (“Galatea, seca tus lágrimas / pues Acis ahora un dios semeja”) no tiene menos esplendor, menos vibración áurea, que las odas de Purcell. Si éste fue tildado de “Orpheus Britannicus”, de Haendel sólo puede excluirse la nacionalidad, ya que alemana fue su patria. Si el espectador asistirá a cómo por obra de un gigante enamorado un amor se convierte en manantial y por ende adquiere el carácter inmortal, a la vez esta música también comparte la perennidad del bronce junto a la delicadeza cruel de las rosas.
Artículo publicado en diario Sur el 22 de octubre de 2011
“Must I my Acis still bemoan”
"Galatea, dry thy tears"
"Mourn, all ye muses!"
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